Redondo de Ternera

Ternera, a quien no le gusta su apodo, sigue orgulloso de su pertenencia a ETA; incluso, con esa mirada inquisitiva y deshumanizada, consecuencia de la altura moral de considerarse sabedor de contener verdades universales e imperecederas, enuncia: “soy una persona como otra cualquiera”

El periodista Jordi Évole (i) y el director y guionista, Márius Sánchez (d), durante la rueda de prensa de la presentación del polémico documental «No me llame Ternera» en el 71 Festival Internacional de Cine de San Sebastián. EFE/ Juan Herrero

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Padre, confieso, en estos primeros momentos del año 2024, que he pecado. Por avatares del destino, compartí con el autodenominado Follonero (quien, con esa denominación, en el pecado lleva la penitencia), una excrecencia que lleva por título No me llame Ternera. No he podido, en realidad, ni querido, apartar de mi ese cáliz, instado por las habladurías y las maledicencias. Varias veces tuve que levantarme con inevitables ganas, no de miccionar, sino de vomitar.

Bienaventurados los limpios de corazón

Lejos de mi la funesta manía de juzgar; no juzguéis y no seréis juzgados, adoctrina el libro sagrado. Pero hay veces que resulte imposible hacer de la necesidad virtud. Ternera, a quien no le gusta su apodo, sigue orgulloso de su pertenencia a ETA; incluso, con esa mirada inquisitiva y deshumanizada, consecuencia de la altura moral de considerarse sabedor de contener verdades universales e imperecederas, y con la contundencia de quien cree tener razón, no sólo, sino también y siempre, toda la razón, enuncia: “soy una persona como otra cualquiera”. Bueno, vaya, no sé si tanto. Matar no está bien, argumenta, pero él sólo mató un poquito… Nunca habla de asesinatos, sino de muertes, de uno y otro lado (pero, ¿cuáles son los lados?). Malos, asesinos, son los yihadistas, con los que, a su juicio, no comparte nada.

Oficinista del crimen, sólo hizo su trabajo; limpieza de burócrata con gatillo fácil. En realidad, como bien dice, sólo fue uno más. Todo es una obviedad, una evidencia palmaria, fue así o así lo fue; en realidad, había que hacer algo y se hizo. Con verbo esquivo, carente de un argumentario florido, se evidencia una mente simple, con ideas fijas y con necesidad de un guion, por cierto, seguro que presente en la mesa por lo tornadizo, en ocasiones, de la mirada. La culpa, en realidad, fue de todos; sí, unos por pegar tiros, pero los otros también por dejárselos pegar, por fascistas. El Movimiento de Liberación siempre pretendió dialogar, por eso iban encapuchados en las comparecencias públicas, para que el diálogo fuese distinto, novedoso, sorpresivo. Cucú, ¿a qué no sabes quién te va a pegar un tiro en la nuca?

Blanqueamiento anal

Hace ya algún tiempo, se puso de moda la práctica del blanqueamiento anal. Pues uno creía que estas idioteces tenían fecha de caducidad. Pero no, pasaron de realizarse en las clínicas de estética a convertirse en supuestos docudramas donde se muestra la humanidad del entrevistado. Con una teatral mirada directa, pero con ruego de clemencia, se nota que al Follonero Ternera consiguió hacerle sentir el frio del caño de la pistola en la nuca. Pregunta con tino, plumilla, no vaya a ser que tengas que arrepentirte. Es el miedo que provoca el saber que das miedo.

Pocas veces se asiste a un ejercicio de mayor rendido homenaje a la barbarie, de absolución mediática disfrazada de testimonio. Hubo que darles la razón para que no siguiesen matando, lo que pasó, pasó, y había sus razones. La política es así, son hechos consumados. Maquiavelo, en realidad, era de Lekeitio. Ternera lamenta el dolor de las víctimas, pero un muerto ya no se duele. Pero ni perdón ni condena, “que pida perdón ETA”, como si ello fuese posible. Seamos sinceros, en el fondo, o ya en la superficie, la convicción de que hizo lo que tenía que hacer, la mirada siempre al frente, no hay de qué ocultarse. No fuimos derrotados, simplemente, nos dimos cuenta, transitando mientras buscaban setas, de que ese no era el camino. Y el Follonero, sin el mínimo gesto de arcada.

El poder de la confesión

La confesión no es válida si se oculta un pecado mortal; y matar, lo es. La condición para el perdón a través de la confesión es el arrepentimiento. Pero es difícil cuando, como tiene que ser, prima lo colectivo sobre la responsabilidad individual. Fuimos todos, fue la historia. En realidad, si lo pienso bien, creo que ni estuve allí; y de pertenecer a la cúpula de ETA, pues habría mucho de lo que hablar. Pues es el resultado el que dicta todo lo contrario: de los cuantificados 830 asesinatos, 22 de ellos niños, más de 2.632 heridos, 86 secuestros, miles de extorsionados con el supuestamente obligado impuesto revolucionario (Ternera dixit, “el impuesto revolucionario era necesario, fue una consecuencia del conflicto”), 377 crímenes aún están sin clarificar. Vaya, ¡como para arrepentirse!

Remedando al tango, sabemos que, si ya 20 años no son nada, 50 todavía menos, o eso quieren hacernos creer. No en vano, Gardel nació en Toulouse, cerquita, al ladito mismo de Iparralde, el país vasco norte. Obligado estás a olvidar, sobre todo cuando cinco votos te encañonan.

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