Actualidad del siglo XVI
Aún no contamos con información suficiente sobre el daño producido por Bashar al-Ásad y su familia. Pero, cuando lo sepamos con exactitud, echaremos de menos a un jesuita del siglo XVI, considerado un adelantado a su tiempo, Juan de Mariana, autor del polémico y audaz libro “Del rey y la institución real”
Ha caído otro dictador, especialmente sanguinario y cruel este, aunque, en realidad, pues como todos, después de catorce años de una encarnizada lucha fratricida en Siria que, como siempre, sólo han servido para generar una inmensa destrucción, así como un gran dolor a más de veinticinco millones de sirios. La Asiria de antaño se ha visto libre de una entronizada familia alauita, nacida de la más absoluta nada, quién contaba con la inestimable ayuda de una Rusia convertida en alteradora profesional del tablero estratégico mundial. Aún no contamos con información suficiente sobre el daño producido por Bashar al-Ásad y su familia. Pero, cuando lo sepamos con exactitud, echaremos de menos a un jesuita del siglo XVI, considerado un adelantado a su tiempo, Juan de Mariana, autor de un polémico y audaz libro, ya desde el primer momento de su publicación, titulado “Del rey y la institución real” (De rege et regis institutione).
“Es preciso que tema a muchos aquel a quien muchos temen” Séneca
Habiendo nacido en Talavera de la Reina en el año de 1536, publicó Mariana su texto en 1599, astutamente poco tiempo después de la muerte del rey Felipe II. La obra fue tildada de escandalosa, y a su autor víctima de rechazo, se le consideró de inmediato como un rebelde. Pero, con el tiempo, se le señaló como un visionario, un pensador contra su tiempo, precursor de corrientes políticas que florecerían siglos más tarde; tal es el caso del liberalismo. En particular, serán los capítulos V, VI y VII del primero de los libros los que serían estimados como providenciales, ambos tratando con detalle sobre las razones para ejercitar el tiranicidio.
Comenzando por considerar que el gobierno de un solo miembro deba ser preferido a todas las demás formas de jefatura política, alerta el jesuita que este no deberá degenerar en tiranía. Apoyado en los mejores, un monarca educado y magnánimo se acompañaría de un senado en formato de aristocracia o gobierno de los más valiosos, que le evitase caer en una corrupta y viciada tiranía a la que califica como la más abominable forma de gobierno, una calamidad.
Dedicará un capítulo, el V en concreto, a glosar las diferencias entre el rey y el tirano. Este último, considera el talaverano, que, entregándose sin freno a las pasiones, degenera en todo tipo de vicios, principalmente en los de la codicia, la crueldad y la avaricia. En palabras del propio de Mariana, “El rey es humilde, tratable, accesible, amigo de vivir bajo el mismo derecho que los demás; el tirano, que desconfía de los ciudadanos, es medroso, amigo de aterrorizar con el aparato de su fuerza y su fortuna, con la dura severidad de las costumbres y con la inhumanidad de sus juicios”. A pesar de que pudiera parecerlo, esta no es una descripción compatible con nuestra actual realidad política, ni mucho menos. No en vano, Juan de Mariana considerará la democracia contraria al buen sentido, “pues pretende igualar a los que la naturaleza u otra causa superior hizo desiguales”. De todos modos, en el Club de Lectura de los asesores monclovitas no les vendría nada mal hacer una lectura comentada sobre uno de los clásicos de la Escuela de Salamanca.
“Sin duda, es glorioso exterminar en la sociedad humana a estos infames monstruos”
Polémico en sus afirmaciones sobre la iniquidad del tirano, el consiguiente capítulo VI tocará un tema todavía más delicado, máxime a finales del siglo XVI, respondiendo a la encomienda de “Si es lícito matar al tirano”; tal cual. Y la respuesta es afirmativa, sobre todo si el tirano no ceja en el empeño de dañar al pueblo, amparándose este en su derecho a la defensa. Resuelve entonces tajante Juan de Mariana que “existe un derecho a matar al tirano”
De Mariana, atento al detalle, optará en el capítulo VII por deliberar sobre si utilizar el veneno para terminar con el déspota. Aunque no muy partidario, finamente concluye que “está permitido atentar de cualquier manera contra su vida”. Dado que al-Ásad se acaba de refugiar en Rusia, es posible que debiera estar más intranquilo en Moscú, dado lo habilidosos y poco escrupulosos que suelen ser los de la KGB a la hora de eliminar disidentes y otras molestias varias.
Esperemos que estas sean las últimas lágrimas que se hayan podido haber derramado sobre suelo sirio por efecto del sátrapa. Mientras tanto, en América del Sur, algunos pueblos han empezado a toser, cuyos gobiernos afines al ya ex autócrata, aunque todavía no lo sepan, comienzan a manifestárseles algunas décimas de fiebre.