Esa adicción al comunismo y el caso Errejón   

El caso Errejón ha puesto en evidencia el modus operandi de un comunismo, que ajusta las cuentas pendientes con sus iguales en la lucha por un espacio reducido y un poder pírrico

El comunismo es un residuo de carácter político e ideológico que ustedes pueden visitar y contemplar –incluso, comprar algún souvenir– en la República de Cuba, la República de Nicaragua, la República Popular China y la República Popular de Corea, conocida como Corea del Norte.  

Puestos a completar la lista, se podría añadir, entre otros, la República Bolivariana de Venezuela que está opositando con buenas notas –ya ha obtenido el certificado ISO de calidad autocrática- a  la categoría de residuo -ideológico y político- comunista. 

Una guía para sumergirse en el comunismo  

Si ustedes quieren averiguar qué es/qué fue el comunismo, en el sentido literal del término, les recomiendo, entre otros ensayos o monografías, el reciente libro titulado El dios que fracasó (2023).  

El trabajo –una antología de textos de Arthur Koestler, Ignazio Silone, Richard Wright, André Gide, Louis Fischer y Stephen Spender con Prólogo de Félix de Azúa e Introducción de Richard Crossman- tiene un doble valor añadido.

En primer lugar, describe las razones por las cuales muchos intelectuales abrazaron el comunismo para –una manera de contemplar lo que es el comunismo- abandonarlo al tomar plena conciencia del mismo. En segundo lugar, el libro, visto lo visto, permite detectar la huella de un comunismo, con mando en plaza, que todavía pervive en la España de nuestros días.  

La conversión al comunismo        

Durante muchos años, el comunismo –tras angustiosos problemas de conciencia- cautivó a un número importante de intelectuales debido a las deficiencias democráticas de la Europa de la época, a la pérdida de confianza en los valores occidentales, a la crisis inherentes del capitalismo y la confianza en un comunismo que parecía deseoso de liberar la humanidad de sus injusticias y prometía derrotar al fascismo aunque fuera en detrimento de las libertades burguesas. En definitiva, la desesperanza y la soledad fueron los principales motivos de la conversión al comunismo.  

Un comunismo que ofrecía un “atractivo emocional” (Richard Crosman) que residía en los sacrificios que exigía al converso sin ofrecerle nada y exigirle todo. ¿Cómo pudieron los intelectuales aceptar el dogmatismo estalinista? A la manera del catolicismo romano, el novicio comunista sentía que el Kremlim le brindaba una manera de liberación.  

«La desesperanza y la soledad fueron los principales motivos de la conversión al comunismo»

Una vez consumada la renuncia, la mente –a la manera del catolicismo que busca salvación cristiana- devino esclava de un propósito superior como la Revolución comunista. De ahí, que fuera inútil discutir cualquier asunto con un comunista habida cuenta de que el militante había sido “reprogramado” y su mente disponía de unos “amortiguadores tan sofisticados y de unas defensas tan elásticas que todo lo que veía y oía se transformaba automáticamente hasta encajar en el patrón preconcebido” (Arthur Koestler).  

La abjuración del comunismo 

Finalmente, el Partido resultó no ser infalible y el intelectual, en un ejercicio de decencia moral y política, abjuró de la disciplina revolucionaria. Y dio cuenta de una Revolución Proletaria y una Dictadura del Proletariado conformada –así lo describe Arthur Koestler en su viaje por la Unión Soviética- por hordas de familias en harapos mendigando, de unas mujeres con famélicos retoños con miembros esqueléticos y grandes cabezas cadavéricas o ancianos con los dedos congelados asomando por los agujeros de los zapatos.  

A lo hay que sumar la gente –camaradas comunistas o simpatizante- detenida durante años con cargos grotescos y entregados a la Gestapo, la muerte de inocentes en campos de trabajos forzados, las ejecuciones sin juicio ni condena y un largo etcétera.   

Arthur Koestler entona un impresionante mea culpa: “Cada uno de nosotros tiene un esqueleto en el armario de su conciencia; reunidos, con sus huesos se podrían llenar unas catacumbas más laberínticas que las de París”.  

