Un despliegue justo de los centros de datos (I)

Los centros de datos son necesarios y, al igual que las renovables, debemos adelantarnos a los problemas que potencialmente se puedan presentar sin lastrar su desarrollo

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En los últimos años, desde la esfera europea, nos hemos cansado de repetir que nos enfrentábamos a dos transiciones gemelas: una transición ecológica y otra digital, dos desafíos para la humanidad y, por supuesto, para Europa, que requerirán enormes esfuerzos para los cambios sociales que supondrán.

Ambas transiciones avanzan en paralelo, pero de vez en cuando aparecen elementos que hacen que sus caminos se entrecrucen. Desde la revolución digital emergen soluciones para avanzar en la lucha climática, o desde la innovación verde se ofrecen alternativas para que esos cambios prometidos por las nuevas tecnologías de la digitalización sean más sostenibles.

Claramente, los centros de datos y la necesidad de su desarrollo son un punto de confluencia de ambas transiciones. La coincidencia servirá para aumentar las sinergias entre ambas revoluciones, pero al mismo tiempo supone un nudo que desenmarañar, por los riesgos que entraña para una transición justa. Ese es el motivo para hablar de un despliegue justo de estas necesarias infraestructuras, tanto en España —uno de los países llamados a liderar el desarrollo de los centros de datos— como para el resto de la UE.

Desde hace meses, he venido llamando la atención sobre lo que está ocurriendo y, fundamentalmente, sobre lo que pueda ocurrir. No hay ninguna duda: los centros de datos son fundamentales para nuestro desarrollo tecnológico y económico. Hay que avanzar en su despliegue, pero debemos evitar que ese necesario desarrollo se convierta en un factor más de desigualdad en nuestra transición energética. Recordemos que las necesidades energéticas de los centros de datos son muy elevadas (un centro de datos mediano consume el equivalente a unos quince o veinte mil hogares), que requieren una importante disponibilidad de suministro eléctrico y conexión a grandes redes, y que, además, son grandes consumidores de un bien cada vez más escaso: el agua.

En los últimos meses, estudiando el asunto en profundidad y tras múltiples reuniones y debates, he llegado a la conclusión de que es preciso un marco de despliegue justo para esos centros de datos.

Desde una posición de inquietud —por evitar que algo tan necesario se convierta en una disrupción que perturbe nuestro avance hacia la descarbonización— he detectado diferentes riesgos que trataré de elaborar y argumentar en sucesivos artículos. Es probable que me deje elementos importantes en el tintero o que, en algunos casos, esté equivocado en mi percepción, pero con las perspectivas de un masivo despliegue y del avance de tecnologías como la IA, se han afianzado mis inquietudes.

¿Por qué el despliegue de centros de datos puede ser injusto? ¿Por qué algo tan necesario para nuestro desarrollo tecnológico puede dañar otros desarrollos tecnológicos imprescindibles? ¿Existen soluciones para lograr un despliegue justo de los centros de datos? Esas son las preguntas que trataré de responder en estos artículos de reflexión.

El objetivo de este despliegue justo es prevenir y evitar problemas para el desarrollo de ambas transiciones, la digital y la ecológica

En primer lugar, he considerado que los centros de datos pueden generar desigualdades en lo que respecta a las localizaciones geográficas en las que se desplieguen. Varias son las variables que los promotores tienen en cuenta para decidir sus emplazamientos: disponibilidad de conexión de red digital de altas capacidades, acceso a una buena conexión eléctrica, acceso a electricidad descarbonizada, disponibilidad de fuentes de energía, disponibilidad de agua y, en muchos casos, cercanía a sus clientes y a trabajadores/as con las aptitudes necesarias para su despliegue y operación. Claro está que no siempre es posible hacer coincidir geográficamente todos esos factores y, cuando falla alguno, podemos enfrentarnos a riesgos de desequilibrio. Por ejemplo, si los situamos de manera continuada y por sistema cerca de los grandes centros de decisión, es probable que allí se encuentre el talento y las redes digitales necesarias, pero la energía descarbonizada tenga que transportarse cientos de kilómetros o que la competencia por la red sea feroz con otras industrias.

