¡Qué statu quo!

La batalla contra la barbarie es una lucha constante y, aunque el camino sea difícil, la esperanza y la determinación pueden apuntar o, incluso, corregir la dirección hacia un futuro más humano

Decenas de personas durante una manifestación en apoyo a Palestina, desde Atocha hasta la plaza de Callao, a 27 de septiembre de 2024, en Madrid (España).

Decenas de personas durante una manifestación en apoyo a Palestina, desde Atocha hasta la plaza de Callao, a 27 de septiembre de 2024, en Madrid (España). Fernando Sánchez / Europa Press

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El estado de un determinado momento o conjunto de condiciones que prevalecen en un momento histórico determinado suele aludirse mediante el latinismo statu quo, literalmente “en el estado que” y reducción de la fórmula diplomática in statu quo ante.

Utilizo esta expresión para aludir a la encrucijada existencial en que se encuentra actualmente la humanidad, donde la barbarie y la desesperación se entrelazan en un escenario global marcado por las guerras, las migraciones forzadas, el capitalismo salvaje y las crisis de todo tipo: desde económicas o climáticas a epidémicas o anímicas. Además, resulta que no solo somos los responsables de dicho estado, sino que también nos acostumbramos al mismo, convirtiéndolo en normal y obviando el mal y el horror que producen estos hechos y situaciones.

Así, por ejemplo, por la que el Consejo de Europa denomina la “ruta central”, que tiene a Libia como principal punto de salida, se ha producido un aumento significativo en el número de migrantes. En el intento por controlar la situación, la Unión Europea ha destinado miles de millones de euros. Sin embargo, el año pasado, esta ruta registró 158.000 entradas. Es decir, la situación sigue siendo caótica y, encima, los recursos destinados a controlar el flujo migratorio terminan en gran medida en manos de grupos paramilitares.

Al mismo tiempo, en la ruta occidental, el gobierno español también invierte grandes sumas en impermeabilizar la frontera, sin que ello tampoco mitigue el caos y la desesperación que empuja a miles de personas a abandonar sus hogares. Como ha pasado en el reciente naufragio ocurrido frente a las Islas Canarias, con una decena de muertos y cerca de cincuenta desaparecidos, lo que podría convertirse en la mayor tragedia migratoria en el archipiélago en los últimos 30 años.

La situación se complica aún más por el enriquecimiento de empresas del sector militar, que han encontrado en la crisis migratoria otra oportunidad de negocio, a sumar a las fuentes habituales de las guerras. Mientras que, a medida que los gobiernos compran más armamento y tecnología, el número de muertes, tanto en “tierra, mar y aire” (tal y como acaba de declarar Netanyahu) sigue aumentando.

Este círculo vicioso perpetúa la deshumanización de las sociedades, sobre la que escribí una serie de artículos en esta misma columna de opinión, donde la muerte de seres humanos por estas causas evitables están a la orden del día y resultan tan cotidianas que nos hemos acostumbrado. Algo así como si el camino existencial que decidimos tomar nos llevase al desastre, sin hacer nada para evitarlo o corregirlo.

Tras la nueva ofensiva israelí en el Líbano, que ya ha dejado más de 600 muertos y que se suman a los 40.000 en la franja de Gaza, la población enfrenta también el terror de ser desplazada nuevamente. En la mente de muchos libaneses resuena la guerra de 2006, que enfrentó a Israel y Hezbolá y dejó un saldo devastador de muertes, desplazamientos y destrucción en el país. Así como las matanzas en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila, a manos de milicias libanesas aliadas con Israel, que ocurrieron en septiembre de 1982 durante otra invasión israelí del Líbano.

Tanto las anteriores como las nuevas matanzas resaltan la fragilidad de la paz y la necesidad de recordar el pasado para evitar que se vuelvan a producir

La brutalidad de esos eventos ha dejado una huella profunda en las psiques del pueblo libanés y el palestino, alimentando de nuevo el horror la repetición de tales atrocidades. Además, tanto las anteriores como las nuevas matanzas resaltan la fragilidad de la paz y la necesidad de recordar el pasado para evitar que se vuelvan a producir.

El conflicto en oriente próximo y las crisis migratorias en Europa son solo dos caras de una misma moneda. Ambas situaciones reflejan la complejidad de un mundo donde la guerra y la desesperación llevan a las personas a arriesgarlo todo en busca de seguridad y dignidad. La historia nos ha enseñado que la humanidad tiene la capacidad de superar la barbarie pero, para lograrlo, es fundamental que la sociedad civil se una en solidaridad y empatía.

En cambio, como se está viendo en las elecciones de los llamados países democráticos y avanzados (como en las recientes elecciones regionales en Alemania o generales en Austria), no parece que esa sea la dirección o determinación que estamos asumiendo, sino todo lo contrario. Es decir, retomando la analogía del camino existencial, colectivamente no solo no hacemos por evitar o corregir la horrorosa deriva si no que, incluso, la acentuamos o incidimos en ella.

Esos resultados reflejan un creciente apoyo a discursos que a menudo se basan en la división y el rechazo hacia los demás, en lugar de promover la cohesión social y el entendimiento mutuo. Una situación que resalta la necesidad urgente de replantear las estrategias políticas, priorizando la solidaridad y la empatía como pilares fundamentales para construir sociedades más justas y resilientes.       

Por eso que es imperativo que los líderes y ciudadanos trabajemos juntos para contrarrestar esta ola de extremismo y abogar por un futuro donde prevalezcan la inclusión y el respeto por la diversidad. En un momento en que el mundo enfrenta desafíos significativos, es fundamental adoptar políticas solidarias que fomenten la empatía y la inclusión; esto es, todo lo contrario de lo que está ocurriendo, tanto a nivel político, social, ideológico, económico, etc.

De hecho, en un reciente congreso internacional en Atenas, organizado por el Instituto para el Periodismo de Investigación de Grecia (iMEdD), periodistas, académicos y profesionales de los medios de diversas partes del mundo, entre los debates de temas relevantes, compartir experiencias y explorar nuevas tendencias en el periodismo, también abordaron cuestiones como la ética periodística, la desinformación y la protección de los derechos humanos, en un contexto global cada vez más desafiante. Durante el congreso, muchos periodistas expresaron su cansancio y desánimo ante la creciente represión y el odio promovido por gobiernos de ultraderecha en Europa, aunque también manifestaron la convicción de que la humanidad puede vencer a la barbarie que estamos produciendo y a la que asistimos como espectadores de un macabro espectáculo.

Por eso que, aunque se continúa alimentando el ciclo de violencia y deshumanización, la voz de quienes luchan por la justicia debe ser escuchada. La batalla contra la barbarie es una lucha constante y, aunque el camino sea difícil, la esperanza y la determinación pueden apuntar o, incluso, corregir la dirección hacia un futuro más humano.

La humanidad tiene la capacidad de dejar la barbarie, si se une en un esfuerzo colectivo para cambiar el actual statu quo. En este momento crítico, es vital que no perdamos de vista el valor de la vida humana y la importancia de construir un mundo donde todos tengamos la oportunidad de vivir con dignidad y esperanza.

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