Cómo el algoritmo de Netflix modifica el contenido de las series
Dos años después de haber firmado un acuerdo con Netflix, los showrunners de Avatar: The Last Airbender abandonaban el proyecto debido a diferencias
No hace mucho trascendía la rotunda negativa de Michaela Coel a aceptar las condiciones que Netflix imponía para financiar y distribuir I May Destroy You. Firmar con la compañía habría implicado renunciar a sus derechos de propiedad intelectual sobre la serie. La historia de Michaela Coel, tuvo un final feliz. El proyecto salió adelante gracias a la financiación de BBC One y HBO, que se plegaron a todas sus demandas, con un resultado unánimemente aclamado por la crítica y el público.
Pero ¿qué ocurre en el caso de aquellos creadores que deciden firmar con Netflix y aceptar sus condiciones pero la producción no se desarrolla según lo esperado?
En esta situación se han encontrado los showrunners de Avatar: The Last Airbender, serie de acción real basada en la popular serie de animación del canal Nickelodeon. Bryan Konietzko y Dante DiMartino informaban hace unos días a través de sus respectivos blogs y cuentas de Instagram que, dos años después de haber firmado el acuerdo con la plataforma, abandonaban el proyecto debido a las prolongadas diferencias creativas con respecto al mismo.
Konietzko aseguraba que Netflix les había fichado bajo la promesa de apoyar en todo momento su visión, algo que no habían cumplido. La gestión general del proyecto, aseguraban, había dado lugar a un entorno negativo y carente de apoyo. Su marcha era el colofón a la profunda frustración que ambos sentían al darse cuenta de que no podían controlar la dirección creativa de la serie. La escueta respuesta de Netflix a la partida de ambos creadores no tardó en llegar. En una nota de prensa declaraban sentir un profundo respecto y admiración por el trabajo de Konietzko y DiMartino con la serie de animación, y que no tenían intención alguna de suspender la producción de la serie, que continuaría con la vinculación de Nickelodeon.
Aunque la partida de los creadores pilló a todo el mundo por sorpresa, la decisión de Netflix era comprensible porque la explotación del filón The Last Airbender no había hecho más que empezar. Esperaban, con la serie original recién incorporada al catálogo y un fandom muy activista (algo por lo que la compañía tiene una profunda debilidad) generar atención sobre la propiedad intelectual y crear un caldo de cultivo idóneo de cara al estreno de la nueva serie. Un éxito que pretendían cosechar no solo entre de los fans de siempre sino también entre todos los que habían descubierto la historia gracias a la plataforma. Había demasiados intereses involucrados como para suspender el proyecto por discrepancias creativas.
Y, en última instancia, no necesitaban hacerlo porque Konietzko y DiMartino habían hecho justo lo que Coel decidió no hacer: ceder todos los derechos sobre la propiedad intelectual de su creación a cambio de una cuantiosa cantidad de dinero.
Precedentes en películas de Netflix
No es la primera vez que la comunidad artística ha alertado sobre los peligros que los intereses de estas plataformas entrañan para la libertad creativa. Rodrigo Teixeira, productor de Call me by your name, ya fue rotundo durante una mesa redonda en el marco del festival de Locarno al afirmar que estos servicios habían dejado de ser indie-friendly. Su apetito por los beneficios les estaba llevando a destruir la integridad artística y la visión del creador.
Lo que parece tener más “autoridad” a la hora de tomar decisiones dentro de un proyecto ha convertido en realidad el peor temor de muchos: ahora decide el algoritmo.
Netflix es consciente de que necesita a los creadores de la serie, especialmente de renombre, porque son los padres del universo. Los anticipos se convierten en una buena inversión por su capacidad de movilizar al público de sus éxitos precedentes y, al mismo tiempo, por su potencial a la hora de generar un negocio muy rentable si la serie está bien diseñada y logra triunfar, que el caso de la compañía se traduce en algo muy simple: captar nuevos suscriptores y retener a los que ya tienen. En ambos casos los creadores de renombre (como Shonda Rhimes, Ryan Murphy o el propio Alex Pina) o la propiedad intelectual de éxito (como el caso de Avatar: The Last Airbender) son unos cimientos ser muy sólidos. Pero no olvidemos que esta compañía funciona con un cemento que se llama big data. Y que lo que, en gran medida, decide la estructura del edificio son los algoritmos.
Netflix es una compañía tecnológica que se ha lanzado a la aventura de producir contenidos. Y el papel que los datos tienen en su funcionamiento es capital. No solo condicionan el aspecto de su interfaz (sus famosos contenidos de recomendación). También orienta el contenido que adquiere, el precio que paga por él, las decisiones de producir un determinado original y si se renueva o no. Y sí, también cómo se produce.
El que levantó la perdiz fue Cary Fukunaga, creador y director de Maniac para Netflix. En una entrevista para GQ aseguraba que «como compañía de datos, saben exactamente cómo sus usuarios ven el contenido. Por eso pueden revisar lo que tú estás escribiendo y decirte ‘sabemos, basándonos en nuestros datos, que si haces esto perderás esta cantidad de espectadores. Se trata de un proceso diferente a las típicas reuniones de notas (…). El argumento del algoritmo siempre gana al final del día. La cuestión es si queremos tomar una decisión creativa a expensas de perder al público».
Fukunaga declaró que el algoritmo le hizo cambiar un episodio con varios saltos en la narrativa. Aunque en su cabeza la propuesta parecía interesante y divertida se descartó porque el algoritmo indicaba que a mitad de temporada un episodio tan complejo habría roto la disciplina del binge watching, esto es, el maratón de episodios. El cambio para preservar la integridad del binge y evitar que el espectador abandonase la serie, se tomó basándose 100% en lo que parecía preferir querer la audiencia. Fukunaga, todo sea dicho, decía estar convencido de que, en ese caso, el algoritmo tenía razón.
Las guerras del streaming han hecho que la fidelidad del usuario sea el bien más preciado. Con tanta información sobre lo que nos gusta y nuestros hábitos de visionado, estamos sin darnos cuenta trazando un valiosísimo mapa con nuestras preferencias audiovisuales que cada empresa emplea en beneficio propio, creando programas “a medida”, más adictivos con el único objetivo de que queramos pagar un mes más la tarifa mensual.
La injerencia de los algoritmos en nuestras vidas es ya una realidad incontestable. Y enfrenta al creador ante un claro dilema: ¿Qué vale más: conseguir un producto con más recorrido comercial o mi alma?.
Noticia original: Business Insider
Autora: Elena Neira