Emilio Botín, retrato íntimo de un banquero ahorrador, minucioso y solitario
Obsesionado con la salud y seguridad, el banquero más poderoso de España viaja siempre acompañado de su maletín con desfibrilador. Precavido y ahorrador, nunca desecha el vino sobrante
Cuando los escoltas llegan a su casa a las seis de la mañana, el banquero más rico y poderoso de España ya está despierto en su habitación. No suele dormir más de seis horas. El dinero no le da descanso. Cada mañana sale de su casa de Somosaguas en un Mercedes blindado en la fábrica en Alemania con los más altos estándares de seguridad. Su flota está compuesta por coches de lujo Audis y Lexus, pero él sólo viaja en Mercedes de azules plateados y colores oscuros, pero nunca negro, color luctuoso que no termina de agradarle.
Los conductores (Eladio antes, y Jaime ahora) siempre circulan a una velocidad moderada. Don Emilio tiende a pensar hasta en las fatalidades más remotas y extrema al máximo las precauciones. Su obsesión por la seguridad ha extendido el rumor de que siempre que viaja en carretera fuera de Madrid termina colocándose un casco dentro del coche, un extremo que niegan los portavoces oficiales del banco.
La ruta del avión privado
Uno de los escoltas siempre lo acompaña con una maleta donde no lleva ni dinero ni documentos sino un desfibrilador que deberá utilizar en caso de una eventual parada cardíaca. Cada vez que se traslada en su avión privado revisa personalmente la ruta de vuelo y con frecuencia hace alguna pregunta de sorpresa al piloto.
-¿Si me pasa algo en medio del Atlántico, a qué distancia estamos del hospital más cercano?
Los pilotos y el resto del equipo más cercano deben conocer al detalle el plan a seguir en caso de problemas: el centro de salud al que deben acudir y a qué médicos se debe avisar, han explicado a Economía Digital fuentes del entorno íntimo de Emilio Botín.
Todo previsto
Los cuidados del hombre no se deben a una salud frágil. Al contrario: desea tener un plan de acción, un guión pormenorizado en los escenarios más adversos. Ningún acontecimiento debe coger desprevenido al banquero que se codea en la lista de los más poderosos del mundo.
Don Emilio está en perfecta forma. Suele acudir a nadar a su piscina privada de la tercera planta de la vieja sede del Banco Santander en la avenida de la Castellana en Madrid. Allí se ejercita de la misma manera con la que hizo negocios en la época de crisis: contracorriente. Con su bañador por encima de la rodilla, regula el caudal para tener la corriente suficiente de forma que nunca avance en la piscina. Brazada tras brazada, permanece en el mismo sitio mientras su corazón se ejercita y sus músculos se tonifican. Su preferida, no obstante, es la piscina nueva de la sede central de Boadilla donde el agua cae desde una pared de rocas. Es la cascada que le permite relajarse antes de continuar con los negocios.
Riesgo calculado, vigilancia máxima
Durante la crisis, logró no dejarse llevar por la fiebre inmobiliaria que arrastró a casi todas las cajas españolas y que dejó en situación comprometida a los bancos más expuestos al ladrillo. Fue algo más comedido que el promedio y se arriesgó sin pasarse: junto con el BBVA y La Caixa, su banco es uno de los que demostró mejor salud financiera en las pruebas de estrés.
Consciente de que lo vigilan hasta tomando la sopa, nunca habla de cosas importantes por teléfono. Sólo los asuntos más trascendentes son tratados con sus subalternos más cercanos a través de una red telefónica extremadamente segura: la central de Paulita. En medio de una de las plataformas tecnológicas más modernas de España, la central telefónica personal de don Emilio es un modelo General Electric de los años cincuenta. Una red de cobre privada que es manejada con destreza por su asistente, una mujer mayor conocida cariñosamente como Paulita.
Antes de las reuniones importantes, sus escoltas hacen barridos de la sala para evitar grabaciones y aparatos electrónicos. Es consciente de que la fortuna que maneja puede ser vigilada no sólo por sus competidores sino también por los servicios de inteligencia de cualquier país.