Arthur Koestler confiesa: “En ninguna época y en ningún país han sido asesinados y reducidos a la esclavitud tantos revolucionarios como en la Rusia soviética”.  

Arthur Koestler se autoinculpa: “Para alguien que durante siete años encontró excusas para cada estupidez y cada crimen cometidos bajo la bandera marxista, el espectáculo de esta dialéctica del autoengaño, de estos equilibrios en la cuerda floja realizados por hombres inteligentes de buena voluntad, es más descorazonador que las barbaridades cometidas por los simples de espíritu”.   

«El Partido resultó no ser infalible y el intelectual, en un ejercicio de decencia moral y política, abjuró de la disciplina revolucionaria»

Arthur Koestler concluye el mea culpa: “Habiendo experimentado las posibilidades casi ilimitadas del funambulismo mental en esa cuerda floja tendida sobre la propia conciencia, sé cuánto hay que estirar para que esa cuerda elástica se rompa”.   

El mercado negro de ideales en España  

Señala Arthur Koestler –lo mismo ocurre con los otros compañeros de viaje del libro en cuestión- que “la adicción al mito soviético es tan tenaz y difícil de curar como cualquier otra”. España no es la excepción.  

En España, la adicción al mito soviético o al comunismo no se presenta únicamente con una etiqueta en donde puede leerse Partido Comunista. El nombre y los grupúsculos existen, pero se trata de unos residuos ideológicos y políticos que son lo más parecido a un cero a la izquierda.   

Ser comunista es más importante que decirlo  

En el mercado político e ideológico español –en el “mercado negro de ideales”, diría Arthur Koestler- la huella del comunismo se percibe en Podemos y asimilados. Unos grupúsculos que, conscientes de que el comunismo –su lenguaje marxista y leninista y sus objetivos como la dictadura del proletariado- no vende, proceden a los cambios estético-semánticos pertinentes. Para vender un producto en el mercado capitalista hay que ser competitivo. Cosa que Podemos y asimilados han logrado a medias.  

Iñigo Errejón, durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados. Foto: A. Pérez Meca / Europa Press
Iñigo Errejón, durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados. Foto: A. Pérez Meca / Europa Press

Siendo un partido de raíces y vocación comunista –democracia real, centralismo democrático, hombre nuevo, agitprop, la voluntad del pueblo por encima de la división de poderes, de la propiedad privada a la colectiva, el capital es el enemigo del pueblo, hay que desenmascarar los poderes ocultos, empresa pública, nacionalización de la energía y el transporte- Podemos y asimilados acostumbran a ser catalogados como unos partidos populistas. Pablo Iglesias: “Ser comunista es algo mucho más importante que decirlo”. 

Pablo Iglesias contra Íñigo Errejón y Yolanda Díaz  

El caso Errejón –el maltratador a su pesar, inducido por el heteropatriarcado y el neoliberalismo- ha puesto en evidencia el modus operandi –las malas artes del rencor- de un comunismo, o neocomunismo, que ajusta las cuentas pendientes –Pablo Iglesias contra Íñigo Errejón y Yolanda Díaz- con sus iguales en la lucha por un espacio reducido y un poder pírrico. El caso Errejón ha visualizado la ruptura de la izquierda española y ha acelerado el faccionalismo de Sumar.  

Un neocomunismo –el español- que ha diseñado un feminismo excluyente y punitivo a su servicio –el sí es sí, el agravante de género, la autodeterminación de género o la eliminación de la presunción de inocencia- que acaba perjudicando al feminismo democrático y, por ende, a la mujer.  

El caso Errejón –el despiadado encarnizamiento contra el personaje y su abandono obviando la presunción de inocencia y aceptando las denuncias anónimas: todo ello, ejecutado por sus camaradas- podría anunciar el inexorable declive de la izquierda filocomunista y del feminismo excluyente y punitivo que le acompaña.     

Traficantes de eslóganes 

Arthur Koestler: “Trafican con eslóganes como los contrabandistas trafican con bebidas alcohólicas falsificadas; y cuanto más inocente es el cliente, más fácilmente se convierte en víctima del licor ideológico que se vende bajo la marca Paz, Democracia, Progreso o lo que se quiera”.