Nueva mala política
Desde hace unos años estamos asistiendo a un fenómeno en el que los que dominan la economía mundial no se conforman con ser “titanes del mercado”, sino que aspiran a ejercer una influencia directa en los asuntos políticos, geoestratégicos y hasta espaciales
Parece que la política está experimentando un cambio, dejando lo que tiene que ver con la lucha por el poder entre ideologías tradicionales ─como el liberalismo, el socialismo o el conservadurismo─ y pasando a depender de figuras destacadas en el mundo de los negocios. Me refiero a que los denominados “tecnomagnates”, como Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg, y personajes como Donald Trump o Javier Milei, están llevando la lucha por el poder a un terreno donde el mercado, más que las ideologías tradicionales, marca la pauta del discurrir político.
Hasta hace poco, los partidos y sus ideologías eran los encargados de hacer política, al menos de cara a la galería, o aunque por detrás operasen también otros poderes. Sin embargo, desde hace unos años, estamos asistiendo a un fenómeno en el que los que dominan la economía mundial no se conforman con ser “titanes del mercado”, sino que aspiran a ejercer una influencia directa en los asuntos políticos, geoestratégicos y hasta espaciales.
El caso de Elon Musk es paradigmático. Su empresa SpaceX ha abierto una nueva etapa de exploración espacial, mientras que Tesla ha desafiado a las industrias automovilísticas tradicionales y ha comprado Twitter para divulgar lo que quiera. Pero también ha ganado poder político al influir sobre la transición energética, el futuro del transporte y hasta en la forma en que las naciones deben posicionarse frente al cambio climático o enfrentarse a sus enemigos, como en el caso de Ucrania y su dependencia de los satélites de este iluminado. Lo mismo que sucede con Jeff Bezos, que no solo se ha consolidado como el dueño de Amazon, sino que ha impulsado iniciativas para colonizar el espacio y establecer un dominio sobre la logística mundial.
No en vano, seis de las llamadas BigTech o grandes empresas tecnológicas ─Google, Amazon, Apple, Microsoft, Tesla y Facebook─ ya suponen alrededor del 2% del PIB mundial solo a través de sus ingresos directos, pero su influencia en la economía global y en la vida cotidiana es mucho mayor si consideramos su poder en los sectores de la tecnología (IA, computadores cuánticos, etc.), la comunicación (redes sociales, periódicos, etc.), las finanzas (mercados bursátiles, fondos de inversión, etc.) y el consumo (logística, pagos electrónicos, etc.).
Tampoco parece que sea casualidad que en la reciente y segunda toma de posesión de Donald Trump hayan estado presentes el presidente de la empresa con más valor en Bolsa del mundo (Tim Cook, de Apple), Jeff Bezos (Amazon), Sundar Pichai y Sergey Brin (Google), Mark Zuckerberg (Meta), Sam Altman (OpenAI) y, por supuesto, el nuevo responsable del Departamento de Eficiencia Gubernamental, Elon Musk (SpaceX, Tesla y X), precisamente haciendo un gesto parecido al saludo nazi.
Asimismo, hay que tener presente que, aunque parezca un movimiento que solo se está produciendo en occidente, sin embargo, tanto en Rusia como en China, Vladimir Putin y Xi Jinping han tomado medidas drásticas contra oligarcas y figuras de alto perfil, para eliminar posibles desafíos a su autoridad o a las políticas y directrices del Estado que ellos acaparan.
De hecho, además de opositores políticos destacados, como Alexei Navalny, desde el inicio de la guerra en Ucrania, varios oligarcas rusos han fallecido en circunstancias sospechosas, posiblemente debidas a purgas internas. Como Leonid Shulman y Alexander Tyulyakov, directivos de Gazprom; Serguéi Protosenya, exejecutivo de Novatek;… y así, que se sepa, cerca de una veintena de casos.
Mientras que en China, justificando campañas anticorrupción o de “prosperidad común”, varios altos funcionarios y empresarios prominentes han sido detenidos o han desaparecido. Como Jack Ma, fundador de Alibaba; Bao Fan, fundador del banco de inversión China Renaissance; Ye Jianming, también fundador del conglomerado energético CEFC China Energy; etc.
