La rojez de las gallinas
En la mitología creada por el Camino de Santiago, se enroca, cada vez más habitualmente, el gallego crítico, defensor de un patrimonialismo jacobeo que ve en el caminante un ajeno que viene, incluso, a cuestionar los valores regionales
Pues va y resulta que un sesudo estudio publicado por el Applied Animal Behavior Science, dirigido por la etóloga Delphine Soulet, concluye que las gallinas se ruborizan. Pero no por lo que ven, sobre todo actualmente, si no por lo que sienten. La primacía de lo sensible sobre lo racional también es una moda en el universo avícola. Quien lo iba a decir en el 300 aniversario del nacimiento del filósofo alemán Immanuel Kant, quien ya hizo prevalecer la racionalidad sobre la sensibilidad. Pobre.
Sentirse un decorado
Tiempos son de una retirada del dominio de la razón, incluso de lo razonable, sobre lo sentimental. Alcanza hasta a los pollos, mejor en masculino, de pleno, quienes, parece ser, mantienen una compleja vida emocional. Hay que ver, que equivocado estaba el idealista alemán, siglos subestimando la importancia de la expresión emotiva gallinácea. En particular, la calma ante la excitación se manifiesta más en las gallinas habituadas a tratar con humanos; ese es el benéfico efecto que producimos en nuestras aves domésticas, suponemos que, pobres, confiadas ellas, antes de ingerirlas. Incauta ave corralera, quien también sufre el sexismo, como ya pronosticara Fanny, aquella defensora del amor libre en el criadero polumífero desde el Santuario animal de almas veganas, dado que en latín su nombre es Gallus Gallus. Propuesta anti discriminatoria: cambiémosle el nombre por Gallus, Gallinus, Gallines, más acorde con la actualidad.
La gallina como parte del decorado
Voces se alzan, cada vez más sonoras, ante los desmanes provocados por los usuarios del Camino de Santiago. En el actual frenesí denominatorio, hasta les hemos puesto nombre a los descuidados neo peregrinos, turigrinos, como hacemos en el rural con las gallinas. Hay que ver lo importantes que son nuestras pitas que hasta las estamos legalizando; según datos oficiales, ya van más de 40.700 gallineros convertidos en “explotaciones de autoconsumo”. Ese furor legalista nos va a privar de encontrarnos a las gallinas correteando por el Camino, sueltas como parte de un idílico ecosistema, donde se pueden observar a jabalíes absortos ante el paso de los caminantes, o a urogallos, extasiados ante la indumentaria recién comprada en el Decathlon, mallas y visera incluidas.
En la mitología creada por el Camino de Santiago, se enroca, cada vez más habitualmente, el gallego crítico, defensor de un patrimonialismo jacobeo que ve en el caminante un ajeno que viene, incluso, a cuestionar los valores regionales. Hasta una influencer gallega nos trata de convencer de que a los de Santiago y, por ende, a los gallegos, nos ven como parte del paisaje. Vano intento porque SOMOS parte del paisaje; como las gallinas.
Preservar Compostela
El turismo está desbocado, ya no es como el de antes, privilegio de unos pocos, que consideraban el desplazamiento parte del bagaje necesario para identificarse como personas cultas y educadas. Ahora, todo está masificado; pues hay que reaccionar. Hasta Compostela, sin gondoleros, sufre la llegada masiva de berreantes peregrinos que, sobre todo y eso es, en el fondo, lo molesto, entonan cánticos religiosos que perturban las merecidas siestas del conjunto de los sufridos habitantes de la almendra histórica compostelana. Pero, ¿cómo se atreven? La reacción ha sido contundente: el plácido Barrio de San Pedro levantado en armas, plagado de carteles avisando, en gallego, de su impertinente osadía. Llegan noticias alarmantes sobre lo mucho que tiemblan en Bratislava.
Nuestros vecinos hermanos portugueses, inteligentemente atentos siempre a nuestros descuidos, ya están sacando réditos ante nuestro rigorismo regulatorio y cuidado animalario. La ausencia de obligación en el registro de los corrales, hace aumentar las ventas de gallinas en el país luso. Gajes de la asimetría. No contentos con eliminar los peajes y facilitar la implantación de empresas en su territorio, van y se imponen también en el peregrinaje: el Camino que más crece, en estos momentos, es, cómo no, el portugués.
P. D. En realidad, aunque no le importa a nadie, soy nacido en la Rúa de San Pedro, en la misma Puerta del Camino, cuando se nacía en casa, lo que, por cierto, no me da derecho a nada, solo a decirlo.