Autoritarismo o progreso

El Dr. Nafeez Ahmed advierte que el auge de gobiernos autoritarios y de extrema derecha, con políticas contrarias a la ciencia y el progreso, representa una amenaza significativa ya que no solo refuerzan estructuras centralizadas que dificultan la transición hacia energías limpias, sino que también promueven un retroceso cultural y político

Donald y Melania Trump en una base militar

Donald y Melania Trump. Europa Press – Archivo

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Para transmitir la importancia existencial de la siguiente información podía utilizar algún recurso literario, como el famoso “to be or not to be” shakespeariano. O de tipo cinematográfico, haciendo referencia a la elección entre la pastilla azul (realidad fabricada) o roja (mundo real) de Matrix. También a otros planteamientos que se suelen dirimir como “cuestión de vida o muerte”; así como los de carácter apocalíptico. Aunque quizá lo más próximo a este artículo sea una señal de alarma, incluso de arrebato ante el actual panorama. Pero mejor será que juzgue cada persona.

Según el Dr. Nafeez Ahmed, destacado periodista investigador, autor y académico, nos encontramos en un momento crítico de nuestra historia, ante una encrucijada que determinará si nuestra civilización industrial declina hacia un colapso autoritario o avanza hacia una sociedad postmaterialista basada en energías limpias y abundancia compartida.

El Dr. Ahmed, miembro del Instituto Schumacher de Sistemas Sostenibles, propone que las civilizaciones evolucionan a través de cuatro etapas: crecimiento, estabilidad, declive y transformación. Actualmente, según su investigación publicada en la revista Foresight, la civilización industrial está en la fase de declive, una transición que podría desviarse hacia un camino autoritario si no se toman medidas urgentes.

Un factor clave en este declive es la disminución global del rendimiento energético y el mantenimiento de jerarquías industriales basadas en combustibles fósiles, las cuales perpetúan emisiones de gases de efecto invernadero y aceleran el cambio climático. La solución, afirma Ahmed, radica en adoptar energías renovables distribuidas y tecnologías emergentes, como la impresión 3D, la inteligencia artificial y la agricultura cultivada en laboratorio. Estas innovaciones podrían generar una “superabundancia en red”, garantizando recursos accesibles sin dañar los sistemas planetarios.

Sin embargo, el camino hacia esta transformación está plagado de obstáculos. Ahmed advierte que el auge de gobiernos autoritarios y de extrema derecha, con políticas contrarias a la ciencia y el progreso, representa una amenaza significativa. Estos regímenes no solo refuerzan estructuras centralizadas que dificultan la transición hacia energías limpias, sino que también promueven un retroceso cultural y político.

Pese a los desafíos, Ahmed sostiene que está surgiendo un espacio de posibilidades inéditas. Imaginar un mundo donde la humanidad pueda acceder a energía, alimentos y transporte de forma superabundante y sostenible es fundamental para dar el próximo gran salto evolutivo. Pero esto solo será posible si evolucionamos también como sociedad, adoptando formas de gobernanza más inclusivas, responsables y orientadas al bien común.

La investigadora Gaya Herrington, de la consultora KPMG, respalda estas conclusiones y subraya que el momento de actuar es ahora. “Lo que hagamos en los próximos cinco años determinará nuestros niveles de bienestar para el resto del siglo”, afirma. Este periodo de “ahora o nunca” (como titulé aquí otro de mis artículos) marca un punto de inflexión en el que el rumbo elegido podría significar la supervivencia o el colapso de nuestra civilización.

También el profesor emérito del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de Toronto, Daniel Brooks, autor de Una guía de supervivencia darwiniana, comparte una visión similar. Aunque reconoce que el apocalipsis no es inminente, advierte que el cambio climático y las crisis actuales exigen transformaciones profundas en nuestro comportamiento. “El problema no es tecnológico; es humano”, afirma, y sugiere que superar esta encrucijada requiere un cambio de mentalidad colectivo que rechace el autoritarismo y abrace el progreso colaborativo.

