Nueva ola de inhumanidad (II)

Una encuesta del CIS con motivo de las pasadas elecciones europeas apuntaba que la cuarta parte de los menores españoles de 35 años eran partidarios de opciones autoritarias en política

Bandera franquista en una manifestación en Madrid

Bandera franquista en una manifestación en Madrid. EFE

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Según una encuesta que el CIS realizó con motivo de las pasadas elecciones europeas, la cuarta parte de los menores españoles de 35 años eran partidarios de opciones autoritarias en política (quizás se pueda leer también que no democráticas).

Se supone que son la generación con más y mejor acceso a la información, pero parece que no a la de Historia, con mayúscula para indicar la científica, ya que algunos de esos jóvenes defienden a Franco y a otros dictadores. Tampoco deben saber mucho, como otra gran parte de la gente, de los valores que representan «las palabras cardinales de la democracia moderna: libertad, igualdad y fraternidad», como escribió Octavio Paz (1914-1998).

Según este Premio Nobel de Literatura en 1990, «la libertad sin igualdad genera injusticia». La apelación que hace la actual presidenta de la Comunidad de Madrid a la misma y su política sería un claro ejemplo de ello, aunque Octavio se refería, muy acertadamente, al «feroz liberalismo económico que padecemos y que está conduciendo al mundo a la catástrofe». Continuando con que «la igualdad sin la libertad genera tiranía», como en «los regímenes comunistas», desde Corea del Norte a Cuba, pasando por China o Rusia. Mientras que, según Paz, «la fraternidad es la más importante», porque «armoniza las otras dos y nos ayuda a corregir sus excesos. Su otro nombre es solidaridad».

Y aquí pienso que está una clave de lo que está sucediendo con la nueva ola de inhumanidad: la falta de solidaridad frente al individualismo imperante, cuyo valor es ensalzado desde ciertas posiciones ideológicas, precisamente para alimentar al «feroz liberalismo económico» y, además, enfrentar u oponerse deliberadamente a la fraternidad, a lo que armoniza libertad e igualdad.

Un individualismo disfrazado de empoderamiento (“me van a decir a mi…”, libertad de salir en plena pandemia, etc.) pero que, en realidad, se traduce en egoísmo. Cuando el individuo solo no es existencialmente posible y somos seres sociales por naturaleza. Cuando una cosa es conocerse a sí mismo, como ya postulaba Sócrates, y ello es perfectamente compatible con la cooperación que, según todos los estudios sobre nuestra existencia y evolución como especie, resulta una de las claves que nos ha permitido llegar hasta aquí.

En cambio, estas opciones políticas ahora y de nuevo en auge predican todo lo contrario, es decir, no solo van en contra de la fraternidad o la solidaridad sino que, abogando directa o indirectamente por el egoísmo, conducen claramente a un proceso contrario al que nos ha permitido desarrollarnos como especie e individuos.

De hecho, un reciente ejemplo de esta característica forma autoritaria y extrema de pensar y actuar donde, como se suele decir, la solidaridad “brilla por su ausencia” (y, por tanto, también la armonía entre libertad e igualdad), es el de la ultraderecha en España oponiéndose a la acogida de menores migrantes y que ha dado lugar, incluso, a rupturas de alianzas políticas y salidas de gobiernos autonómicos y municipales.

Para tal muestra de insolidaridad y de inhumanidad dicen, por ejemplo, que acoger a esos niños implica “asumir la inseguridad y ser cómplices de robos, machetazos y violaciones”. Esto es, afirman lo que no hay y, en cambio, niegan lo que existe, como que los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, –lacra especialmente trágica en estas fechas– sea violencia de género o machista. Negacionismo que es otra de sus señas de identidad, como con el cambio climático, las vacunas, los fusilados o desaparecidos durante las dictaduras, incluso del Holocausto, etc.

