Carta a los Reyes
La idea de que las máquinas puedan ejercer funciones judiciales o políticas puede parecer futurista, pero algunos casos reales ya ofrecen pistas sobre cómo podría desarrollarse
Volviendo a rememorar la ilusión perdida de los Reyes Magos, a los que se acostumbra a pedir regalos y deseos al iniciarse el nuevo año; sin dejar de apelar a los juguetes propios de este evento, nos vendría bien unos robots jueces y, como pienso que la mayoría hemos sido buenos, pues a lo mejor podían traernos también unos robots políticos.
Aunque este artículo se pueda parecer por ello a una carta a los conocidos Melchor, Gaspar y Baltasar, en un mundo cada vez más automatizado, las posibilidades de que los robots y la inteligencia artificial (IA) asuman roles tradicionalmente reservados a los seres humanos están expandiéndose rápidamente. Y, entre estas posibilidades, la idea de que las máquinas puedan ejercer funciones judiciales o políticas puede parecer futurista, pero algunos casos reales ya ofrecen pistas sobre cómo podría desarrollarse.
El uso de IA en el ámbito judicial ya está ocurriendo, aunque todavía no se ha llegado al punto de que un robot sea considerado juez pleno. Por ejemplo, en Estonia, el gobierno implementó un proyecto piloto en 2019 para desarrollar un “juez robótico” que resolviera disputas legales menores, como conflictos contractuales de bajo importe. Este sistema utiliza algoritmos para analizar los casos y emitir resoluciones preliminares, que luego pueden ser apeladas ante un juez humano. La idea detrás de esta iniciativa es reducir la carga de trabajo en los tribunales y acelerar los procesos legales.
En el País Vasco, la implementación de IA en procedimientos judiciales ha permitido disminuir los tiempos hasta en un 50 %, gracias a herramientas para la transcripción y traducción entre euskera y castellano, para la conversión de audios de vistas en texto y para la búsqueda y análisis de información relevante. También el sistema “Prometea”, desarrollado en el Ministerio Público Fiscal de la Ciudad de Buenos Aires, puede predecir soluciones de casos en segundos, analizando actuaciones previas. Este sistema ha alcanzado una tasa de acierto del 96 % en sus predicciones legales.
Otro ejemplo es la utilización del sistema COMPAS (Correctional Offender Management Profiling for Alternative Sanctions) en Estados Unidos, que ayuda a los jueces a evaluar el riesgo de reincidencia de los acusados durante los procesos judiciales. Aunque no dicta sentencias directamente, COMPAS ha generado controversia por su presunto sesgo racial.
Un estudio realizado por ProPublica en 2016 reveló que este sistema era más propenso a etiquetar a los acusados negros como de alto riesgo de reincidencia, incluso cuando no reincidieron, en comparación con los acusados blancos. Este tipo de sesgo, conocido como “discriminación algorítmica”, muestra que los sistemas de IA no son inmunes a los problemas de parcialidad inherentes a sus datos de entrenamiento. Lo que subraya uno de los mayores riesgos de confiar en la IA para decisiones judiciales: los algoritmos pueden perpetuar prejuicios humanos si no se diseñan cuidadosamente; esto es, lo mismo que ahora.
«Los defensores de la justicia automatizada argumentan que los robots podrían ofrecer decisiones más rápidas, imparciales y libres de influencias externas»
A pesar de estas limitaciones, los defensores de la justicia automatizada argumentan que los robots podrían ofrecer decisiones más rápidas, imparciales y libres de influencias externas; vamos, un adelanto considerable, por ejemplo en nuestro país. Sin embargo, los detractores cuestionan si una máquina podría comprender la complejidad de los contextos humanos, la empatía necesaria en ciertos casos o los principios éticos subyacentes en la aplicación de la ley; por lo que este punto tampoco supondría diferencia alguna con lo que está ocurriendo, por caso, en la politizada y sesgada judicatura española.
La idea de robots como políticos también está ganando adeptos, especialmente en países donde la desconfianza hacia los líderes humanos está en aumento; es decir, en prácticamente todo el mundo. En 2017, un chatbot llamado “SAM” se presentó como candidato en las elecciones generales de Nueva Zelanda. Aunque SAM no podía ocupar un cargo oficial, fue diseñado para interactuar con los ciudadanos, recabar sus inquietudes y sugerir políticas basadas en los datos recopilados. La iniciativa buscaba demostrar que una IA podría ser más receptiva y transparente que los políticos humanos, algo para lo que tampoco es que haga falta mucho.
Un caso más reciente es el de “Michihito Matsuda”, un candidato virtual que compitió en las elecciones locales de Tama, Japón, en 2018. Este “robot político” fue promovido por un equipo de desarrolladores humanos que utilizó IA para analizar grandes volúmenes de datos y formular propuestas políticas. Aunque Michihito no ganó, su campaña atrajo atención mediática y puso sobre la mesa la posibilidad de una gobernanza basada en este tipo de tecnología.
Los defensores de los robots en la política argumentan que podrían reducir la corrupción, tomar decisiones informadas por evidencia y evitar los conflictos de interés; así que aquí los robots tampoco lo tienen difícil para mejorar el plantel político actual en todo el mundo. Sin embargo, surgen dudas sobre la capacidad de una IA para manejar situaciones complejas y altamente emocionales, como crisis internacionales o debates éticos, aunque posiblemente no lo pudiesen hacer peor que ahora. Además, siempre existe el riesgo de que quienes programen estas máquinas ejerzan un control indirecto, perpetuando agendas políticas específicas; es decir, podría ser más de lo mismo pero con máquinas.
Así que, en lugar de reemplazar por completo a jueces y políticos, el enfoque más viable a corto plazo podría ser la colaboración entre humanos y máquinas. Los sistemas de IA podrían actuar como herramientas complementarias, ofreciendo análisis de datos rápidos y objetivos que nos ayuden a tomar mejores decisiones, algo fácil de conseguir tal y como están ahora la política y la justicia.
Como los Reyes Magos ya no operan con la gente mayor, los españoles tenemos otro, también en Oriente y Emérito en este caso, al que podríamos pedirle este regalo de jueces y políticos robots. Por lo que se sabe, el dinero no sería problema. Así, estos juguetes, además de devolvernos en alguna medida el espíritu infantil perdido o abandonado, seguramente nos traerían más alegrías o, cuando menos, menos penurias que los personajes que actualmente protagonizan vergonzosamente estos ámbitos tan importantes para una sociedad y convivencia adecuadas.
Feliz Año 2025