Sede social: identidad, negocio y los bombones de Banc Sabadell

El domicilio de una empresa explica lo que eres, lo que quieres ser o lo que no quieres ser y esto último escuece por el coste político que conlleva

Torre Sabadell, en Barcelona, rebautizada recientemente como Diagonal Vertical.

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En los años 90, en las juntas de accionistas de Banc Sabadell regalaban una enorme caja de bombones a las señoras y los señores accionistas que se pasaban por la reunión anual en la ciudad vallesana. El banco, que aún no cotizaba en bolsa, iba bien, era sólido, repartía buenos dividendos además de chocolate y no había ni muchos motivos de preocupación ni excesivas críticas, aunque en sus tediosas juntas algunos señores accionistas pedían el micro y buscaban sus minutos de gloria con preguntas puntillosas absolutamente prescindibles.

Otros accionistas, prácticos y quizás más despreocupados, se ahorraban toda la parafernalia e iban al grano. Hacían acto de presencia en la junta con sus tarjetas, se identificaban, recogían su Caja Roja de Nestlé personalizada con motivos del banco y se iban a casa sin escuchar a Joan Corominas o Josep Oliu Pich, presidente y director general, respectivamente. ¿Para qué? Ellos ya estaban más que satisfechos con lo que les daba el Sabadell: dividendos y bombones.

Los tiempos han cambiado mucho. Banc Sabadell ya no es solo un gran banco catalán que trata muy bien a las empresas. La entidad está en el grupo de cabeza del sistema financiero español por méritos propios, por resiliencia y por la desaparición de muchos de sus competidores. Ahora cotiza en bolsa –el viernes cerró con un valor de 7.000 millones, casi el triple de los 2.500 millones ofrecidos por el BBVA y que rechazó el consejo en el 2020-, tiene un filial en el Reino Unido y su sede social está… en Alicante.

¿Qué importancia tiene el lugar de la sede social de una empresa? En mi opinión, relativa. En los tiempos actuales, en los que Internet ha convertido a la práctica totalidad de los negocios en globales, todos somos de algún lugar concreto y de ninguno en particular. Los accionistas del Sabadell, que antes llegaban a la junta en coche desde la misma ciudad, Terrassa, Manresa, Granollers o Barcelona, radican ahora en Madrid, Sevilla, Colonia, París, Shanghai, Chicago, Montreal…

La sede social refleja una parte de la historia original, de la vida posterior de una empresa, del interés por tributar menos, de determinados movimientos estratégicos. La sede es lo que eres, lo que quieres ser y, a veces, lo que no quieres ser. El Sabadell no es ni será nunca un banco alicantino. Sí, absorbió la CAM -“lo peor de lo peor”, como respondió a quien esto escribe Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, en una rueda de prensa-, pero esa no es la razón por la que alberga hoy su sede social.

El Sabadell, como otras cerca de 10.000 empresas catalanas, decidió no ser formalmente catalán en octubre del 2017. Hubo presiones políticas, financieras, personales, sociales… También miedo a las consecuencias de hacer y de no hacer. Muchas dudas, consultas, informes, preguntas de respuesta imposible… y, finalmente, una decisión de marcharse, de cortar amarras, de borrar una parte de la historia para buscar seguridad.

Han pasado seis años y el Sabadell y el 99,9% de los que se fueron no han vuelto a Catalunya. Muchos están en Madrid; otros, en la Comunitat Valenciana; o en Baleares; unos cuantos, en Aragón; y, los menos, en otras comunidades. El traslado de la sede obliga, sobre todo, a las firmas cotizadas o de una cierta dimensión -por aquello de que están más fiscalizadas- a guardar las apariencias, realizar determinados actos administrativos, celebrar consejos de administración y las juntas de accionistas, etc. Las sedes de empresas importantes aportan un cierto volumen de empleo y actividad a las ciudades en las que se ubican. Sin llegar a suponer cifras desorbitadas, pero tampoco despreciables.

Pero la cuestión no es esa. En el contexto político, social y económico actual en España, el no retorno de las sedes a Catalunya es un mensaje tan potente como lo fue su salida en el 2017. Y eso escuece. Foment del Treball, con el incansable Josep Sánchez Llibre al frente, lleva años remando en esa dirección, con nulos resultados. Junts y el Gobierno se han comprometido a trabajar para que los exiliados regresen a casa. También la Generalitat, con ERC, apuesta por lo mismo. Porque lo consideran una afrenta, una herida que el tiempo no ha logrado cauterizar. Pese a todo, ¿quién regresará? Casi nadie.

En los últimos años, en los que volvió a imperar una cierta calma en la política española y catalana, ninguna empresa se movió. Quienes se fueron en el 2017 explican en privado que lo hicieron forzados por las circunstancias. Actuaron así por prudencia y no pasó nada ni en sus empresas ni en el país. La vida sigue y todo está tranquilo…, por ahora.

Los accionistas del Sabadell, que llevan décadas sin ir físicamente a las juntas, celebrarán en la reunión del próximo año unos resultados históricos. A pocos accionistas les importará dónde esté la sede y dónde sea la junta, sino que la acción siga subiendo, que se mantenga o aumente el dividendo y que se cumpla el plan estratégico. Con los resultados actuales, el banco hasta podría recuperar los bombones o quizás regalar a las señoras y los señores accionistas un buen turrón de Alicante. ¿Mover la sede? Avui no toca, que diría Jordi Pujol.

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Un comentario en “Sede social: identidad, negocio y los bombones de Banc Sabadell

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