Estas opciones políticas ahora y de nuevo en auge conducen claramente a un proceso contrario al que nos ha permitido desarrollarnos como especie e individuos

También podría ser que teman que, a lo peor, estos niños nos devuelvan lo que ha hecho nuestra cultura europea en ese continente. Si no les fallase a voluntad la memoria, muy característico también en estas ideologías, con solo recordar el nefasto fenómeno de la esclavitud o el inhumano colonialismo europeo reconocerían que más inseguridad y barbaridades no las provoca nadie como en esta parte del planeta “más desarrollada”.

Vastas regiones africanas –casi que el continente– fueron repartidas entre los países europeos, que han ejercido un dominio directo y sin importar dividir comunidades étnicas y culturales, lo que ha generado conflictos internos y fronterizos hasta hoy. Pasando por la codiciada explotación de sus recursos naturales, como caucho, oro, cobre, cobalto, cromo, manganeso, bauxita, diamantes, petróleo, gas natural, cacao, pesca, etc. Dejando a África empobrecida, inmersa en conflictos armados, corrupción y dependiente de las economías europeas que, además, han explotado la mano de obra (incluida la infantil) y causado sufrimiento y muerte a millones de africanos.

Bastaría mencionar el macabro genocidio llevado a cabo en el Congo por el rey Leopoldo II de Bélgica o las atrocidades de los blancos en el apartheid sudafricano para refrescar un poco esa memoria tan “mala” que tienen algunos. Mientras que, actualmente, el llamado primer mundo sigue explotando y dejando sin recursos a estos seres humanos, a los que después de hacerles migrar, se les niega o impide prácticamente la única opción que les queda, jugándose para ello la vida.

Por ejemplo, en la citada estos días Ghana, de donde tuvieron que migrar los padres de Nico Williams, uno de los héroes de la reciente Eurocopa, los caladeros de pesca han sido arrasados por flotas europeas, dejando sin su principal medio de subsistencia a la gente de esa costa, cuyos cayucos solo les son útiles ahora para jugarse la vida en la peor travesía en busca de un difícil futuro.

Lo mismo que pasa con los agricultores, expulsados por multinacionales para imponer sus cultivos; o los niños y demás personas explotadas en las minas de cualquier materia que se precie. Por no hablar de usar su territorio como nuestro basurero, tanto de ropa usada, aparatos de todo tipo, plásticos o, lo que aún es peor, residuos nucleares, como en el caso de Francia en Níger, llevándose el uranio enriquecido y dejando allí un rastro de muerte.           

Así que ni la historia, ni la literatura, ni los valores democráticos, ni la memoria, ni la moral, ni la solidaridad, ni menos aún la evolución como especie se tienen en cuenta ante ese egoísmo disfrazado de individualismo y del que algunos se aprovechan o usan para sus intereses, sean políticos o económicos, añadiéndose ahora el del deporte. Tampoco la paleoantropología tiene nada que hacer o decir ante estos casos, aunque nos confirme que nuestra existencia ha sido gracias o se la debemos a, precisamente, seres procedentes de África. Pero qué es todo eso ante la “supremacía blanca”, algo que tampoco existe pero que esta gente se empeña en hacer prevalecer.

Intentando explicarlo de forma metafórica, además de ser la vaca de donde hemos salido los terneros europeos, seguimos ordeñándola hasta la extenuación. Pero cuando pide o quiere subsistir, la insolidaridad e inhumanidad que se quieren imponer (el egoísmo) se lo niega, impide o pone todo tipo de obstáculos.

Lo mismo que pasa o se podría aplicar respecto a la migración procedente del otro lado del Atlántico, en este caso ejemplificada esa doble o ceguera moral con el reciente episodio protagonizado por el productor musical Nacho Cano, detenido por explotación laboral y trata de personas, al hacer trabajar 12 horas diarias, sin recibir el salario mínimo y reteniéndoles el pasaporte a jóvenes mexicanos, bajo el pretexto de “becas de aprendizaje”.

Otro repaso histórico y sociológico que, por prescripción ideológica, tampoco entra en las formas de pensar que, en cambio y en contra de cualquier evolución positiva, parecen volver a fomentar más o nueva inhumanidad.

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