¿Tenemos la universidad que nos merecemos?

Las universidades españolas, que deberían ser el principal vivero de talento para las empresas, operan casi como entes aislados, ignorando las demandas y necesidades del mercado laboral

Fachada del Rectorado de Santiago de Compostela (A Coruña)

Fachada del Rectorado de Santiago de Compostela (A Coruña). Europa Press

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¡Ey Tecnófilos! Hoy, volvemos a poner el foco en un tema que afecta directamente al futuro de nuestros jóvenes y, por ende, al porvenir de nuestra sociedad: el estado de nuestras universidades en un entorno global cada vez más competitivo. Es desolador constatar cómo nuestras universidades, antaño faros de conocimiento y prestigio, han caído en posiciones nada envidiables en rankings internacionales como el famoso ranking Shanghai. Sin embargo, detrás de estos números se esconden problemas estructurales y sistémicos que requieren una reflexión profunda y, sobre todo, acciones decididas.

Uno de los principales problemas que enfrentan nuestras universidades es la desconexión total con el mundo empresarial. Aunque parezca sorprendente, las universidades españolas, que deberían ser el principal vivero de talento para las empresas, operan casi como entes aislados, ignorando las demandas y necesidades del mercado laboral. Esta falta de comunicación y colaboración con las empresas no solo afecta la empleabilidad de los graduados, sino que también priva a las empresas del talento que necesitan para innovar y crecer. ¿Cómo pretendemos formar a los líderes del mañana si seguimos anclados en un sistema que no tiene en cuenta las exigencias del presente?

Otro aspecto que lastra el desarrollo de nuestras universidades es la antigüedad de muchos de sus programas académicos. En un mundo donde la tecnología y el conocimiento avanzan a pasos agigantados, nuestras instituciones siguen ofreciendo programas que en muchos casos son obsoletos. Esto resulta en una formación teórica que poco o nada tiene que ver con la realidad práctica a la que se enfrentarán los estudiantes una vez se gradúen. Los programas están desactualizados, carecen de un enfoque práctico, y no preparan a los estudiantes para los desafíos reales del mercado laboral. El resultado: graduados que no encuentran trabajo en España y se ven obligados a buscar oportunidades en el extranjero.

Y si hablamos de obstáculos, no podemos dejar de mencionar la endogamia que caracteriza a muchas de nuestras universidades. Esta práctica, donde los mismos miembros de una universidad se contratan y promueven entre ellos, sin dar cabida a nuevos talentos o ideas, convierte a las universidades en entidades cerradas, resistentes al cambio y al progreso. Este problema, lejos de ser anecdótico, tiene un impacto directo en la calidad de la educación y la capacidad de innovación de nuestras universidades.

En España seguimos atrapados en un sistema obsoleto y politizado que no responde a las necesidades de los estudiantes ni del país

A esto se suma un problema particularmente insidioso: la politización de muchas de nuestras universidades públicas. En lugar de ser centros de pensamiento independiente y crítico, muchas de estas instituciones están fuertemente vinculadas a intereses políticos. Esto no solo afecta su gestión, sino también la calidad de la educación que ofrecen. La universidad, que debería ser un espacio para la diversidad de ideas y el libre pensamiento, se convierte en muchos casos en una extensión de la agenda política del momento, lo que perjudica gravemente su misión educativa.

Pero hay más. La situación se agrava para las universidades privadas, que además de enfrentarse a la competencia natural del sector, deben lidiar con un sinfín de trabas y restricciones impuestas por la administración. Las universidades privadas, que podrían ofrecer una alternativa fresca y competitiva, se ven limitadas en los grados que pueden ofrecer y obstaculizadas en cada paso por una administración que parece empeñada en que prevalezca la universidad pública. En lugar de fomentar un entorno en el que ambas puedan coexistir y complementarse, se establece un marco de competencia desleal donde la universidad privada tiene que sortear todo tipo de obstáculos administrativos que limitan su crecimiento y su capacidad para ofrecer programas innovadores y de calidad.

Todo esto contribuye a que nuestras universidades pierdan competitividad a nivel global. Mientras en otros países se fomenta la colaboración entre lo público y lo privado, se impulsan programas de vanguardia y se busca integrar a la universidad con el mundo empresarial, en España seguimos atrapados en un sistema obsoleto y politizado que no responde a las necesidades de los estudiantes ni del país. Es imprescindible que nuestras universidades se modernicen, que se actualicen los programas, se promueva la innovación, y se eliminen las barreras que impiden que el sector privado contribuya a la formación de nuestros jóvenes. Solo así podremos recuperar el prestigio perdido y asegurar un futuro prometedor para nuestras nuevas generaciones.

¡Se me tecnologizan!

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