Se acabó la siesta
La llegada de un personaje como Alvise Pérez no debe dejarnos indiferentes; a pesar de nombrar a sus seguidores como ardillas, realizar proclamas completamente absurdas y de no contar con ideario político, consigue tres eurodiputados y su compañero de variedades chipriota Fidias abrocha su propio escaño
Acaba de publicarse el ranking de nombres de perros más utilizados en Galicia. Pues sí, en una sociedad tan tecnologizada como la nuestra todo se registra, existiendo así el Regiac, o Registro Galego de Identificación de Animais de Compañía, organismo dependiente de la Consellería de Medio Ambiente.
Según dicho registro, el nombre más utilizado para nominar a nuestras mascotas perrunas es Luna; siguiendo con los nombres de dos sílabas se enseñoran Perla y Lúa y para los machos, como no, más simple, Coco, Thor y Rex. Lejos quedan los históricos Sul y Ney, de ascendencia napoleónica como mariscales de cortello en cuatro patas, los más actuales Trosky o Khan, el cinematográfico Rintintin o el celebrado Mistetas, como parte sustantiva de un infantil y absurdo chiste.
Pues algo así ocurre también en la política. Nada de nombres altaneros e históricos para los nuevos líderes tales como Churchill, De Gaulle o Adenauer, no, nombres más sencillos y sonoros, adecuados para las redes sociales por fáciles de recordar y mucho más de escribir, tales como Giorgia Meloni, Afroditi Latinopoulou, Fidias Panayiotou o el más castizo Alvise, para más inri, Pérez. Todos han venido para revitalizar la democracia.
La fuerza de la democracia
Y como los antiguos nombres aplicados a los canes, ya en el recuerdo, también pareciera que nos hayamos olvidado de que la democracia, especialmente en Europa, haya tenido en el pasado otros momentos para el envite mediante la efervescencia teatrera. No hay más que recordar la presencia en la Cámara italiana de una diputada de nombre artístico Cicciolina, en realidad Ilona Staller, que, en su bagaje político se encontraba haber participado colectivamente en orgias filmadas, dada su condición de actriz del género ahora denominado para adultos; vaya, lo que toda la vida fue el porno.
La aparición de estas nuevas formas de acceso a la vida pública representativa y a sus privilegios, frente a lo que destacan todos los alterados defensores de la pureza democrática, no es más que un desvaído reflejo de la grandeza de la democracia y de su actual vitalidad. Lejos de la reivindicación de una representación democrática vestida de toga capitular, reconcentrada y adusta, la moderna democracia interioriza su necesidad de profunda reforma asumiendo vitalmente a sus hijos más grotescos. No pasa nada, flor de un día, o de una legislatura. La maquinaria del estado democrático los mantendrá en el carrero. Es lo que ahora, época de ponerles nombres a todo, se le llama postpolítica. Como lo de ir sin sujetador, que, como máximo epítome de la libertad, se le denomina “free de nipple”, convertido ya en un movimiento de liberación.
Nuevos tiempos, nueva política
Lo que sí parece claro, es que la democracia se encuentra necesitada de alguna que otra reformilla para tapar también algunos de sus desconchones. A pesar de los políticos actuales, muchos de ellos claros exponentes de una degradación del formato más que manifiesta, el sistema sigue funcionando. Como el agua, que también algo tiene cuando la bendicen.
Ante lo que pudiera parecer, el efecto alerta que la llegada de un personaje como Alvise Pérez supone, no debe dejarnos indiferentes. A pesar de nombrar a sus seguidores como ardillas, realizar proclamas completamente absurdas por imposibles y porno (sí, junto, sí) tener, a diferencia de Cicciolina, ni cuenta con ideario político, Alvise consigue tres eurodiputados y su compañero de variedades chipriota Fidias abrochar su propio escaño. Todo un logro que partidos cabales y serios no consiguen. Pues algo habrá que mejorar, dado que entre las 800.000 ardillas de Alvise no puede ser que se concentren todos los irracionales de un país.
El descrédito de la política es moneda común y ya una realidad considerada como inevitable. Dado que ir aguas arriba, al propio concepto nutriente de la democracia, resulta intocable, como la Constitución, vayamos aguas abajo, proponiendo por ejemplo que los políticos se sometan a escrutinio anual de sus logros o que tan solo cumplan, en el plazo que hayan considerado como más adecuado en su legislatura y constatado de manera clara, con, al menos, la mitad de sus propuestas. Quizás así finalmente, “se acabó la siesta”.