Menudo Belén

La Navidad es un tiempo de celebración, de luces brillantes y cánticos que llenan las calles que conmemora el nacimiento de un niño en Belén, un evento que, para los cristianos, simboliza esperanza, amor y salvación; pero hoy, la misma tierra del nacimiento de Jesús es escenario de una realidad que contrasta dolorosamente con este mensaje

La Defensa de Israel Las Fuerzas de Defensa de Israel llevaron a cabo incursiones selectivas en la Franja de Gaza el 27 de octubre de 2023 y atacaron decenas de objetivos pertenecientes a militantes de Hamás

Fuerzas israelíes a lo largo de la frontera con Gaza. EFE/HANNIBAL HANSCHKE

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La expresión popular “menudo Belén” se emplea para referirse a una situación caótica, un desorden o un problema difícil de resolver. A la vez, Belén es el lugar donde, según la tradición cristiana, nació Jesús. Desde el siglo XIII, gracias a San Francisco de Asís, surgió la costumbre de representar este acontecimiento con pesebres, figuritas y escenas que recrean aquel momento humilde y entrañable. Estas representaciones se extendieron por todo el mundo cristiano, convirtiéndose en un símbolo de paz, ternura y espiritualidad. 

Sin embargo, montar un Belén no siempre es tarea sencilla. Las escenas incluyen muchas figuras y detalles: pastores, animales, casas, montañas, ríos de papel de aluminio… A menudo, armarlo implica un gran despliegue de creatividad, que puede derivar en cierta confusión o caos, especialmente cuando los más pequeños de la casa participan. Este hecho podría estar en el origen de la expresión “menudo Belén”, como una forma coloquial de describir el desorden que puede generar montar este escenario navideño. 

Con el tiempo, la frase trascendió su contexto original y comenzó a utilizarse de manera figurada. Un “Belén” dejó de referirse exclusivamente al pesebre para aludir a cualquier situación complicada o caótica, especialmente aquellas que involucran a muchas personas o elementos que parecen fuera de control.

Aunque su tono sea ligero y coloquial, la expresión “menudo Belén” también puede invitarnos a reflexionar. Nos recuerda que, incluso en medio del caos, el Belén original simboliza un mensaje de esperanza, reconciliación y paz. Quizás, detrás de cada “Belén” que vivimos en nuestras vidas, haya también una oportunidad para buscar orden, serenidad y un significado más profundo. 

La Navidad es un tiempo de celebración, de luces brillantes y cánticos que llenan las calles. Se conmemora el nacimiento de un niño en Belén, un evento que, para los cristianos, simboliza esperanza, amor y salvación. Pero hoy, la misma tierra del nacimiento de Jesús es escenario de una realidad que contrasta dolorosamente con este mensaje.

En los últimos meses, más de 200 niños han sido asesinados o heridos en Belén, una ciudad que debería evocar paz y armonía. A pocos kilómetros de allí, en Gaza, la situación es aún más desgarradora. Desde el inicio de la ofensiva israelí, más de 17.000 niños han perdido la vida, incluidos cerca de mil menores de un año y 223 recién nacidos. Entre ellos, 44 niños han muerto de hambre, un hecho que revela la magnitud del sufrimiento causado no solo por la guerra, sino también por la falta de acceso a alimentos, medicinas y refugio. 

Es inevitable pensar en la contradicción: celebramos el nacimiento de un niño en un pesebre humilde mientras otros niños, en la misma región, son silenciados por el estruendo de las bombas. Entre el nacimiento de un niño y el silencio de miles, la Navidad nos invita a reflexionar sobre la inocencia y el valor de la vida, pero ¿cómo podemos mirar hacia otro lado cuando tantos pequeños son víctimas de conflictos que no comprenden y que, sin embargo, les arrebatan todo? 

Y no es solo en Gaza y Cisjordania. Lamentablemente, en muchas partes del mundo ─casi todas─ los niños son víctimas de conflictos armados, explotación laboral y sexual, trata y violaciones de derechos fundamentales, sufriendo desplazamientos, reclutamiento como soldados, violencia física y psicológica y pérdida de acceso a educación y salud.

Celebramos el nacimiento de un niño en un pesebre humilde mientras otros niños, en la misma región, son silenciados por el estruendo de las bombas.

Según UNICEF, 1 de cada 4 niños en el mundo vive en un país afectado por la guerra o el desplazamiento forzado, debido a conflictos y desastres naturales. Más de 150 millones de niños sufren desnutrición crónica y 263 millones carecen de acceso a la educación, una herramienta fundamental para salir del ciclo de pobreza y violencia. Y, ya que hablamos de nacimientos, alrededor de 57,5 millones de niños nacieron este año en zonas afectadas por conflictos y otras crisis humanitarias.

Esto es, mientras familias preparan sus hogares para las festividades navideñas, en muchas partes del mundo, millones de niños enfrentan un destino marcado por el miedo, la pobreza y la muerte.  Con esta paradoja existencial, la Navidad no debería ser solo un momento de celebración personal o familiar, sino una oportunidad para preguntarnos cómo podemos contribuir a que este mensaje de paz y esperanza sea real para todos. No es necesario ser un líder político o una organización internacional para marcar la diferencia. Pequeñas acciones pueden tener un impacto significativo.

Enseñar a las generaciones futuras la importancia de la solidaridad y la empatía puede ser el primer paso para construir una sociedad más comprometida con la humanidad.  Informarse y compartir datos sobre la situación de los niños en Belén, Gaza y otras regiones en crisis puede generar mayor sensibilidad social. Hablar de ello en círculos familiares y comunitarios ayuda a concienciarnos al respecto. Apoyar a organizaciones que trabajan directamente con niños afectados por la guerra, como UNICEF, Save the Children o Médicos Sin Fronteras, es una forma concreta de ayudar. La ciudadanía también tiene el poder de exigir políticas exteriores más justas y el fin del comercio de armas que alimenta estos conflictos. 

Aunque la realidad es dura, no debemos perder la esperanza. La Navidad nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros, puede surgir una luz. La historia del niño nacido en un humilde establo en Belén es también la historia de cómo la humanidad puede encontrar fuerza en su vulnerabilidad y unidad en su diversidad. 

Cada gesto de bondad, por pequeño que sea, cuenta. Cada palabra que denuncia la injusticia o que apoya a quienes luchan por los derechos de los niños es un paso hacia un mundo más humano. 

Mientras encendemos las luces del árbol de Navidad y colocamos el pesebre, recordemos a esos niños que no tienen voz, a aquellos que no pueden celebrar nada porque se les ha arrebatado su infancia. Pensemos en cómo nuestras acciones pueden ayudar a transformar su realidad. La Navidad, al fin y al cabo, no es solo una fecha; es un compromiso con los valores que encarna: la paz, la esperanza y la justicia. 

No dejemos que el mensaje de Belén quede sepultado bajo los escombros de la indiferencia. Que esta y otras navidades sean llamadas de atención y a la acción, recordatorios de que el nacimiento de un niño en Belén nos invita a proteger la vida de todos los niños del mundo. Esa debería ser la ilusión que nos trae la Navidad.

Así, la próxima vez que usemos la expresión “menudo Belén” podemos recordar su origen humilde y su evolución hasta convertirse en una metáfora de la vida misma: a menudo caótica, pero siempre con la posibilidad de encontrar algo bueno en medio de lo malo.

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