La supuesta bondad del ornitorrinco
A juicio de los exégetas partidarios y partidistas del epistolar realquilado monclovita con casero en Waterloo, los ataques a su mujer, Begoña Gómez, no dejan de ser incursiones guerrilleras contra la mismísima figura de la viva personificación de la democracia, aquel que le hace sonreír más que el dentista, su marido
Hubo un tiempo en el que el título definía una obra, en particular, en el caso de la literatura española contemporánea. Proliferaron así nominaciones de libros como “El peso de la paja”, que, siendo de Terenci Moix parecía presagiar cara y… cruz, “La hija del caníbal”, adelanto preclaro de los tiempos actuales por obra y gracia de Rosa Montero o “Soldados de Salamina” que dista mucho de localizar Javier Cercas la trama en Grecia.
Así como hay portadas, tal cual los títulos, que en nada presagian el contenido del volumen, en el reino animal pasa algo parecido. Hay especies que semejan personajes de una película de la factoría Disney, pero que más bien debieran formar parte del reparto de una de la Hammer. Los castores son animales muy agresivos si sienten amenazado su territorio, y muerden; las procesionarias del pino son altamente urticantes y los hipopótamos son culpables de la muerte de unas 500 personas anualmente en África. El caso del adorable ornitorrinco resulta especialmente sorprendente, siendo uno de los mamíferos más tóxicos del reino animal, junto con el loris perezoso y la musaraña americana.
Estamos BeCoña
A pesar de ser un mamífero, pone huevos, y como collage animal, tiene hocico de pato, cola de castor y patas de nutria. La primera vez que el biólogo George Shaw vio la piel de un ornitorrinco allá por el comienzo del siglo XIX, este determinó que se trataba de una falsificación, creada para gastarle una broma. A través de dos espolones dispuestos en las patas posteriores, puede inyectar veneno a posibles víctimas. Durante el período reproductivo, los machos se apuñalan entre sí para ganarse a las hembras, un ejemplo más de la estupidez de los sementales en estos tiempos del MeToo. Para más inri como cúmulo de peculiaridades, estos peluches diabólicos no tienen estómago, poseen diez cromosomas sexuales (los seres humanos solo tenemos dos míseros) y su piel es biofluorescente.
A juicio de los exégetas partidarios y partidistas del epistolar realquilado monclovita con casero en Waterloo, los ataques a su mujer, Begoña Gómez, no dejan de ser incursiones guerrilleras contra la mismísima figura de la viva personificación de la democracia, aquel que le hace sonreír más que el dentista, su marido. Esta envenenada defensa bien podría titularse “La estrategia del ornitorrinco”, dado que, de ser ciertas algunas de las imputaciones, harían caer en el descrédito a quienes se hubieran convertido en pobres Quijotes defensores de Dulcineas ajenas. Pero el servicio estaría hecho, que no es otro que rendir pleitesía, a corto, al amo y señor a través de su consorte. Voces hay que piden la regulación de las funciones propias de la primera dama. Una vez dinamitados los roles de género y, como los ornitorrincos, disponiendo de una diversidad sexual superior a la decena, largo se nos fía el documento que la cobije. Lo más legítimo y democrático sería poner al lado de cada postulante a cargo en las papeletas a su pareja, para saber así bien a quien votamos, pero, sobre todo, para qué.
Ética y estética
Reivindicamos que el principio de la ética se encuentre en la estética. En el fondo, y en contraposición, el bien lo está, dado que lo bueno y lo bonito suelen ir de la mano; que bien, y que bonito. Su disociación augura maniobras indebidas, que debieran alertar de los espolones que inyectan sustancias tóxicas, como en el caso de los ornitorrincos.
Este fin de semana se han convocado elecciones en Venezuela. El resultado es feo, y ello no augura nada bueno. La democracia caribeña, en riguroso peligro, la tiene que salvar un superhéroe mal copiado de la prolífica firma Marvel, y no puede ser otro que Super Bigote. Y de esto es, en realidad, de lo que adolecen las democracias contemporáneas, de estética; y las dictaduras, todavía más. Si la mera existencia sin rubor de la imagen de Maduro convertido en super defensor de no se sabe muy bien qué peligros, no avergüenza al propio representado, tenemos que creer a pies juntillas en la existencia del ornitorrinco, pero sabiendo, eso sí, que el animal fabrica su propia ponzoña.