Las hojas que caen, de los periódicos
En la habitación de los hoteles, don Emilio lee la prensa escrita y mientras avanza en su lectura, va arrojando al suelo hojas del periódico. No es un hombre desordenado, pero ése es su rastro más personal. También deja hojas tiradas en el coche que sus asistentes recogen de inmediato. Hoja que lee don Emilio y es arrojada al suelo, no vuelve a guardarse.
Suele cenar solo y tiene predilección por las sardinillas Paco, que viajan con él en cantidades abundantes a cualquier rincón del mundo donde va. Aunque sobren apenas dos dedos de vino, coloca un corcho a la botella y la guarda para ser utilizada en otra ocasión. No hay nada que deteste más que el derroche sin ninguna finalidad, aseguran desde su círculo más íntimo.
Cuando no va a su casa-palacio de Promontorio, frente a la Bahía de Santander, don Emilio se va de caza a El Castaño. Cada fin de semana y cuando hay algún puente, monta en su avión en Torrejón de Ardoz (Madrid) rumbo al aeródromo de El Castaño (Ciudad Real), el aeropuerto privado de su enorme finca que abarca territorio de tres provincias: Ciudad Real, Toledo y Badajoz.
Las pasiones verdaderas
Allí, en su sitio predilecto, en su oasis particular, don Emilio se dedica a sus verdaderas pasiones: la naturaleza, el golf y la caza, actividades que le permiten mantener ese constante bronceado tanto en verano como en invierno. Rodeado de una piscina irregular, dispone de un amplio campo de golf donde practica cuando no asiste al Real Club de la Puerta de Hierro (Madrid) del que es socio frecuente. También tiene una cancha de tenis y enormes terrenos donde se dedica a la caza.
Tiene un verdadero arsenal de guerra y su casa está decorada con sus víctimas animales. Patas de elefante como sillas, cabezas de león, pieles de tigre y cornamentas hermosas que serían la pesadilla de cualquier protector de los animales. No caza de forma indiscriminada. Sólo pone el ojo en los buenos ejemplares. En el recinto ha disparado acompañado de próceres como Esther Koplowitch y el empresario farmacéutico Juan Abelló, un ojo del que pocas perdices han logrado sobrevivir.
Cazador habitual
Sus empleados, unas 20 familias con gastos de alimentación y vivienda cubiertos y sueldos muy por encima del mercado, aseguran que don Emilio tiene una puntería privilegiada. Casi nunca falla. Su armamento, de alta tecnología y miras telescópicas, también lo ayudan. Siempre procura un tiro limpio, con el que el animal muera desangrado pero cuyo cuerpo no quede destrozado por el impacto. Suele desplazarse en su todoterreno modelo Safari, descapotable, con la escopeta en mano y su espalda resguardada en el asiento que protege la zona lumbar. Tiene tan buena puntería que a veces dispara con el coche en marcha. “Podría ser un excelente francotirador”, explican sus empleados de confianza.
Una vez realizados los disparos, sus asistentes avisan a los recogedores de animales de las coordenadas en las que se halla la pieza cobrada. No es la primera vez que su equipo de seguridad se pierde en la finca y tiene que pedir auxilio a través del circuito privado de radio.
No come la carne de lo que caza sino que suele regalar las piezas a sus amigos, que otorgan al presente un valor incalculable. El resto de ejemplares se vende a empresas de la zona que aprecian la buena calidad de la carne de los ejemplares de su finca.
Corrección educada por encima de todo
Allí, en medio de la naturaleza, deja de lado la cortesía del banquero frío y cordial y se muestra más simpático y campechano. Sus trabajadores no guardan queja: es respetuoso, en ocasiones parco pero siempre correcto y educado. Aunque a veces sus nervios afloran con los animales que llegan a su campo de golf a comer la cuidada hierba, lo que le ha obligado a cercarlo con una valla electrificada.
Cuando termina sus jornadas de relajación, regresa a la congestionada Madrid a su rutina de siempre: reuniones, llamadas, comidas en soledad con las sardinillas Paco y viajes. Siempre puntual, siempre cordial, acompañado de su desfibrilador.