Elogio inmerecido de la ‘tontunez’

Que a estas alturas aún no se haya producido una declaración institucional, nacional y autonómica, sobre todo por parte de los parlamentos, de lamento ante lo ocurrido en Valencia, de apoyo absoluto a las víctimas, supone consolidar que la presunción de malicia se ve superada por la de ‘tontunez’

Militares trabajan en la limpieza de una de las zonas afectadas por la DANA, a 8 de noviembre de 2024, en Paiporta, Valencia, Comunidad Valenciana (España)

Militares trabajan en la limpieza de una de las zonas afectadas por la DANA, a 8 de noviembre de 2024, en Paiporta, Valencia, Comunidad Valenciana (España). Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

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Voces airadas se entremezclan desde hace dos semanas derivadas de la indignación provocada por el no hacer, o el hacer mal, de nuestros políticos relacionados directamente con la tragedia acaecida en el Levante. Pero, como es obligado, todavía tenemos que aplicar la presunción de inocencia hasta que pueda demostrarse lo contrario a la posible negligencia, a pesar de la ingente acumulación de incriminaciones, casi casi del volumen del maldito lodo. Parece que, al final, va y resulta que la máquina del fango existía, pero, desgraciadamente, para los inocentes.

La cantidad hace la cualidad

Es tal el desastre provocado por la destructiva Dana que tardaremos una cuantidad ingente de tiempo en poder volver a encontrarnos con una cierta normalidad. Quizás la estupefacción ante lo ocurrido es lo que esté haciendo que las reacciones de los responsables políticos sean tan discretas, tan calladas, incluso tan cautas. Pero lo sucedido es de tal magnitud que, como mínimo, exige pedir solicitar el perdón. Y nadie lo está haciendo.

El derecho a la presunción de inocencia hizo su aparición en la Revolución Francesa, como muchos otros derechos, que se consolidaron más tarde. Se asentó, con posterioridad, en la quinta y la decimotercera de las enmiendas de la Constitución de los Estados Unidos, para acabar entronizándose como tal para un nivel planetario en la Declaración de los Derechos Humanos del año 1948, pasando a figurar en todas las Cartas Magnas de los países con una constitución en vigor. En la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea figura en su artículo 48 con el título de “Presunción de inocencia y derechos de la defensa”.

Lo sucedido es de tal magnitud que, como mínimo, exige pedir solicitar el perdón

En nuestra Constitución, aparece reflejada con claridad en su artículo 24.2, donde se indica que todos tenemos derecho a la presunción de inocencia. La preservación de este tipo de fundamentos de la convivencia nos hace recordar la frase de Hegel cuando enuncia que “un hombre es libre, verdaderamente, si todos los hombres son libres”. Y la mentira, la media verdad o el silencio no son pilares de la libertad.

Pero cuando el volumen de pruebas es tan abrumador y no existe el contrapeso de la duda, la misma duda abruma. Por ello, y para evitar males mayores, debiera completarse la presunción de inocencia con la presunción de malicia y su derivada más ajustada, la presunción de ‘tontunez’. Vayamos por partes.

En ocasiones, parece lo que es

Que en todo lo ocurrido hay mucho más allá de la mera negligencia, parece más que obvio. Aunque no es tiempo de ironías ni de sarcasmos ante las explicaciones que se están produciendo inmediatamente después de la tragedia, aún puede haber sitio para una mínima reflexión ante lo sucedido.

A la presunción de inocencia, cuando se la acompaña de explicaciones sin posibilidad real de contraste o cargadas de contradicciones se le debería aplicar la presunción de malicia. Como bien dice el irónico comentario, no hay nada peor que aparentar ser tonto (o tonta) y confirmarlo con los argumentos expuestos de viva voz.

La versión atenuada de la presunción de malicia, insistimos en que ésta también aparecería provocada por los comentarios indebidos y faltos de coherencia, carentes de verdad al ser contrastados, es la presunción de ‘tontunez’; es más grave todavía, si cabe, porque la de malicia aún podría ser comprensible ante la convicción interior de la conciencia del mal causado. Pero la de ‘tontunez’ supone un insulto no solo a la inteligencia, un escupitajo en el cerebro, sino, y lo que es peor y todavía más lacerante, al dolor y la desolación que viven en estos momentos los afectados por las horribles consecuencias de la Dana.

Que a estas alturas aún no se haya producido una declaración institucional, nacional y autonómica, sobre todo por parte de los parlamentos, de lamento ante lo ocurrido, de apoyo absoluto a las víctimas, sin mencionar el necesario y saludable acto de contrición por los errores cometidos, aunque sin querer negar la presunción de inocencia, supone consolidar que la presunción de malicia se ve superada por la de ‘tontunez’. Hace falta ser sumamente tontos por parte de los políticos implicados como para no asumir desde el primer momento que todo se debe, en gran medida, a una calidad ínfima de gobernantes que ni siquiera parecen interesados en parecer inteligentes.

El silogismo es sencillo: si la soberbia es hija de la ignorancia, y la ignorancia es propia del tonto (o de la tonta), entonces la deducción resulta clara: soberbia y tontunez van de la mano.

Conclusión: “La naturaleza aborrece al tonto”. Henry Louis Mencken. Fin de la cita.

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