Bullying planetario

Estamos inmersos en la vorágine del rearme europeo, y muchas voces apelan a lo sucedido en la Europa de 1936 a pocos años de ser aplastada por la contundente bota del nazismo. Muchas son las alarmas que suenan ruidosas ante la comparativa.

Vladimir Putin

Vladimir Putin. EFE

Como ocurre con relativa frecuencia, lo cotidiano, lo común y de acceso más inmediato, acaba convirtiéndose en general y aceptado por el conjunto más tarde que pronto. El matonismo, eso que ahora se llama bullying, va siendo, cada vez, más cercado; hasta hemos llegado a comprender al abusador, considerando que es un mero error de educación. Pobre, en su bendita ignorancia, no sabe que es un ignorante, y que su comportamiento obedece a influencias familiares y sociales de las que, al menos un poco, no puede librarse porque no deja de ser una víctima más del sistema. Somos comprensivos, pero firmes; no a la violencia. Pero cuando esto se eleva a categoría planetaria, la condescendencia, por hábito democrático, nos impide ver lo evidente: un matón es un matón, se ponga como se ponga. Vemos en las películas como se suele acabar con su comportamiento, de raíz, habitualmente con más fuerza… o maña. O si no, que se lo pregunten a Karate Kid.

Radiografía del “arrebatapuñadas”

Según la descripción ofrecida por la Unicef, la principal causa del comportamiento intimidatorio (bullying en inglés, deriva de un verbo cuyo significado es intimidar, y que no solo afecta al acoso escolar) son las emociones de frustración, activación emocional negativa o dificultad para controlar los impulsos, siendo la agresión una cierta “forma de comunicación”. También se menciona que este comportamiento es interesado, provocado por la búsqueda de un beneficio personal o social o fruto de una contundente manifestación de poder grupal. Y, como en las películas, el matón (o matona, por supuesto) suele ser un sujeto grande, un tanto torpón y con muestras evidentes de un bajo cociente intelectual. Y la lección se la suele dar alguien con dotes de superhéroe o con poderes ocultos, habitualmente provocadores de una mayor contundencia ante el diálogo basado en la fuerza, conversación esta iniciada muy a su pesar por el pendenciero. Nadie parece habernos advertido de que el acosador podría vestir traje italiano, camisa ajustada y corbata de seda. Y de torpe nada, que tal tipo de sujeto es capaz de acabar presidiendo en más de un gobierno.

La historia, de verdad, ¿se repite?

Estamos inmersos en la vorágine del rearme europeo, y muchas voces apelan a lo sucedido en la Europa de 1936 a pocos años de ser aplastada por la contundente bota del nazismo. Muchas son las alarmas que suenan ruidosas ante la comparativa, e incluso enuncian a la denominada “doctrina Chamberlain” o de appeasement o apaciguamiento, como propiciadora, por blanda, de la Segunda Guerra Mundial. Los Acuerdos de Múnich del 30 de septiembre de 1938, denominados con posterioridad como Pactos de la Vergüenza, reconocieron como legítimas las últimas extensiones del Reich. Sí, es cierto, muy parecido como asemeja que esté haciendo Trump con Putin a costa de Ucrania, la nueva Polonia anterior al 1 de septiembre de 1939.

Pero lo que los exégetas aficionados a la historia y de pluma fácil olvidan son dos hechos casi coetáneos que puedan hacernos reflexionar sobre la supuesta coincidencia de los sucesos históricos: la invasión de Polonia se fraguó entre dos países que solo podían odiarse, como acabó sucediendo, la Alemania nazi y la comunista Unión Soviética, quienes firmaron el infamante Pacto Ribbentrop–Mólotov, y que tanto Stalin como Hitler eran dos auténticos criminales con evidentes rasgos de una muy grave psicopatía; o al menos, propietarios de un absoluto desprecio por las vidas ajenas.

En el caso de Hitler, es suceso poco conocido pero muy revelador, la existencia de un informe psicológico elaborado por el psiquiatra americano de la Universidad de Harvard Henry Murray en 1943 en el que describe al Führer alemán como neurótico y paranoide, y con un comportamiento propio de un criminal compulsivo. Llegó incluso a aventurar su autor que acabaría sus días suicidándose con un tiro en la cabeza, como finalmente sucedió.

Revisión psicológica obligada

Gracias a los avances tanto en psiquiatría como en psicología clínica, se propició que existan, a día de hoy, técnicas modernas para la detección de los rasgos de la psicopatía como la Hare Psychopathy Checklist-Revised (PCL-R), utilizada habitualmente, por ejemplo, por el FBI en criminales y presidiarios. Caracterizándolo como trastorno antisocial de la personalidad, la psicopatía se caracteriza, según este sesudo test, por la ausencia de empatía y remordimiento, utilización de los demás mediante la manipulación y el engaño, así como con una manifiesta incapacidad de adaptase a las normas sociales comúnmente aceptadas. Los individuos (suelen ser hombres) con estas tendencias suelen mostrar rasgos tales como la facilidad de palabra, la mentira patológica, una conducta sexual agresiva y promiscua, y la ausencia de remordimientos o de culpa. Probemos a ponerle nombre y apellidos a estas tendencias y seguro que nos salen más de seis u ocho dirigentes de una afiliación rotunda.

¿Sería posible considerar, en la actualidad, la evaluación de la PCL-R en individuos que se postulasen para puestos políticos y de liderazgo? ¿Se podría aplicar este tipo de test a los candidatos políticos antes de que se pudieran convertir en dirigentes con casi una total capacidad de maniobra? De poder hacerlo, seguro que nos ahorraríamos muchas vidas.

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