El resultado de las elecciones gallegas y vascas no tendrá una incidencia a corto plazo en la política valenciana pero sí puede tenerla a medio y largo, al obligar a revisar y reorientar algunas estrategias.
Este es el caso del PP. Es posible que una de las personas más beneficiada de los resultados del 12J sea la cabeza de lista del PPCV, Isabel Bonig. El fracaso de los “experimentos” de Génova imponiendo un candidato a dedo en el País Vasco u obligando a pactar candidatura única con Ciudadanos, beneficia y reafirma el liderazgo de Bonig, cuestionado por algún sector de la nueva dirección nacional predispuesto a retirar su apoyo a la de Vall d’Uixó. A ello se une la buena sintonía que tiene con Alberto Nuñez Feijóo, quien en la última campaña electoral valenciana le acompañó en Castellón. Aunque de estilos totalmente distintos, Bonig coincide con Feijóo en su talante moderado y su apuesta por el consenso. Difiere, sin embargo, en un discurso mucho más contundente, que puede estar de fondo más cerca de Cayetana Álvarez de Toledo, pero en los compañeros de viaje se sitúa en el punto más céntrico del PP.
Con estos mimbres, con Feijóo de aliado y con la nefasta experiencia que ha supuesto la imposición de Carlos Iturzgaiz en el País Vasco, Isabel Bonig puede afrontar tranquila un buen verano, en el que no necesite recurrir a su afición por el heavy metal para recuperar fuerzas.
Toda piedra hace Palau
En el caso del PSPV-PSOE, los efectos de los resultados del 12J serán seguramente más a largo plazo y por impacto en sus socios de gobierno. De momento, el presidente de la Generalitat y secretario general del PSPV, Ximo Puig, ha tirado de discurso oficialista para dejar claro que quiere apostar por “la política de la moderación”. Una frase bonita pero difícilmente descifrable si quien la pronuncia dirige una coalición formada por Compromís y Podemos.
Puede ser que esta moderación tenga sus efectos en iniciativas como la educación concertada, que aún espera que la Generalitat le ayude a sufragar los gastos que supone la reconversión por el COVID, sin duda no lo va a tener en otras iniciativas como el parque comercial Puerto Mediterráneo, estancado en los tribunales mientras su principal socio entra en concurso de acreedores.
Para Ximo Puig, el éxito de Núñez Feijóo y de Urkullu supone que “gana la estabilidad y se demuestra la fortaleza del estado autonómico». Esta estabilidad, se entiende, se apoya en el PSPV porque, mientras, Compromís y Podemos están a la riña de gatos. Y aprovechando esta coyuntura y la debilidad del partido de Pablo Iglesias, Puig hace tiempo que le hace ojitos a Ciudadanos. Aunque para el partido de Arrimadas las expectativas no son muy halagüeñas, tampoco en Valencia con un Toni Cantó indefinido y cada vez más cerca del Botànic, Ximo Puig prefiere optar por el todo suma y toda piedra hace Palau.
A la riña de gatos
En Compromís, por su parte, están de fiesta. Pese a que Galicia y el País Vasco son ecosistemas políticos propios, es innegable el auge del nacionalismo. Además, la caída de Podemos supondrá una evidente fuga de votos hacia el nacionalismo de izquierda que podría así suplir el desgaste de los ocho años de gobierno botánico, con más sombras que luces en la gestión. Podemos en la Comunitat Valenciana, dada su fuerte división con una Pilar Lima recién elegida por escaso margen sobre la candidatura oficialista de Naiara Davó, y la descendente línea electoral que viene marcando, incluso podría no alcanzar el 5% y quedar fuera del parlamento como ya ha sucedido en Galicia. Pese a todo, Davó insiste en que los resultados “no son extrapolables”.