Como vengo diciendo en esta columna de opinión (por ejemplo en Punto existencial de no retorno I, II y III), según estudios recientes (como los 12.000 de la ONU), seis de los nueve límites planetarios que definen un espacio seguro para la humanidad ya han sido traspasados. Johan Rockström, director del Instituto Potsdam de Investigación del Impacto Climático, advierte que estas transgresiones podrían causar daños irreversibles. “No sabemos cuánto tiempo podrá continuar esta situación antes de que las presiones combinadas provoquen un colapso”, explica.

Coincidiendo también en que la solución pasa por alcanzar emisiones netas cero antes de 2100, un objetivo que solo es viable si invertimos masivamente en tecnologías limpias y transformamos nuestras economías. Para lo que, además, resulta crucial fomentar una conciencia global que priorice el bienestar colectivo sobre los intereses particulares.

Por tanto, la humanidad está ante una elección histórica: perpetuar sistemas autoritarios y destructivos o evolucionar hacia una civilización más avanzada y sostenible. Este dilema (“ser o no ser”, “A o B”) no solo refleja el conflicto entre pasado y futuro, sino también nuestra capacidad para aprender de nuestros errores y reinventarnos.

Como especie, hemos demostrado una notable capacidad de adaptación y superación. Ahora, más que nunca, necesitamos aprovechar esta capacidad para asegurar un futuro en el que la humanidad no solo sobreviva, sino prospere. La clave está en elegir líderes y sistemas que prioricen la sostenibilidad, la equidad y la colaboración global. Si lo logramos, el próximo capítulo de nuestra evolución podría ser el más prometedor hasta ahora.

Aunque parece que nuestra especie está apostando en estos momentos por todo lo contrario, como se puede ejemplificar en la nueva toma de posesión del esperpento y de lo incomprensible al frente de una de las actuales potencias mundiales.

Recientemente, en el programa “ERES. Hablamos de SERes”, en Radiosapiens, el paleoantropólogo, catedrático, co-Director del yacimiento de Atapuerca y descubridor del Homo antecessor, Eudald Carbonell ─de las pocas personas con un conocimiento científico tan diacrónico de nuestra existencia─ titulaba su entrevista diciendo que Somos una especie imbécil (algo sobre lo que también he escrito aquí en “Abundando en la estupidez”); porque, metafóricamente hablando, estamos cortando la rama del denominado “Árbol de la vida” sobre la que nos sustentamos.

También me valgo de los recientes incendios en Hollywood para significar este análisis y panorama ya que, casualmente, TVE2 estaba emitiendo esos días una serie documental titulada Planeta congelado y, precisamente, uno de los capítulos mostraba que el deshielo en el Ártico, entre otros nefastos efectos, suprimía la corriente de aire frío que solía recorrer la costa oeste de América del norte, indicando también que eso podía incidir sobre los incendios, como así ha ocurrido. Es decir, que no ha sido por falta de información ni de avisos (tampoco por falta de agua para mantener a un pez, como se ha despachado el nuevo inquilino de la Casa Blanca, con ayuda de su amiguete y magnate pro-marciano), pero una de las zonas más glamurosas de nuestra actual civilización ha ardido, cual Roma en época de Nerón (la historia se repite hasta en los personajes).

Algo ─la información científica y fehaciente que, sin embargo, se sigue negando y sin hacerle caso─, que también se puede aplicar a otros hechos, como la reciente y catastrófica DANA en Valencia, la extinción de especies (desde el pájaro carpintero ─famoso por los dibujos animados─ al rinoceronte de Java), la alteración de hábitats de todo tipo, la subida del nivel del mar, etc.

Así que, por lo de ahora, tal como apuntan las pautas de los dirigentes con que nos estamos dotando, parece que seguiremos haciendo oídos sordos a esta alarma existencial que tenemos ya encima. La cuestión es saber hasta cuándo.

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