Alemania y las consecuencias de abrazarse a un náufrago 

El ascenso de fuerzas extremas como la AfD debe servir para comprender la necesidad de abordar las preocupaciones de los ciudadanos y promover políticas que respondan a los desafíos de la inmigración ilegal descontrolada y la pérdida de poder adquisitivo de muchas familias

Un náufrago en medio del mar siempre busca algo que le garantice permanecer a flote: un tablón a la deriva, un salvavidas, una balsa… Agarrarse a otro náufrago no suele ser una buena idea. La experiencia demuestra que, por lo general, ambos terminan ahogándose. Esto es lo que podría ocurrir en Alemania tras estas elecciones.

Los conservadores necesitan aferrarse a algo para sobrevivir políticamente y parece que optarán por los socialdemócratas del SPD, un partido que se hunde sin remedio. De hecho, el SPD ha obtenido sus peores resultados desde 1949 y ha caído del primer al tercer puesto, superado por la autodenominada “ultraderecha” de Alternativa para Alemania (AfD). 

Algunos argumentan que esta coalición entre la CDU y el SPD demuestra la capacidad de los políticos alemanes para anteponer el interés nacional a las diferencias partidistas. Y es cierto, sobre todo si lo comparamos con España, donde seguimos atrapados en un bucle de desencuentros y reproches que lleva al PSOE a preferir pactar con la izquierda más radical y el independentismo antes que con el PP, que ganó las elecciones.

Sin embargo, esta capacidad de entendimiento alemana no asegura que los acuerdos —ni las coaliciones que de ellos surjan— sean lo mejor para el país. Aferrarse a un náufrago que se hunde no promete nada bueno. 

«Los conservadores necesitan aferrarse a algo para sobrevivir políticamente y parece que optarán por los socialdemócratas del SPD, un partido que se hunde sin remedio»

Por eso, cuando se aplaude la “moderación” de una coalición entre la CDU y el SPD, conviene recordar que es la misma fórmula que ha debilitado notablemente la industria alemana en los últimos años; la que tomó decisiones claramente desacertadas en materia de seguridad energética, dependiendo en exceso de Rusia; la que acordó aumentar el gasto y el endeudamiento y, en definitiva, la que ha sumido al país en una preocupante crisis económica.

Seguir por este camino en nombre de la moderación y el pragmatismo puede ser un error. Hundirse agarrado a otro náufrago, por muy moderadamente que se vaya al fondo, no es una buena opción. 

Este panorama plantea interrogantes sobre el rumbo que tomará Alemania y su influencia en el resto de Europa. El ascenso de fuerzas extremas como la AfD debe servir para comprender la necesidad de abordar las preocupaciones de los ciudadanos y promover políticas que respondan —lejos de populismos— a los desafíos de la inmigración ilegal descontrolada y la pérdida de poder adquisitivo de muchas familias.

No es casualidad que el avance de la AfD sea especialmente notable en los estados de la antigua Alemania del Este, donde persiste un descontento latente por los efectos de la reunificación y las disparidades sociales y económicas con el resto del país. 

Bandera de Alemania. Foto: Freepik.
Bandera de Alemania. Foto: Freepik.

El espectacular crecimiento de la AfD merece especial atención en toda Europa. Ha logrado un histórico segundo lugar con un 20,9% de los votos, consolidándose como la principal fuerza de oposición. Este resultado, inédito desde la Segunda Guerra Mundial, rompe el tradicional cordón sanitario que los partidos alemanes habían mantenido frente a la extrema derecha.

Tanto es así que su líder, Alice Weidel, ha afirmado que sería una “estafa electoral” que los conservadores prefirieran aliarse con partidos de izquierda en lugar de con ellos. Si la situación no mejora en Alemania, muchos podrían interpretar esto como una “estafa” y manifestarlo en las próximas elecciones con un respaldo aún mayor a la AfD. 

En España, este problema lo resolvió José Luis Rodríguez Zapatero al decidir que medio país era progresista (el que votaba al PSOE o lo apoyaba) y el otro medio, simplemente “facha”. Pedro Sánchez ha continuado —y continúa— con esa división, con su muro, lo que le asegura mantenerse en la Moncloa. Mientras siga alimentando la polarización y el antagonismo, y mantenga en pie ese muro, sus seguidores —los que no creen en España— lo seguirán apoyando.

Condonará deudas y liberará presos de ETA bajo la presión de los independentistas. Si estás del lado del muro que mira a la Moncloa, todo serán privilegios; si estás del otro lado, eres un “facha” y no esperes nada bueno. 

Gobernar despreciando las voces de la mitad del país no es recomendable: genera desconfianza hacia los políticos, animadversión hacia las instituciones y puede acabar teniendo consecuencias muy negativas para todos. En Alemania han tomado nota. Claro que nosotros no somos alemanes. 

Ahora en portada