Nuestra otra factura eléctrica
Con cada nuevo teléfono, ordenador o dispositivo inteligente, surge también un problema creciente y casi invisible para la inmensa mayoría: los desechos electrónicos
En estas fechas, las luces y demás parafernalia electrónica hacen que nos sintamos más arropados, celebrando el ancestral impasse del solsticio de invierno, con el que empieza a crecer de nuevo el tiempo diurno. Así tenemos desde los adornos navideños caseros, a pesar de la subida de un 10% en el impuesto de la luz (y eso con la “excepción ibérica” a la que se intenta dar continuidad), hasta los alumbrados públicos y demás gastos energéticos que conllevan este tipo de celebraciones (tanto en unas culturas como en otras). Y eso a pesar de “la que está cayendo”, como se suele decir.
Pero tampoco esto está exento de problemas y polémica, desde la denominada contaminación lumínica, el gasto energético que conlleva (como por ejemplo la famosa iluminación navideña en Vigo, compuesta de 11,5 millones de bombillas led y 2.308 árboles decorados), hasta la afectación a nuestro entorno, pues no solo impacta en las ciudades, sino que alcanza a zonas rurales y a especies como aves, insectos o anfibios. En este caso, con la alteración de sus ritmos circadianos, que afectan a su descanso, comunicación, reproducción o mismo a su comportamiento, según un estudio de científicos del CSIC, publicado en la revista People and Nature.
El caso es que nuestra sociedad está inmersa en un mar de innovación tecnológica, el cual también tiene consecuencias o, como solemos entender mejor, su precio. Como –por caso– el agua que consume, algo que puede parecer trivial pero que, por ejemplo, la Confederación Hidrográfica del Tajo ha tenido que hacer valer en un informe, sobre la limitada disponibilidad de este recurso en la región, para que Meta Platforms Inc. (Facebook, Instagram, WhatsApp) reduzca el agua que necesitará para abastecer al centro de datos planificado en Talavera de la Reina. Con 665 millones de litros anuales de agua potable para refrigerar los servidores y que han anunciado van a reducir un 24%, lo que supone bajar a unos 500 millones de litros.
Asimismo, en constante sucesión se lanzan al mercado dispositivos electrónicos. Para fabricar un ordenador de gama media se contaminan unos 1.500 litros de agua, se consumen 240 kg. de combustible y se usan 22 kg. de productos químicos. En total, casi dos toneladas de agresión al medio ambiente por cada computadora.
Teniendo también que hablar de los crímenes que genera el coltán de nuestros teléfonos móviles, material escaso cuya explotación ha financiado la guerra entre el Congo y Uganda, en la que ya han muerto más de 6 millones de personas.
Con cada nuevo teléfono, ordenador o dispositivo inteligente, surge también un problema creciente y casi invisible para la inmensa mayoría: los desechos electrónicos. Este fenómeno, generalmente ignorado, amenaza con convertirse en un importante problema medioambiental, por la naturaleza de los desechos electrónicos, sus implicaciones y difíciles soluciones para abordar este desafío global.
Abundando o sumando a nuestra capacidad de contaminar y de degenerar el planeta y la vida, la proliferación de residuos electrónicos se ha convertido en otra amenaza de la llamada cuarta revolución. Según un informe de la Organización de Nacionaes Unidas (ONU), en el año 2019 se superaron los 50 millones de toneladas de basura electrónica en el mundo. También se calcula que el tráfico de estos residuos, mayoritariamente ilegal, mueve ya más que el negocio de la droga. Y esta marea tóxica va en aumento.
Los efectos de los desechos electrónicos son diversos e impactantes. En primer lugar, el vertido incontrolado de estos dispositivos libera sustancias químicas tóxicas al suelo y al agua, contaminando recursos naturales esenciales. Además, los trabajadores de los vertederos de desechos electrónicos en los países en desarrollo están expuestos a graves riesgos para la salud, al manipular productos químicos peligrosos sin las medidas de seguridad adecuadas. Esta realidad revela la dimensión global del problema, porque los desechos electrónicos de un país pueden terminar en otra parte del mundo.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), clasifica este tipo de basura electrónica en función del dispositivo alimentado con energía eléctrica del que proceda y teniendo en cuenta los tipos de RAEE (Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos), también conocidos como e-waste. Estos dispositivos van desde teléfonos móviles hasta grandes electrodomésticos, y su rápida obsolescencia y sustitución contribuyen al aumento exponencial de esta forma de desperdicio. La mayoría de estos dispositivos contienen sustancias peligrosas, como mercurio, plomo y bifenilos policlorados (PCB) que, si no se manejan adecuadamente, pueden tener consecuencias devastadoras para el medio ambiente y para la salud humana.
Otro aspecto grave de nuestro mundo eléctrico es su conexión con la obsolescencia programada. Las empresas de electrónica a veces diseñan sus productos con la intención de volverse obsoletos en un corto período de tiempo, lo que obliga a los consumidores a actualizar constantemente sus dispositivos. Esto no sólo aumenta la generación de desechos electrónicos, sino que también alimenta un ciclo insostenible de consumo y descarte.
Ante este desafío, brillan por su ausencia medidas para reducir, reutilizar y reciclar los desechos electrónicos. De hecho, según investigaciones llevadas a cabo, por ejemplo en nuestro país, se hizo un seguimiento de casi una veintena de dispositivos electrónicos y sólo una cuarta parte de ellos acabaron en un centro de reciclaje de residuos autorizado (se puede ver en el documental, emitido estos días por TVE2, Tráfico de residuos electrónicos. La tragedia electrónica).
Falta desarrollar e implementar políticas más estrictas de gestión de los desechos electrónicos, así como regulaciones para garantizar la eliminación adecuada y segura de los dispositivos desechados. Además, fomentar la investigación y el desarrollo de tecnologías que faciliten el reciclaje de componentes electrónicos es crucial para reducir la dependencia de nuevas materias primas. Y, como en toda nuestra actividad, urge pasarnos o hacer de una vez una economía de tipo circular, acorde con el entorno y la vida.
La educación pública también desempeña un papel vital en la lucha contra esta forma de entender y aplicar el consumo electrónico. Hacer que los usuarios seamos conscientes de los impactos ambientales y sociales de nuestros hábitos de consumo puede mejorar actitudes y comportamientos. Otra estrategia clave es promover el diseño de productos sostenibles y dispositivos que sean fáciles de reparar y actualizar, así como también puede ayudar a prolongar la vida útil de los dispositivos electrónicos establecer programas de devolución e intercambio.
En definitiva, nuestro estilo de vida basado en la electrónica también resulta un desafío global que requiere acción inmediata y colaboración global. Sus consecuencias no sólo afectan al medio ambiente, sino también a las comunidades vulnerables de todo el mundo y a nuestra vida en general. Cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en esta causa, desde tomar decisiones de consumo más sostenibles hasta presionar a las empresas y a los gobiernos para que adopten prácticas más responsables. Nuestra capacidad para abordar esta era electrónica determinará también en gran medida el futuro sostenible del planeta.
¿Podemos disponer de recursos sin degradar? ¿Tenemos que elegir entre tecnología y medio ambiente? ¿Será nuestro sino vivir a costa del entorno? ¿Qué factura nos va a suponer este modus operandi?
Continuará…. en el 2024.
¡¡¡ Feliz Año!!!