Productividad versus sostenibilidad
Es imprescindible reconocer que la sostenibilidad no es un obstáculo para el crecimiento, sino un requisito indispensable para un desarrollo prolongado y equitativo
Etimológicamente, Economía sería la “administración de la casa, de la hacienda”. Si ampliamos el concepto, por Economía se entiende esa disciplina que estudia el mejor modo de gestionar nuestros recursos, que son limitados, y ello con el objetivo primordial de conseguir el mayor bienestar colectivo. Su aplicación se concentra en un tiempo y un espacio determinado, lo que suele conocerse como “el escenario”. Consecuentemente, la economía y, en concreto, la política económica deben adaptarse a los cambiantes escenarios sobre los que actúan.
La noción de productividad, basada en los fundamentos de Adam Smith y desarrollada por pensadores como Taylor o Fayol, surge en un tiempo y espacio específicos a partir de una Revolución Industrial que pretendía la búsqueda del crecimiento económico a través de la eficiencia. En este contexto, la productividad entendida como la maximización de la producción por cada unidad productiva, se convierte en un pilar esencial de aquellas sociedades en expansión.
La Segunda Guerra Mundial eleva la productividad a la condición de dogma económico. En un período marcado por la escasez, la necesidad de proveer y la urgencia de reconstruir, la producción masiva se vuelve imperativa con el fin de apoyar la recuperación de las naciones afectadas. Es entonces cuando la productividad, que impulsa un crecimiento económico vertiginoso, adquiere un papel preponderante.
Una vez superada la situación de carencia extrema, la hegemonía de la productividad se mantiene en las políticas económicas hasta empezar a generar efectos perniciosos. La especialización productiva y la globalización, si bien han favorecido en general la eficiencia y el desarrollo, también han propiciado una serie de problemas y riesgos que ahora es necesario atajar. Un ejemplo nítido es la concentración del comercio de semillas en manos de unas pocas multinacionales, lo que ha traído la pérdida de variedades, la desnaturalización de las cosechas y la necesidad de recurrir en mayor intensidad a fertilizantes químicos.
Fruto de la encrucijada descrita en el párrafo anterior, surge el debate entre productividad y sostenibilidad. Es innegable que la productividad ha sido un catalizador de avances significativos en términos de progreso económico y mejora de la calidad de vida. Sin embargo, este enfoque centrado únicamente en la maximización de la producción ha llevado, como decíamos, a una explotación desmedida de los recursos naturales y también a la exacerbación de las desigualdades territoriales y sociales. Este mundo cada vez más interconectado se revela también más vulnerable, en el sentido de que la crisis de un territorio inmediatamente se expande hacia el conjunto de la economía global.
El advenimiento de la sostenibilidad como nuevo paradigma implica repensar nuestro modelo económico y considerar las repercusiones a largo plazo de nuestras acciones sobre el entorno. La sostenibilidad no se limita a la preservación del medio ambiente, sino que abarca una concepción integral que engloba aspectos económicos, sociales y ambientales. Los defensores de la productividad a ultranza argumentan que priorizar la sostenibilidad sobre la productividad podría frenar el crecimiento y obstaculizar el progreso. Sin embargo, esta visión ignora las amenazas inminentes que enfrentamos, desde el cambio climático hasta la pérdida de biodiversidad y la creciente desigualdad. Es imprescindible reconocer que la sostenibilidad no es un obstáculo para el crecimiento, sino un requisito indispensable para un desarrollo prolongado y equitativo.
El paradigma de la sostenibilidad exige un cambio de mentalidad y un enfoque holístico en la toma de decisiones económicas y políticas. Significa abandonar la obsesión por el crecimiento sin límites y adoptar modelos que valoren la calidad sobre la cantidad, la equidad sobre la acumulación desmedida y la regeneración sobre la explotación. En este sentido, la transición hacia una economía sostenible no solo es posible sino también inevitable. Es hora de dejar atrás el dogma de la productividad a cualquier coste y abrazar una visión alternativa equilibrada y respetuosa con el medio natural; por tanto, humano. Solo de esta forma podremos construir un futuro próspero y sostenible para todos, donde el progreso se mida no solo en términos de crecimiento económico, sino también de bienestar humano y preservación del planeta.
Si se mantuviese la productividad como el factor principal de la política económica, es altamente probable que las disparidades sociales se agravasen, los desequilibrios territoriales aumentasen y los riesgos ambientales se incrementasen. Tal escenario implica la certeza de nuevas crisis de diversa índole las cuales supondrían un legado insostenible para las generaciones venideras.