Cuando esgrimiendo una motosierra se llega a presidente

Algunos líderes mundiales han utilizado la motosierra como un símbolo de poder y de autoridad, como Javier Milei, que sacó a relucir una durante su campaña electoral, Donald Trump, que ha sido comparado con el villano de la “La matanza de Texas”, o Jair Bolsonaro, que ha llevado a la deforestación de buena parte de la selva amazónica, con el indudable protagonismo de estos aparatos

El presidente electo de Argentina, Javier Milei, sale al balcón de la Casa Rosada para saludar a simpatizantes

El presidente electo de Argentina, Javier Milei, sale al balcón de la Casa Rosada para saludar a simpatizantes. EFE/ Enrique García Medina

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En la literatura y en el cine las motosierras han sido utilizadas como un elemento de terror, por ejemplo, en películas como “La matanza de Texas” o “El ejército de las tinieblas”. Pero lejos de ser algo que solo pasa en la ficción, resulta que estamos asistiendo a cómo los mismos objetos, recursos, argumentos, intenciones o incluso acciones tienen traducción en el escenario político (quizás habría que cambiar a “plató político”), llegando incluso hasta lo más alto del escalafón… y también a lo más bajo del ser humano.

Así, en la política actual, algunos líderes mundiales han utilizado la motosierra como un símbolo de poder y de autoridad. El más evidente Javier Milei, economista ultraliberal que, como candidato presidencial de “La Libertad Avanza” en Argentina, sacó a relucir una motosierra durante su campaña electoral, calificándose a sí mismo como el “rey de la selva”. También en los Estados Unidos, el expresidente Donald Trump ha sido comparado con Leatherface, el villano de “La matanza de Texas”, por su política de inmigración. Mientras que en Brasil, el expresidente Jair Bolsonaro ha sido criticado por su política ambiental, que ha llevado a la deforestación de buena parte de la selva amazónica, con el indudable protagonismo de estos aparatos.

Pero los paralelismos no son solo en cuanto a objetos, comparaciones o metáforas. Si el género de terror se caracteriza por hacer que los espectadores o los lectores sientan miedo y ansiedad, las políticas de estos y otros líderes generan lo mismo, pero a escala social.

Por ejemplo, la política de Milei, descrita como “ultraliberal” y criticada por su falta de experiencia en el gobierno, ya ha infundido más que miedo a los miles de funcionarios argentinos que quiere despedir, más a todo aquel que se atreva a protestar contra sus medidas. Mientras que él, hasta ahora, ha vivido en un hotel de lujo.

En cuanto a Trump, entre infinidad de mentiras y otros escándalos monumentales, ha sido capaz de llegar a separar a los niños de sus padres inmigrantes, más todo lo relacionado con el deterioro de los derechos, de la convivencia y de la democracia, sacando a su país de los tratados y organismos internacionales, pretendiendo variar unos resultados electorales o alentando el asalto a la Casa Blanca.

En España tampoco parece que estemos exentos de este tipo de política y políticos

Mientras que, imitando también la negación del escrutinio electoral y el ataque a los edificios presidenciales, la política ambiental y el manejo de la pandemia por Bolsonaro no solo se corresponden al género de terror, sino que han costado la vida a muchas personas por el coronavirus, así como también a ecologistas y miles de indígenas por anteponer la expoliación de la selva amazónica. 

Pero lejos de ser algo puntual parece que, como decía mi madre, “todo lo malo se pega”. Y así, sin ir más lejos, en España tampoco parece que estemos exentos de este tipo de política y políticos, ni de hechos cuestionando el resultado electoral, o asediando sedes, o boicoteando instituciones o injuriando y mintiendo por doquier, con los correspondientes seguidores, a los que parece que les va este género fuera de la ficción. Algo que poco o nada tiene que ver con la discrepancia ideológica normal, sino más bien con el odio, que es la base de todo este despropósito humano.

Por ejemplo, el líder de Vox ha declarado que “habrá un momento en que el pueblo querrá colgar de los pies a Pedro Sánchez”. Unas declaraciones –entre otras muchas (des)calificaciones– que, sin llegar todavía a ser terroríficas, aparte de fuera de cualquiera normalidad, son peligrosas y pueden traducirse en hechos como el del apaleamiento de la piñata –representando al presidente del gobierno– en la calle Ferraz estas navidades.

Más la agresión habida recientemente en el pleno del Ayuntamiento de Madrid, protagonizada por el mismo diputado nacional y portavoz de esta formación que apareció en los medios realizando disparos con un fusil de asalto, a una diana de silueta humana, en la base de la Brigada Paracaidista en Javalí Nuevo (Murcia), a la vez que manifestaba “este es un hijo de puta del Daesh que había que cargárselo”. En la misma “línea argumental” o “guion” de quienes enviaron al hospital a una concejala socialista y a su pareja, que fueron atacados, en presencia de su hijo de 2 años, en Perales de Tajuña (Madrid), por un grupo de cinco personas, dos de ellas, madre e hija, candidatas de Vox en las pasadas elecciones municipales del 28-M.

Entrando ya en el terreno del esperpento y del horror, también se puede aludir al “papelón” protagonizado por la presidenta de la Comunidad de Madrid que, además de proliferarse también en este tipo de exabruptos y soeces, bajo su gobierno se emitió un protocolo que prohibía trasladar a hospitales a mayores que vivían en residencias si tenían un determinado nivel de dependencia o de deterioro cognitivo. Como resultado, el 77% de los residentes que fallecieron en marzo y abril de 2020 en geriátricos madrileños no fueron objeto de derivación hospitalaria, lo que se tradujo en cerca de ocho mil muertes. Inconcebible, ni en las novelas o películas más macabras.

Conozco a personas a las que les encantan los libros de Edgar Alan Poe o de Stephen King, o películas como “El Exorcista” o “El Resplandor”, porque dicen que sienten un “subidón” (de adrenalina), a la vez que se sienten seguras en casa o en el cine. Pero si eso pasa en la ficción y no tendría que afectar a nadie más, no ocurre lo mismo con la realpolitik, en la que vemos y vivimos continuamente auténticos terrores, como los que también están ocurriendo en Gaza, en Ucrania, en Sudán, en Myanmar o en China (que se lo pregunten a los uigures), donde se están produciendo genocidios, es decir, lo más terrorífico que podemos hacer.

Ya sé que esto no es nada nuevo. Simplemente remitiéndonos a los libros de Historia, parece que se van escribiendo con sangre, con el miedo y el odio como estilográficas. Así tenemos una lista interminable de “figuras” que protagonizan el escenario o plató de la crueldad política de nuestra especie: Calígula, Nerón, Herodes, Atila, Gengis Kan, Vlad el Empalador, Iván el Terrible, Stalin, Hitler, Franco, Mao, Pol Pot, Pinochet, Videla, Idi Amin, Robert Mugabe, Obiang Nguema, Putin, Kim Jong-un o su padre… Un elenco o reparto digno de las películas, de las series o de los libros más terroríficos que se puedan hacer, pero en este caso con hechos, personas y consecuencias reales.

A ver si de una vez entendemos que una cosa es escoger una película o un libro de miedo o incluso de terror y otra muy distinta es elegir, votar, seguir, aprobar, alentar o consentir este tipo de hechos y comportamientos fuera de la ficción.

Aunque quizás en próximos comicios aparezca algún candidato o candidata blandiendo un bate, cual sota de bastos de la baraja, a ver si le funciona como a Milei. Y, lo que todavía sería peor, que ganase, como acaba de ocurrir en Argentina.

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