También considero que existen riesgos de inequidades sociales con respecto al despliegue. El aumento masivo de centros de datos implica, en sí mismo, un incremento constante de la demanda eléctrica, pues operan las 24 horas, los 365 días del año. Por lo tanto, la llegada repentina de una demanda no existente previamente y la necesidad de nuevas infraestructuras de red pueden impactar al alza los precios del mercado eléctrico, incluidos transporte y distribución, más si se tiene en cuenta que los grandes clientes y desarrolladores de centros de datos están dispuestos a pagar por encima de los precios de mercado para asegurarse el suministro. Por ejemplo, Virginia (EEUU) está encontrando evidencias de este tipo de problemas. Por consiguiente, los consumidores domésticos —y también el sector industrial ya instalado— pueden verse perjudicados por el incremento de su factura eléctrica.

Sin duda, también existen riesgos para el éxito de la descarbonización. Para que ésta suceda, necesitamos avanzar en la electrificación de nuestra demanda y consumo energético. Esa transición estaba esperando, ya que tres de los principales sectores a descarbonizar —industria, transporte y edificación— se vinculan a la electrificación a través de energía limpia. Si aparece un nuevo actor inesperado dispuesto a pagar más por esa electricidad y, además, no hacemos un despliegue ordenado en relación con nuestra capacidad de generación renovable, se dificultará aún más el acoplamiento de dichos sectores a la descarbonización.

He citado principalmente tres tipos de riesgos; creo que, además, se podrían añadir los riesgos medioambientales, pero, como explicaré a continuación, existen soluciones transversales que podrían ayudar a aminorar también ese impacto ambiental. Sin embargo, por razones ecológicas, también es preciso ordenar este despliegue.

Entonces, ¿cuáles serían las soluciones? No creo en varitas mágicas, pero sí en la capacidad de anticiparse al desorden. Podremos encontrar respuestas en la toma de decisiones en cuanto al emplazamiento, de modo que, cuando sea posible, se promueva el “match” geográfico, haciendo coincidir la localización de los centros de datos con la disponibilidad cercana de suministro y conexión a electricidad renovable o limpia. Se debería regular su despliegue bajo estrictos criterios de eficiencia energética, pues, como nos ha demostrado la reciente eclosión de DeepSeek, el crecimiento exponencial de la demanda de energía para el desarrollo de la IA no era inevitable —como se nos había hecho creer—, ni los centros de datos actualmente en funcionamiento usan las tecnologías más eficientes en términos energéticos.

Otra solución posible es introducir criterios de adicionalidad para facilitar el acceso de los centros de datos a energía limpia y, de forma asociada, promover un despliegue de renovables. En cuanto a redes, se puede estudiar en cada desarrollo los costes de acceso asociados, tanto digitales como energéticos, para ayudar a tomar decisiones respecto a la conexión; es decir, si un centro de datos requiere un importante desarrollo de conexión eléctrica, se debería valorar la pertinencia de otras localizaciones menos saturadas, donde ya exista un hueco de conexión o que no compitan directamente por ese suministro con industrias preexistentes que sean intensivas en empleo. En algunos casos, probablemente será más eficiente invertir en infraestructuras de conectividad, como fibra óptica, que en tendidos eléctricos para facilitar su conexión.

En definitiva, el objetivo de este despliegue justo es prevenir y evitar problemas para el desarrollo de ambas transiciones, la digital y la ecológica. Los centros de datos son necesarios y, al igual que las renovables debemos adelantarnos a los problemas que potencialmente se puedan presentar sin lastrar su desarrollo , porque se intuye que podríamos enfrentarnos a mucha oposición ciudadana si se percibe que, por un lado, los territorios productores de energía renovable no son bien tratados, o por otro, nuestras facturas se encarecen a causa de este despliegue, dando lugar a la paradoja de que, cuanto más energía limpia y asequible se genere, mayor es el precio que se pague por ella.

Los riesgos deben estar presentes para anticiparse pues el daño puede ser evitable si optamos por el despliegue justo de estas imprescindibles infraestructuras digitales . Continuará…

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