‘Besadme el culo’
Donald Trump, este señor que parece sacado de una mala imitación de Shakespeare escrita por un guionista de reality, suelta tranquilamente que más de 70 líderes mundiales le llaman “para besarle el culo”. Y lo dice como quien da las gracias por el café. No se ruboriza, no se disculpa, no se contiene

Archivo – El presidente de EEUU, Donald Trump
¡Ey Tecnófilos! Un primo mío, comunista de los de carné y pancarta —muy leído él, muy comprometido—, me dijo una vez con sorna y ese tono de superioridad moral tan propio: “Tú eres un proyanki, José Antonio, un vendido al imperio”.
Y sí, confieso que me dio rabia… pero sobre todo porque tenía razón. No en lo de “vendido”, claro, pero sí en lo de proyanki. Lo he sido toda mi vida. Y a mucha honra. Siempre he admirado profundamente a Estados Unidos. Por muchas razones.
Admiré —y admiro— que sus soldados cruzaran medio planeta para morir en suelo europeo defendiendo una libertad que hoy algunos dan por hecha. Nunca lo olvido.
Admiro su capacidad infinita para emprender, fracasar, reinventarse y volver a intentarlo. Admiro que allí el éxito se celebra, mientras aquí se envidia. Admiro que alguien que se levanta desde cero y triunfa sea un referente y no un objetivo de chismes en la barra del bar.
Y me fascina su manera directa de entender los negocios, su competitividad sin anestesia y esa brutal convicción de que el futuro no se espera: se construye. Pero con Trump… no. Con Trump ya no entiendo nada.
Vamos a intentar aprender algo
Este señor, que parece sacado de una mala imitación de Shakespeare escrita por un guionista de reality, suelta tranquilamente que más de 70 líderes mundiales le llaman “para besarle el culo”. Y lo dice como quien da las gracias por el café.
No se ruboriza, no se disculpa, no se contiene. Lo suelta. Y punto.
El contexto es aún más grotesco. Impone aranceles del 10 % a todo el mundo, del 20 % a la Unión Europea, y un exabrupto arancelario del 125 % a China. Los mercados se hunden, los bonos del Tesoro tiemblan, el mundo entra en pánico… y él, con la sutileza de un búfalo en un salón de té, da marcha atrás. Pausa los aranceles (a casi todos menos a China) y se vanagloria de tener a medio planeta suplicándole una excepción. Y aquí es cuando la cosa se pone seria.
Porque no se trata ya de una salida de tono más del personaje: se trata de una estrategia deliberada, de una forma de ejercer el poder. El chantaje, elevado a categoría diplomática.
Europa, por supuesto, hace lo que mejor se le da: indignarse con corrección y emitir comunicados tibios. Mientras tanto, Trump maneja los tiempos, agita los mercados, y cobra peaje emocional a todo líder que se atreva a discrepar. Y aquí estoy yo, proyanki confeso, intentando entender cómo ese país que tanto he admirado puede permitirse ahora comportarse como un bravucón de patio de colegio.
¿Dónde ha quedado esa América que inspiraba respeto, admiración, incluso cariño? ¿Dónde está el país que lideraba con ideas, con valores, con visión? Lo peor es que funciona.
Los países claudican, los mercados se ajustan, las empresas tiemblan. Y Trump, con su ego más grande que el déficit, disfruta viendo al mundo arrodillado. Como si todo se tratase de medir quién suplica mejor. Por eso, hoy, con pesar y sin rencor, digo que sí: sigo admirando a los Estados Unidos, pero no a este Estados Unidos.
No al que exige sumisión, no al que ridiculiza a sus aliados, no al que confunde respeto con miedo y liderazgo con intimidación.
Y si mi primo comunista me lee, que sepa que no he cambiado. Sigo creyendo en la cultura del esfuerzo, en la meritocracia, en la libertad de emprender y en la superioridad del individuo frente al rebaño.
Pero también creo en la dignidad. Y eso, ni siquiera el “Imperio” puede exigirme que la sacrifique. Así que, con todo el respeto que merece una nación que tanto ha aportado al mundo…
No, señor Trump. No estamos aquí para besarle el culo.
¡Se me tecnologizan!