Nueva ola de inhumanidad (III)
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) acaba de publicar la primera encuesta sobre "felicidad y valores sociales en España" que apunta, entre otros aspectos, que el porcentaje de encuestados de 18 a 24 años que está en contra de "lograr la plena igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida” se duplica y alcanza el 14% frente a un 7,5% registrado a nivel general
Si en el anterior artículo hacía referencia a unos datos procedentes de una encuesta sobre las elecciones europeas, resulta que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) también acaba de publicar la primera encuesta sobre “felicidad y valores sociales en España”. Dejando a un lado sus respectivos objetivos generales, en ambas muestras me llaman la atención los valores de una parte de la nueva generación, de españoles en este caso, pero que se podrían extrapolar a otras culturas similares.
Si, electoral o políticamente hablando, me sorprendió el elevado porcentaje de jóvenes que preferían un gobierno autoritario (uno de cada cuatro), así como el correspondiente voto joven hacia las opciones ultras, en esta otra información demoscópica también me han saltado las alarmas sociológicas.
Entre los encuestados de 18 a 24 años, el porcentaje en contra de “lograr la plena igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida” se duplica (14%), frente a un 7,5% a nivel general en España. El CIS también ha preguntado en esta ocasión sobre la democracia y destaca que el 20,8% de esos jóvenes no la comparten, muy por encima de cualquier grupo de edad (el 15,2% de los encuestados se ha posicionado muy o bastante en desacuerdo con la afirmación “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, siempre y en cualquier circunstancia”).
En cuanto al comportamiento electoral extremo aludido y su claro protagonismo juvenil, Oriol Bartomeus, investigador del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales (UAB) ha escrito en otro medio: «El objetivo de la mayoría de los votantes de la extrema derecha no es acabar con la democracia, simplemente pretende dar una patada en la entrepierna a “los políticos”. Que eso tenga consecuencias, y que estas consecuencias puedan llegar a ser irreparables, es algo que ni se plantean».
A lo que añado, por un lado y como se suele decir, que “escupen hacia arriba” y, por otro, que entre las candidaturas electorales hay opciones más acordes con los valores humanos y democráticos para expresar esa disconformidad, rechazo o lo que sea. Me refiero a que si la intención de estos votantes es hacer daño, resulta que se lo están haciendo a sí mismos (lo que, como diría mi padre, “es del género tonto”). Según Hannah Arendt (1906-1975), historiadora y una de las filósofas políticas más influyentes, cualquier actividad humana es inherentemente política. Esto es, que todos hacemos y formamos parte de la política (como ya había dicho Aristóteles).
Al comentar este comportamiento electoral con un profesor uruguayo, le dije que algo como “Se acabó la fiesta” había obtenido tres escaños europeos, informándome él de que en su país también el partido de ultraderecha gobernante en coalición, Cabildo Abierto, utilizó “Se acabó el recreo” como campaña electoral. En este mismo sentido de antisistemas democráticos, a la vez que prosistemas únicos, también se habla de la moda y el auge de políticos en plan “estrellas del rock”.
Pero, como se suele decir, “aunque la mona se vista de seda…” o “los mismos perros con distintos collares” o “la cabra siempre tira al monte”. Por ejemplo, Irene Moreira, la mujer del líder de esa formación extremista uruguaya, senadora y nombrada ministra de Vivienda, finalmente tuvo que dimitir –eso sí, con una resistencia que casi causa un cisma gubernamental– por haber entregado viviendas a dedo a sus allegados. Aunque en España el que ha tenido que dimitir es el presidente de uno de los principales partidos porque se enfrentó con la presidenta de la comunidad de Madrid en el caso de las mascarillas de su hermano y, ahora, piden la dimisión del Fiscal General del Estado para zafarse también de los chanchullos irregulares de su novio.
¿Por qué hay tan pocos “Pepes Mujicas”, ejemplo de buen gobierno, honradez o humanidad y, en cambio, sátrapas como Putin, Trump, Kim Jong-un o Daniel Ortega “salen como setas”? le planteaba a este profesor de ética en la educación, cuyo hijo además fue agredido por “tener apariencia delictiva”, al llevar el pelo largo, con secuelas personales todavía y, para colmo, el ataque político de la vicepresidenta del gobierno, Graciela Bianchi, al denunciar este padre y educador la cultura de la violencia en el país.
Pienso que tanto en estas ideologías como en quienes las apoyan hay algo más que ese cabreo, rechazo o protesta aludidos. Y no parece que sea nada “sano” o bueno, sino todo lo contrario. De hecho, el líder francés del Reagrupamiento Nacional, Jordan Bardella, la “nueva estrella” de la extrema derecha para las recientes elecciones presidenciales, precisamente basó su estrategia en “la llamada desdiabolización” de esta opción e ideología, igual que Milei en su campaña, como aludí al comienzo de esta serie de artículos. Todo lo cual me recuerda al título de una famosa película, El diablo se viste de Prada (en este caso de voto).