Pataca Miuda
José María Caneda, expresidente del Club de Futbol S. D. Compostela, es uno de los personajes especiales que ha dado el acervo cultural gallego; hombre recio y con ímpetu encomiable, consiguió que un modesto club de tercera pudiese codearse con los imponentes de primera, estando, varios años, a la altura
José María Caneda, expresidente del Club de Futbol S. D. Compostela, es uno de los personajes especiales que ha dado el acervo cultural gallego; hombre recio y con ímpetu encomiable, consiguió que un modesto club de tercera pudiese codearse con los imponentes de primera, estando, varios años, a la altura
Entre los personajes especiales que haya dado el acervo cultural gallego, sabido es que el deporte también es cultura, en hornacina azulada se destaca entronizado el ex presidente del Club de Futbol S. D. Compostela, José María Caneda. Hombre recio y con ímpetu encomiable, consiguió que un modesto club de tercera pudiese codearse con los imponentes de primera, estando, varios años, a la altura. “¡Barsa, Madrid, o Compos xa está aquí!” fue, en el estadio de San Lázaro, el racial grito de guerra durante cuatro años. Tocado en su momento por la supuesta vara mágica de la política, quizás haya sido esta una de sus perdiciones.
Quién ganó las elecciones
Perfil de hacer rotundo, peleador e incendiario, supuesto autor de jocosos equívocos lingüísticos que siempre negó, para la posteridad quedó uno digno de un académico de la lengua, a la altura de la mejor ironía perezrevertiana: Pataca Miuda. Autodefinido como “payaso escondido”, digno discípulo del mismísimo Mario Moreno, se convirtió en un hacedor del idioma, innovando con expresiones tales como “adorar la píldora”, al modo y manera como parloteaba sin descanso Cantinflas en “Ni sangre ni arena” o “Sube y Baja”, “el que esté libre de pecado que arroje la primera teja. ¿Era teja?, no, no, no, bueno, pero de todas formas también descalabra”.
Contestando a la pregunta cabecera sobre el vencedor de las elecciones, pues quiénes, los analistas políticos, en particular, los gallegos. Proliferan las conclusiones de los exégetas, derivas de la obviedad del resultado. Verbigracia: gana el PPdG por mayoría, … pues parece que sí. Los partidos de los extremos no tienen representación, … pues parece que también. Ahora, más que nunca, roza lo obvio que la base del PPdG, alcanzando casi el 50%, era cantado que ganaría. Y Rueda, a la rueda, sin méritos propios, todo por añadidura; pues parece que no.
Vindicación de la normalidad
Algo parece estar cambiando en la política nacional, cuando dirigentes sin un supuesto carisma, bregados en batallas de interiores, están siendo reconocidos por los votantes. Ejemplos hay cada vez más numerosos, en norte, centro y sur de la, todavía, piel de toro. La normalidad, triunfando. Quizás sea una consecuencia de la maduración del electorado de una democracia ya realmente consolidada o un mero síntoma del hartazgo de los liderazgos excepcionales y solitarios, de los “hombres providenciales” impregnados de un carisma casi siempre conducente al precipicio. Remedando a Cantinflas, “hay momentos en la vida que son verdaderamente momentáneos” y este parece ser uno de ellos.
Cualquiera de los representantes de la nueva “normalidad política” presenta una biografía alejada de las estridencias, con vidas normalizadas e, incluso, tocadas de un colorido cotidiano, como doméstico y familiar. Se alejan claramente de los formulismos y los estereotipos atribuidos a una derecha tenedora y rapaz, sin vínculos directos con las ahora denominadas “jerarquías extractivas”. La procedencia de base proletaria ya no parece ser patrimonio exclusivo de la izquierda, máxime en Galicia, invalidando así la supuesta mayor altura moral sostenida por una genética anterior a Mendel. El siglo veintiuno ya no puede seguir pasándole facturas al veinte, y mucho menos en Europa. Ser de aldea, en la aldea global, como reivindicación, no tiene hoy un gran sentido; ya no hay aldeas, sólo aldeanos.
Cercanía y proximidad, acierto y equívoco, discreción y presencia, ni sangre ni arena; ni estridencias ni sólo silencio, tan solo, normalidad.
La, hasta aquel momento, eficaz trayectoria de José María Caneda comenzó a truncarse en aquel histórico 1 de junio de 1994 cuando el conjunto blanquiazul, aupado en volandas por un providencial Fernando Castro Santos, derrotó al Rayo Vallecano en el Carlos Tartiere de Oviedo, sentenciando con ello al equipo dirigido por otro inolvidable de la misma estirpe en origen, David Vidal. Duelo entre hermanos que se saldó a favor del de Amio. No hay derrota más oscura que la que se haya gestado tras una sonora victoria, como bien sabrán Ábalos y su escudero recientemente enriquecido Koldo García. Sombras acechan a Sánchez.
Aprovechamos esta modesta tribuna para animar a un histórico del balompié gallego, inolvidable hacedor de ilusiones compostelanas, en estos sus momentos más duros en los que enfrenta, con recio espíritu deportivo, una grave situación de salud. Forza Caneda!
P.D. Por extraño que pudiera parecer, don José María y el que suscribe no mantenemos lazos familiares; somos, tan sólo, vecinos.