No al agua, no a las renovables aquí, no al aeropuerto: el bucle eterno de Cataluña
La inacción política en asuntos clave, un lastre para las familias y las empresas catalanas
Entre los psicólogos que tratan de desentrañar las claves de la mente humana se explica que la llamada parálisis por análisis implica sobreanalizar o pensar demasiado en una situación de tal forma que no se llega nunca a una decisión concreta ni se actúa. En estos casos, las personas que realizan este análisis sufren de una parálisis debido a que se quedan estancados buscando una solución perfecta que no existe. En el mejor de los casos, la parálisis debilita a las personas o colectivos afectados por esa falta de determinación en asuntos importantes. Llevada al extremo, la patología conduce a la muerte.
La inacción del Govern en la crisis del agua constituye el enésimo capítulo en el que la tozuda realidad de una gestión nefasta mata cualquier relato que trata de convencernos a todos de lo contrario. Como explicaba ayer este diario, la estrechez de miras y el cortoplacismo -unido a una parálisis que tiene mucho que ver con el miedo para tomar decisiones en un escenario de extrema fragmentación política– han retrasado la toma de decisiones hasta que ya es demasiado tarde. Y ahora, cuando las consecuencias del desaguisado empiezan a mostrar la dimensión de la tragedia, vienen las prisas, los parches y remiendos para combatir la pertinaz sequía…
Lamentablemente, la crisis del agua, un recurso natural imprescindible en cualquier territorio, evoca otras crisis sobrevenidas por las circunstancias o provocadas por los políticos catalanes en las que se ha actuado igual o peor. Todo empieza por la negación del problema o la relativización. Después, muchas veces a regañadientes, se encargan estudios, se crean comisiones o mesas de trabajo, llegan los informes y contrainformes, las consultas, los dictámenes periciales, la escucha a los agentes sociales, las ONG, los distintos grupos de interés, lobbies, etc. Y pasan los años y todo sigue igual o peor.
Renovables, el aeropuerto de El Prat y el turismo
Entre los damnificados por la parálisis del análisis en Cataluña se encuentran asuntos de la envergadura del despliegue de las energías renovables y otros como la ampliación del aeropuerto de El Prat. Lo cual muestra la incoherencia. Es la defensa del planeta, de la biodiversidad, de la fauna y la flora del delta del río Llobregat lo que ha impedido hasta ahora que la necesaria ampliación de El Prat que quería acometer Aena estuviera ya en marcha. Y, sin embargo, ha sido esa misma bandera la que ha imposibilitado derribar las barreras mentales o reales que, desde distintos ayuntamientos y comarcas, se han levantado contra el despliegue concreto de las energías verdes. Renovables, sí, pero en otro pueblo, no en el mío.
Otro de los demonios es, curiosamente, el turismo, del que viven tantas familias y empresas en Cataluña. Se dice que se quiere huir de un turismo masivo, perjudicial para la sostenibilidad de ciudades como Barcelona, y enemigo de la necesaria moderación de los precios en la vivienda, tanto para compra como para alquiler. ¿Y cuál ha sido la propuesta desde la administración catalana que bloquea la ampliación de El Prat? Una de las alternativas ha sido la apuesta por el aeropuerto de Lleida, un aeropuerto público gestionado al margen de la red de Aena y que fue inaugurado en el 2010. Los más de 100 millones invertidos en él no han aportado nada.
Con la misma bandera, la del turismo, la Generalitat tramitó el año pasado una ley para poner freno a los pisos turísticos en todo Cataluña. En este caso, fueron los ayuntamientos de los mismos partidos con los que se debía aprobar la ley los que obligaron a sus mayores a modificar la normativa para que solo fuera obligatoria en 140 municipios, y no en los 262 previstos. Además, se suprimió el límite de 10 unidades por cada 100 viviendas, una ratio que cada ayuntamiento tendrá la libertad de fijar o no como considere, según se aprobó en diciembre. Nuevamente, las decisiones políticas se tomaron por razones muy distintas al interés general.
¿Quién sale perdiendo de la inacción? Absolutamente todos. En primer lugar, las empresas. El lucro cesante es brutal. La cantidad de inversiones que se podrían haber ejecutado y se han quedado por el camino suponen con toda seguridad cientos de miles de millones de euros de forma directa y un efecto multiplicador indirecto incalculable. Los puestos de trabajo que no se han creado están también en el debe de quienes no han sido capaces de gobernar con criterio. Y esas personas que podían haber trabajado al calor de las inversiones jamás realizadas habrían consumido más. Y la mayor prosperidad general habría atraído nuevas inversiones.
¿No se acabará nunca esta espiral perversa? Es complicado. Pero lo que es seguro es que el principio del cambio está en el relato. Sin llamar a las cosas por su nombre, sin denunciar las falsas dialécticas y los engaños, la parálisis del análisis se repetirá una y otra vez… acentuando la decadencia.