Lanzarote, una joya a dos horas
La aproximación a la isla desde el aire ya nos proporciona un primer impacto visual que nos dice que estamos ante algo diferente
Sí, dos horas. Al menos si jugamos con lo de “una hora menos en Canarias”, ése es exactamente el tiempo que tarda el avión de Vueling en llevarnos desde las pistas del aeropuerto de El Prat en Barcelona a la más oriental de las islas afortunadas. En cualquier caso, sean dos o tres, les aseguro que Lanzarote vale la pena ese break.
Que un urbanita como yo, de los que gusta decir que el mundo es Nueva York, Londres y París y lo demás son páginas de National Geographic, les haga una recomendación tan contundente tiene un plus de credibilidad. Pues, créanme, Lanzarote es una joya muy bien pulida, diseñada sobre un tapiz volcánico en el que la intervención humana se ha limitado sabiamente a dejar alguna respetuosa muestra de su voluntad de estar y disfrutarla.
La aproximación a la isla desde el aire ya nos proporciona un primer impacto visual que nos dice que estamos ante algo diferente. Sobre el fondo negro de la arena, el lapilli o rofe, se desparraman a distancia suficiente pequeñas colonias de prismas profundamente blancos, con ligeras incrustaciones verdes, de apenas una altura o dos, que son las urbanizaciones que dan vida y riqueza a la economía autóctona. ¡Es el turismo, estúpidos! ¡Es el turismo!, convendría también repetir aquí, siempre y cuando esté ordenado y se le exija que sea un factor de sostenibilidad y no de deterioro.
Personalmente, debo decir que es ese aprovechamiento inteligente y respetuoso del potencial turístico de esta isla lo que más me sorprendió: esas urbanizaciones alineadas sin apenas margen sobre los criterios predeterminados; esas rotondas adornadas con mosaicos de palmeras, claveles y las más diversas especies de cactus; esas carreteras mínimas, pero suficientes… Quizá todo ello gracias al apostolado de un visionario, el escultor César Manrique, que convirtió su vida en una defensa continua, permanente, de la convivencia razonable y de mutuo beneficio entre la naturaleza y su sensata explotación.
Hay una muestra increíblemente bella de esa presencia humana y económica en la Geria. Allí se produce lo que constituye, aunque a distancia, la segunda fuente de ingresos de la isla: el cultivo de la vid, especialmente de la uva malvasía. Para evitar los efectos del viento y a la vez retener durante el día algo de la humedad que la noche le brinda, las plantas se entierran en unos hoyos a modo de cráter, cuya circunferencia exterior se protege además con unas murallas de piedra de unos 30 centímetros de altura. El escenario resultante es hermoso, el verde de las vides salpica el ocre de las laderas por las que se extienden los cultivos. Hermoso, pero de un coste brutal por la imposible mecanización.
Convivencia razonable, sabia, entre una naturaleza vibrante y la ambición del hombre por tener cada vez una mayor calidad de vida. Y la naturaleza, desborda. Desde esas escaleras al cielo que te permiten pasar en minutos de una playa soleada, como la Caleta de Famara, a un observatorio como el Mirador del Río, obra de César Manrique, a 400 metros de altitud en el extremo septentrional y desde donde se tiene una de las vistas más espectaculares de la isla: el “río”, o sea el estrecho que divide Lanzarote de la Isla de La Graciosa. Si el día es claro quizás divise también el resto del archipiélago Chinijo.
Naturaleza brutal la del parque de Timanfaya, fruto de las erupciones volcánicas de 1824, con sus 25 volcanes de los que una parte aún están activos, territorio de terrones que parecen movidos allí por cíclopes y que a alguno le ha hecho decir que Lanzarote es el prólogo de la Luna. O la de los Hervideros, donde uno puede quedarse horas y horas admirando el choque continuo del mar contra los acantilados negros. O las calitas de la Punta del Papagayo en el sur, las preferidas al parecer por gerifaltes de diferente signo. Naturaleza y una medida acción del hombre para disfrutarla, una joya en definitiva, eso es Lanzarote.
¿Cómo desplazarse?
Vueling presenta una excelente y muy competitiva oferta desde Barcelona (en torno a los 180 euros). Se puede salir un viernes a las 13:10 horas y se llega a Arrecife, la capital, a las 15:15 horas (hora canaria) con toda la tarde por delante. La vuelta, cualquier día por la tarde, entre las 15:45 y las 18:50 horas, según el día. Hay otras compañías aéreas que ofrecen alternativas similares en precio y en horario tanto desde Barcelona como desde Madrid.
¿Dónde alojarse?
Lanzarote, como es previsible, tiene cientos de alojamientos de diferentes categorías. Si no le importa dormir en la capital y desde allí recorrer la isla con su coche alquilado, le recomiendo el Gran Hotel Arrecife, gestionado por Sercotel. El edificio es toda una provocación con sus casi 20 plantas de alturas en primera línea de mar, pero a la capital de Lanzarote no le va de una más de las barbaridades urbanísticas. Por el contrario, disfrutará de unas vistas espectaculares desde sus habitaciones, un buen servicio y unas comodidades que harán agradable su estancia.
¿Dónde comer?
La isla tiene tres restaurantes con un sol en la clasificación de la guía Repsol: Amura en Puerto Calero, Aguaviva en Playa Honda y La Tegala de Germán Blanco en Mácher. Les recomiendo el primero, en pleno puerto deportivo, su cocina resulta excelente, tiene una bodega muy apropiada y la terraza para comer mientras se oye el tintineo de los aparejos de los barcos anclados es un placer que hay que darse.
Menos reconocidos por este tipo de clasificaciones, pero altamente recomendables son:
• Los restaurantes de El Golfo, nada especiales en cuanto a la calidad de la comida, pero puede que este detalle se les olvide cuando su vista se fije en cómo las olas van rompiendo sistemáticamente, sin descanso, contra los acantilados que los bordean.
• La tasca La Raspa, en el Charco San Ginés, en Arrecife. Un restaurante de tapas bien hechas, actuales, y un ambiente muy agradable, en uno de los lugares mágicos (probablemente el único) de la capital de la isla. Con buena bodega. Se esmeran bastante en los postres.
• La Puntilla, en el mismo Charco San Ginés, pero en la otra orilla. Aunque el servicio puede ser algo lento cuando aumenta la densidad del local, la cocina tiene una calidad aceptable y hay una buena carta de vinos. Tienen un buen arroz negro y un buen bacalao rebozado con gofio de trigo.
¿Algo de cultura?
Claro. Quizás más valioso como conservador y ecologista que escultor, pero la obra de César Manrique merece una visita. Sus trabajos están en la Cueva de los Jameos; por supuesto, su Casa Museo en Tahiche, o en el Mirador del Río.
Otros dos nombres propios sobresalen en el panorama cultural de la isla: El Almacén, al que algunos califican como una especie de ICA londinense en el centro de Arrecife, y el MIAC (Museo Internacional de Arte Contemporáneo) en el castillo de San José, también en la capital.