La razón por la que las verduras no son tan sanas como antaño
Los sistemas de producción intensivos han hecho que las verduras pierdan micronutrientes y los antioxidantes que frenan el envejecimiento
La agricultura intensiva, que busca el resultado rápido y la producción económica, no sólo ha mermado el sabor de las frutas, hortalizas y verduras sino que también ha perjudicado sus atributos beneficiosos para la salud.
Los tomates ya no saben a tomate sino más bien a nada. Lo mismo pasa con las verduras, las acelgas o las coles. Los suelos con producción intensiva y los nuevos cultivos avanzados, cuyas verduras, no tocan si el suelo sino que son producidas en estructuras colgantes, regadas por maquinaria industrial, también explican que el fenómeno crece y se agudiza.
«Hay una reducción de micronutrientes, de zinc y de otros elementos orgánicos», explica Esquinas Alcázar, que ganó el premio Reina Sofía hace cuatro años por su carrera de lucha contra el hambre en el mundo.
«Y según varios estudios, la reducción de esos micronutrientes en los alimentos está relacionada con un aumento de enfermedades del corazón y del cáncer», añade el investigador.
Perdida de propiedades
Con la reducción de los micronutrientes, los alimentos de la huerta también han perdido buena partes de sus propiedades. Para muchos consumidores es más que evidente que las estanterías de los supermercados están llenas de frutas y hortalizas con menos textura, olor y, sobre todo, sabor.
La nueva agricultura también ha perdido elementos esenciales para la salud, según explica Carlos Mateo, técnico de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos, COAG. «Tienen los mismos macronutrientes pero tienen menos antioxidantes, necesarios para la prevención del envejecimiento», añade Mateo.
Menos variedad
Las semillas tradicionales cada vez se van perdiendo y se imponen los alimentos híbridos que sacrifican el sabor y las propiedades saludables por otras cualidades que son la prioridad de las grandes cadenas de supermercados: la durabilidad y la resistencia.
La biodiversidad de las semillas es un asunto de seguridad alimentaria. «La variedad genética garantiza que, ante un virus o algún cambio climático, algunas especies tendrán la capacidad de resistir. Si no hay variedad, tampoco habrá seguridad alimentaria», explica Esquinas Alcázar.
Los agricultores españoles, hartos de la siembra uniforme, comienzan a promover redes de semillas y a proteger las variedades de los abuelos. La Red Andaluza de Semillas, que comenzó hace 13 años, extiende su influencia y crece el número de agricultores que intercambian semillas autóctonas.
También los consumidores urbanos que organizan cooperativas para adquirir productos de campo, con siembra y semillas tradicionales. «No hay comparación, por ejemplo, con los melones tradicionales. Los melones de piel de sapo o los tipo coca no se consiguen en los supermercados pero tienen un sabor y calidad increíbles», explica José Manuel Cid, agricultor andaluz que ha comenzado a participar en los proyectos de intercambios de semillas.
Los agricultores intensivos explican que el aspecto del producto es muy importante para la venta. Si no tiene color y apariencia perfectos, el consumidor los rechazará. Por eso, se ha primado la apariencia y duración al resto de propiedades.