Teoría del hombre providencial

Debiera de haber astrólogos capilares que nos relaten los presagios que pone de manifiesto una cabellera diferencial. A Feijóo comienza a aflorarle una clerical tonsura, mientras Abascal se decide por un corte militar. Y a Sánchez, que resulta evidente que ya ni se despeina

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo se saludan tras la sesión de investidura / Europa Press

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo se saludan tras la sesión de investidura / Europa Press

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Y en esto llegó Napoleón, dirigido por Ridley Scott, con aroma a Oscar de Hollywood, al menos, uno o dos. A juicio de sus críticos, nada que ver con aquella del año 1927, la que dirigió Abel Gance, imposible su contemplación hasta por aquellos que tanto la alaban como una obra maestra. En realidad, resulta insoportable, inaguantable sin varios viajes a obligadas y oportunas evacuaciones y sin numerosas cabezadas debido a su duración; cuatro horas.

La monumental obra más actual, viaje por la vida de uno de estos “hombres providenciales” para la Humanidad, ha vuelto a poner de moda aquella “teoría del gran hombre de la Historia”, ejemplo de enunciación por parte de Thomas Carlyle en el siglo XIX, quien llegó a afirmar que “la historia del mundo no es sino la biografía de grandes hombres”. Frente a Carlyle, nos ponemos al lado de Santo Tomás de Aquino, quien alerta que “temo al hombre de un solo libro”. Uno solo, es, en realidad, lo temible.

 “A la ocasión la pintan calva

Que los regímenes de testuz visible y los liderazgos autoritarios están de moda, y parece que se vayan generalizando. Todos ellos tienen, al menos, dos cuestiones en común: el claro signo de la providencialidad asumida y la tendencia a una identidad capilar. A los antiguos ejemplos de la rebelde cabellera de Trump, los peinados imposibles de alterar de Maduro, la juvenil raya al medio de Orban y ahora el peloKent de Geert Wilders, se une el innovador corte a sierra mecánica de Milei o la arremolinada insumisión del pelo de nuestro Bolaños. Bueno, vaya, y del coreano, ni hablamos. ¡Que tendrá el pelo que avisa, y tanto, de lo que hay debajo! Que se lo pregunten si no a Puigdemont.

Debiera de haber astrólogos capilares que nos relaten los presagios que pone de manifiesto una cabellera diferencial, de existir, claro. A Feijóo comienza a aflorarle una clerical tonsura, mientras Abascal se decide por un corte militar, efecto de un recuerdo inexistente. Y a Sánchez, que resulta evidente que ya ni se despeina, como en el poema de Machado, “algunas canas nuevas le han salido”. Es el peso de la gloria, el armiño napoleónico que representa lo inevitable. Autocoronándose, conseguirá salvar a esta pobre gente de una despeinada derecha, histérica tras mesarse los cabellos con notoria violencia.

Esto del pelo parece muy serio, y hasta la mismísima cantante Aitana sufre las consecuencias de un flequillo que provocó, seguro que muy merecidamente por simple, una sufrida vida con décadas de bulling. Todo el que triunfa en lo suyo, suele hacer gala de una infancia difícil, cuando no desgraciada.

Donde hay pelo, hay alegría

El problema de la deslegitimación de la democracia, a pesar de ser considerada como la menos mala de las fórmulas de gobierno, se encuentra, hoy en día, íntimamente ligada al desorden capilar; seguro que algún moderno analista acabará haciendo un grueso tomo sobre ello, en busca de equivalencias. El pelaje exhibido en la última sesión de investidura lo hace más que evidente; ambos líderes, candidato y jefe de la oposición, no se cortaron ni un pelo. Feijóo no dejaba de tirarse de los pelos, mientras un exultante candidato pasaba por los pelos las sesiones gracias a no tener pelos en la lengua. Todo le vino al pelo, mientras a Abascal, hombre de pelo en pecho, se le acabó cayendo el pelo de tanto acudir a una peluquería regentada por ultras. Todo, eso sí, muy de medio pelo.

En lo de Cataluña, pues pelillos a la mar. A pesar de haber ido a contrapelo y haberse soltado el pelo como habitualmente muestra una jovial Miriam Nogueras, no parece que los jueces tengan la intención de hacer pasar un pelo amnistiado por la aguja constitucional.

Lejos estamos de los momentos en los que el orden del vello superior presagiaba organización interna. Ya no resuenan en nuestros oídos aquellas prédicas maternales al grito de ¡Pero a dónde crees que vas con esos pelos!, tragedia resuelta con este toque salvífico que la beatífica saliva materna ejercía sobre las rebeldes pelambreras.

A ver si va resultar que al hombre providencial lo que le ocurre es que, en el fondo, como a Sansón la fuerza le viene del pelo y que lo que no tiene es un pelo de tonto. Ni uno. Sera por ello que no hay que fiarse ni un pelo. Ni uno.

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