Ábalos, cuando la corrupción es palabrería
El caso Ábalos y la incómoda realidad en la política: cuando la corrupción se acomoda en el rincón menos esperado del Congreso
Primero salieron diciendo que en el PSOE no cabe la corrupción. Luego que esto le puede pasar a cualquiera, que hay sinvergüenzas en todas partes; más tarde que “tolerancia cero”, que hay que ir hasta el final “caiga quien caiga”. Pero cuando Pedro Sánchez dice ir “hasta el final” se refiere a ir al Grupo Mixto del Congreso de los Diputados, donde Ábalos se refugia como las fichas del parchís buscan la casilla de seguridad para no ser comidas.
Un Grupo que, por cierto, empieza a parecerse al camarote de los Hermanos Marx pero sin ninguna gracia. Porque los que han terminado ahí no están precisamente para chistes. Salvo honrosas excepciones, casi todos son rebotados, sobreros que no tienen otro sitio donde ir para ganarse las alubias honradamente. Quién iba a decirles que el progreso era esto. A ellos, José Luis Ábalos, Ione Belarra y otros tantos que en su día formaron parte de un “Gobierno progresista” que había venido a terminar con la vieja política y sobre todo con la corrupción.
Cuando Pedro Sánchez dice ir ‘hasta el final’ se refiere a ir al Grupo Mixto del Congreso de los Diputados
Porque todos ellos, los que auparon a Sánchez, llegaron adonde llegaron tras participar en un “akelarre” en el que pegaron fuego con una moción de censura a un Gobierno al que acusaron de estar pringado hasta las orejas de tramas corruptas. Ese fue el argumento (el relato se decía entonces) con el que el propio Ábalos subió a la tribuna del Congreso a exigir limpieza.
Viéndole ahora nos viene a la memoria Diego Armando Maradona poniéndose serio cuando hacía campañas publicitarias contra la droga. Y es cierto que esto le puede pasar a cualquiera: “Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, dice el Evangelio, pero a diferencia de la lectura que nos hace San Juan de este pasaje, en el Congreso de los Diputados hubo una lluvia de cantos que acabó aplastando a Mariano Rajoy y su Gobierno.
Quienes ayudaron al PSOE en aquella moción de censura callan ahora. Parece que la corrupción, tan intolerable, tan inadmisible, tan incompatible entonces con la democracia, puede convivir ahora dentro del Grupo Mixto sin mayores dificultades. José Luis Ábalos no está acusado ni investigado, todavía, pero su partido de toda la vida le ha puesto las maletas en la puerta. Las sospechas dentro del PSOE no dejan, por lo visto, lugar a dudas.
Ha sido su Ejecutiva en Ferraz la primera que ha eliminado la presunción de inocencia de quien fuera ministro y nada menos que secretario de organización. Por eso los socios de Gobierno de Sánchez guardan sepulcral silencio. Podrían exigir respeto por la presunción de inocencia de Ábalos o, en caso contrario, pedir que se investigue la trama corrupta en todas y cada una de sus ramificaciones, que parecen muchas. Pero no. Actúan como si la cosa no fuera con ellos.
En el fondo saben que todo huele muy mal. Que cada información que sale de la investigación del caso “Koldo”, que es el caso “Sánchez”, hunde un poco más al Gobierno. Ábalos es como la pasta de dientes fuera del tubo: cuanto más intenta el PSOE meterla dentro de nuevo, más se pringa. Sumar, PNV, Bildu, Ezkerra Republicana, Junts… Saben que no hay vuelta atrás en este caso.
Todos son conscientes, aun sin conocer los detalles, que la trama de Ábalos ha existido y que por eso Pedro Sánchez lo retiró del ministerio que usaba como base de operaciones. Si ahora ninguno de estos partidos alza la voz, no es porque estén esperando a que la Justicia dicte sentencia, lo hacen sencillamente por temor a que pueda suponer el final del “Gobierno Sánchez” y, en consecuencia, el final del chollo político que vienen disfrutando desde hace cinco años.
Los independentistas catalanes bastante tienen con tratar de sacar una ley de amnistía que les permita salir todos a la calle y la vuelta heroica de Puigdemont. No vayamos a preocupar ahora a Pedro Sánchez por unas mascarillas malvendidas.
Cuando no interesa políticamente, deja de ser un problema para la democracia y se convierte en palabrería
En el País Vasco están enfrascados en plena precampaña electoral con los soberanistas del PNV y EH-Bildu midiéndose a ver quién tiene la ikurriña más grande. “¿Corrupción? Sí, bueno, algo hemos oído. Son cosas de españoles, aquí no pasa”. Los socialistas juntan las manos y miran al cielo diciendo “virgencita”. Mientras se dedican a criticar los abusos del régimen nacionalista que apoyan desde hace lustros y se preparan para decir que, a diferencia del PP, en el PSOE quien se enriquece lo hace a título personal, no para las siglas. Y el PP, a la espera de que en esta Euskadi en declive el electorado empiece a acordarse de ellos.
Son la palpable demostración de cómo la corrupción, cuando no interesa políticamente, deja de ser un problema para la democracia y se convierte en palabrería.