“O eres un imperio o eliges uno”
Mientras China afianza su dominio económico y Rusia despliega su agresión militar, Europa sigue atrapada en debates internos sobre regulaciones climáticas y cuotas de representación, creyendo que la corrección política es un escudo contra la realidad
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Banderas frente a la Comisión Europea, en Bruselas
¡Ey Tecnófilos! El mundo nunca ha sido un lugar de equilibrios justos ni de decisiones compartidas en igualdad de condiciones. Quien todavía crea en la fantasía de un planeta donde cada nación tiene el mismo peso en la toma de decisiones globales, sencillamente no ha entendido la historia. La realidad es otra: o construyes tu propio imperio o te toca someterte a uno. Y Europa, en su infinita ingenuidad, parece haber olvidado esta verdad fundamental.
Durante siglos, el Viejo Continente supo jugar el juego del poder. Roma entendió que sin dominio no había civilización, España expandió su influencia hasta los confines del mundo y Gran Bretaña impuso su voluntad con la Royal Navy como principal argumento. Pero todo cambió tras la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa quedó reducida a un tablero de ajedrez entre dos gigantes: Estados Unidos y la Unión Soviética. La elección no fue realmente una elección, sino un imperativo de supervivencia. Washington ofreció dinero, estabilidad y democracia; Moscú, represión y colectivismo. Europa Occidental, con buen criterio, optó por lo primero y disfrutó de décadas de paz y prosperidad bajo la tutela americana.
Europa sigue atrapada en debates internos sobre regulaciones climáticas y cuotas de representación
Sin embargo, en los últimos tiempos, Europa ha caído en un letargo geopolítico peligroso. Ha dejado de ser un actor con voz propia y ha pasado a ser un mero espectador de los acontecimientos globales. Se ha convencido de que la historia ha cambiado y que puede jugar a la neutralidad en un mundo donde la competencia por el poder es más feroz que nunca. En su obsesión por la burocracia y las normas, ha perdido la capacidad de defender sus propios intereses. Mientras China afianza su dominio económico y Rusia despliega su agresión militar, Europa sigue atrapada en debates internos sobre regulaciones climáticas y cuotas de representación, creyendo que la corrección política es un escudo contra la realidad.
Lo peor es que no solo ha renunciado a ser un imperio, sino que ni siquiera ha sabido elegir uno. Coquetea con la idea de una autonomía estratégica que no puede sostener sin la protección militar de EE.UU., titubea frente a Rusia mientras depende de su energía y se deja seducir por China, cuyos intereses chocan frontalmente con los suyos.
En un mundo donde el pragmatismo es la clave de la supervivencia, Europa sigue creyendo en la diplomacia sin respaldo de poder, en la negociación sin cartas fuertes, en la influencia sin fuerza real.
Pero el tiempo se agota. O Europa elige claramente a qué bando pertenece o corre el riesgo de que otros lo hagan por ella. Porque en la historia, la indecisión nunca ha sido una opción. Solo hay dos caminos: ser un imperio o aceptar el dominio de otro. Y en estos momentos, todo indica que, si sigue sin reaccionar, terminará en la segunda opción sin siquiera darse cuenta.
¡Se me tecnologizan!