Tristia
El decreto omnibús, otra añagaza propia de trileros ya profesionalizados por el continuo uso del arte de esconder el guisante, aún no saliendo, hace daño
“La princesa está triste, ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color”. Una vez más, el gobierno ha pillado al PP con el pie cambiado; y, en este caso, el derecho, gracias a la ayuda de Junts. Esto último no es una parte del poema de Rubén Darío, dada la rima consonante, no; es la puritita realidad. El decreto omnibús, otra añagaza propia de trileros ya profesionalizados por el continuo uso del arte de esconder el guisante, aún no saliendo, hace daño. No solo al PP, sino a la democracia en su conjunto. Y el Demos, pues que indiferente, impertérrito ante el meteoro. ¡Ay si Pericles levantara la cabeza! Seguramente consideraría que Atenas vuelve a ser rehén de los sofistas.
Uno más de los episodios nacionales de Galdós
Somos el país del garrotazo y tentetieso. Asumido está que inventamos la polarización, hundidos en el fango hasta la rótula, como en el cuadro de Goya. Su genio, más allá del pincel, enmarcó la obra de preclaro título “Duelo a garrotazos” entre las Pinturas Negras, decoración de una bien llamada Quinta del Sordo. El aragonés, sordo, pero no ciego, retrató las posiciones enfrentadas entre liberales y absolutistas con sorprendente clarividencia. Todo un símbolo.
Bien nutrida está nuestra historia de garrotazos con consecuencias nefastas para el público asistente a la refriega, las supuestas “dos Españas”, una de las cuáles españolito, aunque no sepas bien cuál, te helará el corazón.
En el cuadro del pintor de majas, quién como también Machado saboreó las hieles del exilio, falta un tercero, el público, quienes, hoy en día, asistirían repugnados ante tamaño ejercicio de brutalidad. Los enfrentamientos con todo tipo de violencias a los que nos tienen acostumbrados las facciones políticas vienen de antiguo.
Somos el país de la disculpa y la inacción, en el que se valora la copia y se acalla al que acusa, sobre todo si esta presenta fundamento
Conocido es el caso de la campaña organizada en su contra que tuvo que soportar Galdós debido a ser reconocida su obra como impía y anticlerical. Después de haber sido humillado con la negativa a que formase parte de la Academia de la Lengua, a pesar de ser apoyada su candidatura por Menéndez Pelayo y Juan Valera; ¡ahí es nada! Pues no, que no pudo ser, hasta una segunda oportunidad, contando en esta ocasión con Antonio Cánovas y Manuel Tamayo como valedores; que no es poco.
Pero el caso más flagrante lo supuso la controversia por su presentación como candidato al premio Nobel de literatura los años 1906, 1912 y 1913. Sus contrarios no solo dividieron la candidatura presentando la de Menéndez Pelayo, montanés de pro, sino que enviaron telegramas y cartas todos los días al Comité del Nobel de la Academia sueca en su contra tildándolo de regeneracionista, sectario, y revolucionario. Con aquella estéril polémica, de enfrentamiento de las dos Españas, imagen, españolito, de envidia e intolerancia, se consiguió que, muerto ya el santanderino y todavía vivo el canario, este nunca más volviese a ser nominado. Una vez más, por falta de altura de miras, España, en esta ocasión, se quedó sin un premio Nobel casi, casi cantado.
Sácame un ojo
Conocido también es aquel dicho que refiere que si la providencia plantease a un español, “te daré a ti el doble de lo que otorgue a tu enemigo”, este solicitaría, “sácame un ojo”. Dicen que la envidia es nuestro máximo pecado capital; pero, en realidad, lo es el octavo, el peor de todos y nunca formando parte del septeto original, la acedía, esa tristeza generada por la falta de interés por algo y un aburrimiento de todo. Somos el país de la disculpa y la inacción, en el que se valora la copia y se acalla al que acusa, sobre todo si esta presenta fundamento. Calla, mejor no hagas ruido, no vaya a ser…
En la polémica sobre la supuesta astucia del gobierno promoviendo un trágala trufado de clavos, una demostración de que el engaño resulta rentable cuando el enemigo merece ser engañado, lo peor no es el daño que sufrirán los resignados afectados, que lo es y mucho. Lo es y lo será, en mucha mayor medida, la vivencia democrática. ¿De qué se ríe Maquiavelo?
“El verdadero destructor de las libertades del pueblo es aquél que le reparte regalos, donaciones y beneficios” (Plutarco).