La industria textil no sabe qué hacer con la ropa usada
Cada año se producen 100.000 millones de prendas en el mundo. La ropa dura la mitad que hace 15 años, y ni el Tercer Mundo quiere comprarla usada
La moda, más que fashion, ahora es ‘fast fashion’. La producción textil mundial, liderada por un puñado de marcas como Zara y H&M, se ha duplicado en una década y media, y cada año se producen 100.000 millones de prendas. Ya no hay dos colecciones anuales, sino que tiendas renuevan sus presentaciones cada pocas semanas, lo que lleva a una fiebre de consumo y a que los armarios tengan muchas más camisas, pantalones o chaquetas de las que finalmente se usarán. Las prendas se descartan con más frecuencia porque se desgastan más rápido o porque no entran en el armario.
El negocio textil, desde el punto de vista financiero, marcha con viento de cola. En el 2002 facturó un billón de dólares, en el 2015 llegó a 1,8 billones, y para el 2025, se calcula que superará los 2,1 billones, según el informe de Greenpeace ‘Timeout for fast fashion’. La contrapartida, a nivel de consumidores, es que las personas en el mundo occidental compran un 60% más de ropa que a principios de siglo, pero la vida útil de las prendas se ha reducido a la mitad.
Los países emergentes como China e India adquieren cada vez más los hábitos de ‘comprar y tirar’ del mundo desarrollado. Los habitantes de estas naciones actualmente consumen 6,5 kilos por persona al año, pero para el 2030 llegarían a los 11 o 13 kilos. Si China alcanzara una población de 1.450 millones de personas, según la OMS, implicaría un mercado de casi 19 millones de toneladas de prendas.
El impacto ecológico de la expansión textil
Las consecuencias medioambientales de esta explosión textil no tienen solución a corto plazo. Esta industria es la segunda más contaminante de mundo. Pese a que las grandes empresas han eliminado muchos elementos químicos peligrosos de sus fábricas, su producción implica la generación del 3% de todo el dióxido de carbono del mundo, unas 850 millones de toneladas.
El 60% de las prendas tienen poliéster, que tarda décadas en biodegradarse
Hay un elemento que es responsable de este incremento: el poliéster. Esta fibra ha contribuido a que el precio de la ropa sea cuatro o cinco veces menor que hace dos décadas, hasta llegar a los casos ridículos de camisetas a cuatro euros o camisas a siete euros. O menos. El 60% de las prendas se fabrican con este material, que ha generado tres veces más dióxido de carbono que el algodón (282.000 toneladas frente a 98.000 toneladas). Y el poliéster tiene un grave problema: no se degrada fácilmente.
Cuánta ropa se tira en España y el mundo
Cada español se desprende de siete kilos de ropa por año, o sea, un total de 326.000 toneladas anuales, tanto como el peso de 45.000 coches medianos. Mucho más tiran en Alemania o el Reino Unido, con un millón de toneladas anuales, y Estados Unidos lidera el listado de ‘fast fashion’ con 13 millones de toneladas de prendas arrojadas de los armarios, un equivalente al peso de casi 2.000 cruceros.
En España se tira tanta ropa usada como el peso de 45.000 coches medianos
Con buena voluntad, millones de personas la depositan en contenedores de ONG’s a la espera que sus camisetas y jeans tengan una segunda oportunidad. Pero no siempre es así. Las estadísticas de un estudio realizado por la Universidad de Delaware indican que 4,3 millones de toneladas de ropa usada se exportaron desde EEUU, Alemania, Reino Unido y otros países desarrollados a India, Pakistán y Rusia. Estos estados no son el destino final, sino que allí se reprocesa y vuelve a exportar a África. Pero apenas el 30% sirve para volver a ser usado: debido a la pérdida de calidad de las prendas, el 70% restante se recicla como paneles de aislamiento térmico, trapos, relleno de moquetas o tejidos para maleteros de coches.
El mal negocio comercial de la ropa usada
Pero vender ropa usada al Tercer Mundo apenas es buen negocio: el traslado en barcos (que generan una contaminación que supera en más de mil veces al de los coches) de cientos de miles de prendas usadas inservibles es tan caro que no sale a cuenta fabricar esos productos con telas recicladas.
La ropa nueva es tan barata que muchas organizaciones que las venden en mercadillos de segunda mano ven que su negocio ya no marcha como una década atrás. Si una chaqueta de Zara, Primark o H&M en época de rebajas apenas es más cara que una tienda de ropa usada, muchos consumidores no lo piensan dos veces.
A muchos países del Tercer Mundo les sale más barato comprar ropa nueva de China que recibir prendas usadas
El mismo principio se aplica en países del Tercer Mundo que solían ser receptores de prendas de segunda mano. La llegada de esta ropa destruyó sus industrias textiles cuando se levantaron las barreras proteccionistas, pero ahora les sale más a cuenta comprar ropa nueva importada de China que adquirir vestidos o chaquetas usadas.
“Si la calidad de la ropa es cada vez peor, la demanda de los mercados internacionales es cada vez menor, y la tecnología de reciclaje no termina de despegar, tendremos una crisis en el mercado de la ropa usada. Y no habrá lugar en el mundo para depositar tanta ropa vieja”, dijo Alan Wheeler, director de la Asociación de Reciclaje Textil del Reino Unido a la revista Waste Management World.
¿Qué hacer con las prendas de segunda mano?
Icinerar las prendas queda descartado: su quema genera toxinas dañinas para el medio ambiente. Y su reciclaje no es sencillo: tratar las fibras usadas es más caro que fabricar nuevas. Además las prendas tienen diversos materiales (como botones, plásticos y cierres) que requieren mano de obra especializada para separarlos, y peor aún, la mezcla de fibras como nylon o poliéster requieren de procesos químicos más complejos para separarlos.
¿Cuál sería la solución? Según Greenpeace, terminar con la moda del ‘fast fashion’. La organización ecologista calcula que si cada persona estira la vida útil de sus prendas de uno a dos años, se reducirían las emisiones contaminantes un 24%. Claro, la industria textil también debería hacer su contribución y disminuir el ritmo de renovación de colecciones, y presentar prendas que no se arruinen al cabo de pocos lavados.