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¿Hacia dónde va la sostenibilidad?(IV)
En lugar de intentar mantener el modelo vigente cambiando “el combustible”, debemos intentar una transformación profunda de la economía dirigida a ralentizar las actividades no esenciales hasta que no consigamos una nueva forma de producir que permita reducir las emisiones
A pesar de los múltiples avisos que el planeta lleva dando en las últimas décadas, hemos reaccionado tarde y mal al enorme desafío del calentamiento global. Si en 1995, las emisiones de CO2 en el mundo eran de 23,5 mil millones de toneladas métricas, esa cifra alcanzó en 2023 los 37,5 mil millones en una curva ascendente que solo experimentó una leve reducción en 2009, año de fuerte crisis económica, y en el año pandémico de 2020. Como consecuencia, la temperatura global ha continuado al alza y se ha situado 1,2° por encima del nivel pre-industrial, muy cerca del tope del 1,5° establecido por el Acuerdo de París en 2015. Todo parece indicar que los compromisos de reducción de los gases de efecto invernadero no son suficientes para evitar que el planeta supere ese temible umbral de 1,5°.
Fuentes de energía renovable
Los esfuerzos hasta el momento han sido claramente insuficientes y las políticas tampoco han sido las más acertadas. La prioridad tanto de la investigación como de la inversión, se ha concentrado en el desarrollo de energías renovables con el objetivo de seguir produciendo lo mismo pero a partir de fuentes sostenibles. Se ha conseguido un avance importante en la eficiencia de las energías solar y eólica, con una reducción muy apreciable de los costes. Ello ha permitido aumentar de manera relevante la cuota de producción y consumo de estas dos fuentes alternativas a los combustibles fósiles, pero el resultado neto ha sido decepcionante a la vista de los datos que mostramos en el primer párrafo.
Además de que la apuesta por las fuentes de energía renovable se comprueba insuficiente, existe un problema añadido de grandes proporciones. Y es que esas fuentes de energía renovable exigen una serie de materias primas que se localizan en lugares muy concretos. Los paneles solares requieren minerales como el silicio, la plata y el indio; los generadores eólicos necesitan tierras raras como el neodimio, el disprosio y el praseodimio; las baterías de la automoción eléctrica precisan litio y cobalto. Estos minerales se extraen en su mayoría de China y de países africanos. Al igual que los combustibles fósiles, estos recursos tampoco son infinitos, y su extracción y procesamiento provocan un impacto ambiental significativo. Pensando en Europa, estamos moviéndonos de una dependencia del petróleo árabe o el gas ruso hacia otra dependencia esta vez de minerales presentes en China y África.
La transformación necesaria
Hemos llegado a un punto de alarma máxima que requiere estrategias notablemente más decididas e intrépidas. En lugar de intentar mantener el modelo vigente cambiando “el combustible”, debemos intentar una transformación profunda de la economía dirigida a ralentizar las actividades no esenciales hasta que no consigamos una nueva forma de producir que permita reducir las emisiones y que prime la limitación del transporte de mercancías y personas.
Viendo la evolución del calentamiento global, resulta más que necesario investigar a fondo en el ámbito de los procesos y materiales, fomentar la proximidad de las cadenas de valor -los ciclos cortos de producción y distribución- y estimular una nueva relación con el medio que recupere las técnicas de explotación agraria regenerativa que son, además de capaces de capturar carbono, respetuosas con los suelos, la biodiversidad y las especies autóctonas. El ahorro energético debe ser tanto o más prioritario que la sustitución de los combustibles fósiles, sobre todo si esa sustitución se hace a partir de materias primas agotables y de difícil acceso.
De modo complementario, resulta igualmente crucial promover un cambio respecto del dogma de crecimiento económico ilimitado, así como en los hábitos de consumo masivo, lo cual debería incluir el fomento de los productos agrarios frente a los de origen animal. La formación y la concienciación a este respecto deben constituir otro pilar estratégico global si queremos un cambio efectivo y duradero.
Mensaje de síntesis para terminar: la evolución de datos ha puesto de manifiesto que para conseguir un mundo sostenible, no basta con sustituir los combustibles fósiles por fuentes supuestamente renovables de energía. El mundo, y Europa como región más sensibilizada, debe intentar una reestructuración más profunda de su economía, concentrar su I+D y su inversión en generar un modelo económico de menor producción y consumo y en unas prácticas que preserven y regeneren el medio ambiente. Solo así podremos asegurar un futuro habitable para las generaciones venideras; ese es el auténtico reto de la sostenibilidad.