En la selva de la tecnología

Las redes sociales han evolucionado, o involucionado según algunos, en un ‘satisfyer’ para el ego, alimentando un narcisismo desmedido en algunos de sus usuarios

Redes sociales

Redes sociales. Pixabay

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¡Ey Tecnófilos! En la selva de la tecnología, un fenómeno peculiar se ha erigido como un coloso moderno: las redes sociales. Estas plataformas, que inicialmente surgieron como un medio para conectar personas, han evolucionado —o, según algunos, involucionado— en un satisfyer para el ego, alimentando un narcisismo desmedido en algunos de sus usuarios.

Todos, de una forma u otra, poseemos un ego y una cuota de vanidad. Es parte de la naturaleza humana. Sin embargo, en el universo digital de las redes sociales, esta tendencia natural ha mutado en algo más intenso, a veces rayando en lo patológico. Estamos presenciando una transformación cultural, alimentada por likes, retweets y seguidores, que se ha convertido en una especie de moneda social, donde el valor de una persona a menudo se mide por su popularidad online.

Esta nueva realidad social trae consigo consecuencias que apenas estamos comenzando a comprender. Nos enfrentamos a una generación criada en la inmediatez, en la gratificación instantánea, que vive según las teorías de condicionamiento de Pavlov: un ‘like’ aquí, un ‘comentario’ allá, premios y castigos digitales que moldean comportamientos y percepciones. En este entorno, la paciencia y la reflexión se ven reemplazadas por la impulsividad y la superficialidad.

La cultura ‘light’ que emerge de estas plataformas es alarmante. Se caracteriza por una falta de valores sólidos y una incultura palpable que, irónicamente, hace que las personas sean más susceptibles a las controversias efímeras y triviales. Este fenómeno ha llevado a un aumento en la beligerancia online, donde los usuarios se enfrentan por causas nimias, muchas veces desprovistas de cualquier relevancia sustancial en el mundo real.

Las redes sociales pueden crear cámaras de eco que polarizan aún más a la sociedad

La preocupación más profunda radica en el impacto a largo plazo de esta cultura en la formación de individuos. La constante necesidad de aprobación externa y la valoración de uno mismo basada en la percepción digital pueden tener efectos devastadores en la autoestima y el desarrollo personal. Se está creando una generación que podría ser emocionalmente frágil, dependiente de la validación digital y desconectada de las realidades más profundas y significativas de la vida.

Además, estas plataformas han sido criticadas por fomentar la desinformación y los sesgos cognitivos. Al alimentar a los usuarios con contenido que refuerza sus creencias preexistentes, las redes sociales pueden crear cámaras de eco que polarizan aún más a la sociedad. El resultado es un diálogo público cada vez más fragmentado y menos empático.

Las redes sociales, que prometían ser un puente hacia la comprensión y la conexión global, se han transformado en algo más complejo y potencialmente peligroso. La adicción a la gratificación instantánea, la erosión de valores sólidos y la proliferación de la desinformación son desafíos que deben ser abordados con urgencia. No se trata de demonizar la tecnología, sino de utilizarla con conciencia, entendiendo que, como todas las herramientas poderosas, tiene el potencial tanto para enriquecer como para empobrecer la experiencia humana.

¡Se me tecnologizan!

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