Otra de las características que distingue a estas nuevas figuras emergentes es que, mientras los políticos clásicos solían emplear en sus discursos y propuestas informaciones respaldadas por intelectuales, expertos, estudios y análisis científicos, estos nuevos líderes adoptan una postura escéptica sobre el conocimiento académico y la experiencia. Así que quizás las citas a Ramón y Cajal, a Machado, a Unamuno o a Ortega y Gasset, a las que a veces recurrían los parlamentarios españoles, pasen también a ser cosas del pasado.
Las ideologías tradicionales parece que están siendo reemplazadas por movimientos más personales, donde el “héroe iluminado” (o heroína) se presenta como el salvador de una nación o de una comunidad
Por ejemplo, además de su mala relación con el mundo de la cultura, Trump ha ignorado a la ciencia en temas como el cambio climático y la pandemia del coronavirus. Por su parte, Milei ha promovido ideas radicales que desestiman cualquier tipo de intervención estatal, aludiendo a una “libertad” económica que, en la práctica, favorece a los grandes capitales y crea desigualdad. Como Ayuso en Madrid, alentando a “tomarse una caña” frente al confinamiento, o asfixiando a la educación y sanidad públicas y favoreciendo a las privadas, o dándose un «morreo político» con Milei (im)poniéndole una medalla.
Este desprecio por el conocimiento no es solo una característica de estos personajes, sino que está relacionado con una visión en la que la política es reducida a un juego de poder económico, en el que las soluciones no dependen de expertos ni de consensos, sino de la capacidad de comunicar, simplificar y “vender” una narrativa populista. Lo que es amplificado por la nueva estructura de los medios de comunicación que, en lugar de informar, se han transformado en plataformas para la manipulación de la opinión pública.
El hecho es que esta otra parte del proceso, bautizada como “memecracia”, ha transformado el escenario político. Las redes sociales y los medios digitales han dado lugar a una nueva forma de comunicación, en la que la política se reduce a un meme o a una imagen viral. Si antes los medios de comunicación eran utilizados por los partidos para difundir sus ideas o ganar los debates, ahora parecen un campo de batalla para la manipulación emocional, donde los mensajes son simplificados hasta su mínima expresión.
La memecracia basada en la viralidad, que no deja de ser un contagio, ha favorecido la ascensión de estos líderes, y los expertos en manipular estos medios lo han aprovechado para crear narrativas y mensajes populistas, muchas veces alejados de la realidad (no en vano Trump, además del presidente de las 30 mentiras diarias durante su primer mandato, es el promotor del término fakenews) y sin sustento en argumentos racionales (léase ejemplo de Miguel Ángel Rodríguez, que se encarga de esta parte para su jefa).
En este contexto, las ideologías tradicionales parece que están siendo reemplazadas por movimientos más personales, donde el “héroe iluminado” (o heroína) se presenta como el salvador de una nación o de una comunidad (precisamente, hablando de El Salvador, como en el caso de Bukele). También en España, donde “salvapatrias”, como Santiago Abascal, desprecian la lógica o la historia; mientras que otros, como Alvise, se apuntan al carro con algo tan hipócrita como “se acabó la fiesta”, mientras es juzgado por estafa.
La irrupción de estos personajes no solo significa un cambio en la estructura de poder, sino que también implica una transformación en la forma en que se caracteriza la política misma. Si antes esta giraba en torno a ideas y programas, hoy se ha convertido en un juego de dominio económico, donde los actores más influyentes son aquellos que controlan los recursos, la información y, cada vez más, las decisiones de gobierno.
En resumen, la influencia de los Musk, Bezos o Trumps refleja la tendencia hacia un modelo de política centrado en el mercado, donde la ideología, pero también la experiencia, el conocimiento y la justicia, son reemplazados por una retórica populista.
El reto al que nos enfrentamos pasa por conseguir una política basada en la reflexión profunda, en la construcción de consensos y en el respeto por la verdad y el conocimiento. Sin ello, corremos el riesgo de que esta actividad e institución humana quede atrapada en la mecánica del mercado donde, como se sabe y conoce, los intereses económicos priman sobre el bienestar común.