Vuelve la Hidra
La Hidra es un monstruo de la mitología griega, representado como una serpiente con múltiples cabezas, que se regeneran al ser cortadas y que se asocia con distintos significados, como un mal que se reproduce si no se erradica completamente; en la cultura moderna, representa problemas persistentes que resurgen si no se combaten eficazmente, como el cambio climático o el auge de los autoritarismos
Imaginariamente ubicada en el lago de Lerna (Grecia), en una entrada al inframundo, la Hidra es un monstruo de la mitología griega, representado como una serpiente con múltiples cabezas, que se regeneran al ser cortadas. Hija de Tifón y Equidna, Hércules la mató como parte de sus doce trabajos, cauterizando las cabezas cortadas para evitar que se regeneraran.
La Hidra es asociada con numerosos significados, como un mal que se reproduce si no se erradica completamente y un símbolo de nuestros defectos internos. En la cultura moderna, representa problemas persistentes que resurgen si no se combaten eficazmente. Lo que me sirve para reflejar la situación actual que se cierne sobre gran parte de la humanidad.
Aunque respecto el número de cabezas de este monstruo hay varias versiones, en mi caso recordaba la de tres, valiéndome metafóricamente de ello para describir, gráfica y resumidamente, lo que está ocurriendo, ya que puede que estemos reviviendo a la Hidra.
Para establecer esta metáfora me baso en el análisis, descriptivo y en conjunto, de nuestras tres dimensiones existenciales (las que mantengo en mi “Tratado sobre nuestra especie”). En cuanto a la dimensión biológica, la cabeza del monstruo podría ser el cambio climático que seguimos provocando, a pesar de “todo lo que está cayendo”. En cuanto a la dimensión o cabeza sociocultural, tenemos el auge de los autoritarismos, los odios y los enfrentamientos. Mientras que, en cuanto a la dimensión espiritual, sigue la adoración al ya bíblico “becerro de oro” (quizás esta cabeza no la cauterizó bien Hércules), representado actualmente por el capitalismo salvaje.
El caso es que, por desgracia, no tenemos que remontarnos a épocas antiguas para referir los mismos problemas humanos. Aunque las circunstancias y los contextos puedan variar de unos tiempos a otros, en los que corren, tanto nuestros atentados al medio natural (desde el calentamiento, los incendios y las deforestaciones, las extinciones de especies o las pandemias), los sociales (desigualdades, hambre, guerras, conflictos, migraciones forzadas…) o los espirituales (egoísmos, odios, envidias, resentimientos, anomias, desilusiones…), muestran síntomas alarmantes.
De hecho, como he apuntado en esta misma sección, ya existe un campo de estudio interdisciplinar (entre otras ciencias, integra conocimientos de ecología, economía, antropología, sociología, psicología, biogeografía, política o historia), que se centra en los riesgos y posibles escenarios de colapso de la civilización actual, como resultado de una combinación de crisis ambientales, económicas, geopolíticas y sociales. La colapsología sostiene que las actividades humanas, sobre todo las del último siglo, tienen impactos negativos y duraderos en el conjunto del planeta, destacando la imperiosa necesidad de mitigarlos, a la vez que promueve la idea de prepararse para un futuro incierto, mediante comunidades más sostenibles y resilientes.
Precisamente, no por gusto sino por prescripción sociológica, en estos artículos de opinión vengo abordando los grandes peligros de nuestra desconexión con la naturaleza y del auge de los autoritarismos y de las polarizaciones sociales, incluso interrelacionando estos fenómenos con cómo la desinformación y la manipulación juegan papeles cruciales en su propagación.
No quise escribir antes sobre lo ocurrido en Valencia por respeto y señal de duelo, ya que lo obvio sería corroborar mi opinión (con algo así como “ya lo decía yo…”). Algo parecido a lo que puedo aplicar a las recientes elecciones norteamericanas. Incluso, en el Volumen III de mi tratado existencial, titulado Balance sociológico de nuestra era (2020), escribí sobre la “tormenta social perfecta” que se avecinaba.
