La hidalguía del trabajo. Olegario Vazquez Raña, post memoriam.

Don Olegario, uno de los nuestros, aunque en la distancia, siempre mantuvo esa parte de la entraña enterrada junto a las raíces de los castaños de Ourense

Olegario Vázquez Raña en el acto de entrega del premio Ourensanía 2024

Olegario Vázquez Raña en el acto de entrega del premio Ourensanía 2024

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Sentir la ausencia no precisa haberla vivido. En muchas ocasiones, algunas vivencias trascienden lo meramente intransferible y se sumergen en lo más hondo de la genética. Para muchos descendientes de gallegos, la emigración se convierte en ese mordisco en el alma, que, con el tiempo, se va incorporando como el pedazo que falta, para acabar formando parte de un corazón siempre roto, aunque siempre cosido, restaurado con los recuerdos. Olegario Vázquez Raña, uno de los nuestros, aunque en la distancia, siempre mantuvo esa parte de la entraña enterrada junto a las raíces de los castaños de Ourense.

Manos trabajadas no ofenden.

Hijo de la emigración, don Olegario, nombre predestinado, del germano “pueblo ilustre”, alumbró en Ciudad de México en 1935, poco después de la llegada de sus padres al nunca suficientemente agradecido abrazo mexicano, procedentes ambos de la comarca de Avión, cuna de fortunas de leyenda, embajada de México en Galicia. Contaba el galaicomexicano con cinco hermanos, llamados también a destacar en los negocios, Aurelio, Apolinar, Sara, Abel y Mario nacido ya alguno en el originario Barroso de Avión. Hijo tercero de Venancio Vazquez y María Raña, regentaban estos un almacén de muebles en la colonia Guerrero de Ciudad de México, germen de la cadena, como no, Hermanos Vázquez, un referente del montaje de hogares en México.

Habituado al trabajo desde los nueve años, en cuanto se integra en el ya asentado negocio familiar, junto a sus cuates acabará configurando un imperio nominado como Grupo Empresarial Ángeles, con renombre final Grupo Vazol. Desde un inicio, se fueron sucediendo las aperturas y las ampliaciones, desde el generador negocio de amueblar vidas, hasta el cuidado sanitario, la comunicación y los dineros bancarios o la hotelería. Todo un grupo compuesto por cinco grandes divisiones, cerca de 40.000 empleados y más de 14 empresas. En Avión, son así, no se andan con chiquitas, y si hay que ir con pitos, se va con pitos, y si hay que ir con dobles, pues se va con dobles.

Subida al Olimpo.

Inevitable la visita en agosto, Avión se transmuta, por un mes, en el centro del sentir gallego en el exterior, sobre todo con banda sonora de mariachi con gaita y tequila contra caña. Volcados al deporte, los hermanos Vázquez se convierten, gracias al tiro, en participantes en los Juegos Olímpicos, miembros honorarios a su vez del Comité Olímpico Internacional (COI). Rara mezcla la que se produce entre la querencia por lo propio, la comodidad en el ferrado y el trato más cercano con todo aquello que acontece en el orbe deportivo cada cuatro años, los de Avión se acabarán convirtiendo en los líderes morales del olimpismo mexicano.

A través del recuerdo, el enlace con el pasado, la emigración asumida como remembranza, nuestra memoria se entrelaza con todas las memorias ajenas. Herederos de un país que convierte las lágrimas en lluvia, la bruma en temperamento y la tierra en un sentir, la generación todavía no nata reivindica el pasado a través de la galleguidad, esa manera de entender la vida y de entenderse con las otras vidas. La postmemoria, ese vínculo que las generaciones posteriores mantienen con aquellos que vivieron el desarraigo, trauma personal y colectivo, que palpita vivo a través del relato de lo que fue, se plasma ahora, en el presente, a través de las interminables partidas de dominó en la taberna de Moncho en Avión, rodeado de sus correligionarios en el noble arte de hacer empresas. Alrededor de las veintiocho fichas de dominó, don Olegario, haciendo pareja con Daniel Goñi, notario local, se enfrenta, a la par, con los magnates Miguel Rincón y Carlos Slim. Un duelo de fortunas que acaba en un ¡cierro!, como ocurre en cualquier tasca de cualquier pueblo de Galicia.

A cada ficha puesta, como en la vida, las ganas de continuar se pegan a la piel, como la raña. Pero, en algún momento, don Olegario, había que parar, y también como ese aparello llamado raña, útil pensado para la pesca del pulpo, uno de sus anzuelos se clava en el escurridizo corazón, haciendo que las suturas que lo mantenían unido se deshagan y dejen volar el ánima hasta donde la emigración ya no permite regresar.

Descanse en paz un hombre a quien su tierra, sin parirlo, quiso tanto como él a ella.

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