Esto es, en mis escritos y por diferentes medios, he venido advirtiendo sobre los efectos devastadores de nuestro comportamiento y manera de ser predominantes. Y, por desgracia, pienso que más pruebas evidentes de ello son lo que ha ocurrido con la catastrófica Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), que ha afectado a Valencia, y los resultados de las nuevas elecciones en EE.UU. En ambos casos se pueden concebir las tres cabezas de la Hidra a las que me refiero.
Empezando por lo peor, como son los muertos y daños causados por las inundaciones y que, en mucha medida, son debidos a la falta de atención, prevención y preparación, implícitas al negacionismo sobre el cambio climático. A lo que se une la segunda cabeza, en forma de desinformación difundida en las redes sociales, propagación de noticias falsas y teorías de conspiraciones, agravando con ello la situación y dificultando la respuesta efectiva. Más el recurso al enfrentamiento, a la polarización y al odio como armas defensivas (para rechazar responsabilidades) y ofensivas (para atacar al adversario político o ideológico). Mientras que la tercera cabeza de nuestros problemas, la correspondiente al espíritu dominado por el “dios dinero”, además del negacionismo que lleva anteponiendo los intereses egoístas, avariciosos, codiciosos, destructivos y corruptos, también se ha visto claramente aquí en los casos de trabajadores y demás actividades no suspendidas, a pesar de los avisos, ante el “todopoderoso caballero”.
Cual mito también, la Hidra se pone de manifiesto en las recientes elecciones norteamericanas, con la diferencia de que, en cuanto a la dimensión biológica, los muertos vendrán después o a posteriori, lo más probable que mediante alguna guerra o fomento de conflictos -para así “alimentar” a su mayor industria, la armamentística- o siguiendo la conocida y vieja estrategia de este tipo de personas, de buscarse enemigos para ocultar las ineptitudes propias (es decir, más de lo mismo o de lo dicho antes, pero en otras latitudes y con diferentes protagonistas), como cuando el desastre del Katrina o el atentado de las Torres Gemelas y consiguientes actos bélicos, con George W. Bush como presidente.
Sobre la dimensión sociocultural estadounidense también escribí en Qué nos está pasando (2020), con motivo de la pandemia de la COVID-19. Si de aquella señalé el creciente enfrentamiento y polarización sociales, hoy ya se habla de las “dos norteaméricas”, con unos grados de división y de deterioro institucionales que han hecho presagiar una guerra civil si Kamala Harris llega a ganar, como ya apuntó el asalto al Capitolio en las anteriores elecciones presidenciales (lo mismo que el bolsonarismo en Brasil).
Y con respecto a la tercera monstruosa cabeza de esos comicios, qué decir del tótem del dinero, tanto como país como por el candidato electo. Sobre todo, de la mano de gente como esa, allí la adoración materialista ha determinado desde el genocidio de la población nativa a las conocidas como “fiebre del oro” o la “ley del salvaje oeste”, pasando por las crisis especulativas del denominado “crack del 29” o la más reciente de 2008, iniciada con la caída de Lehmann Brothers. La cual, como también referí en el Balance antes citado, sus responsables repetirían sin escrúpulo alguno, a pesar de haber afectado prácticamente a casi toda la humanidad (6.000.000.000 de personas, de las cuales 30.000.000 perdieron su empleo), según se puede comprobar en el documental Los hombres que robaron al mundo, de Benoit Bringer (2019).
Así que, de alguna manera y empleando la mitología, que fue la forma de la que se valieron nuestros antepasados para divulgar enseñanzas existenciales, se puede decir que la Hidra vuelve a campear por nuestro devenir o, dicho en expresión popular, que “anda como Perico por su casa”. Y no se me ocurren muchas ni muchos Hércules para llevar a cabo la otrora misión de deshacernos de esta “okupa”, a no ser que las fobias de muchos y muchas se corrijan y rechacen lo que realmente perjudica al conjunto del planeta.