La mascarilla quirúrgica, nueva moda entre los influencers
La máscara quirúrgica se ha convertido en un complemento de moda entre influencers, magnificando su capacidad de protección contra virus y bacterias
Llevar una mascarilla quirúrgica puede crear «sensación de protección» frente al coronavirus de Wuhan, pero eso no significa que ese tipo de mascarillas sean totalmente efectivas ni que protejan «automáticamente» contra el virus.
«La creencia de que cubrir la nariz y la boca para evitar el contagio se remonta a hace más de un siglo, al cuando el médico alemán Carl Flügge descubrió que las gotas exhaladas podían transmitir la tuberculosis», dicen en Medpage.
Sin embargo eso no ha impedido que la mascarilla quirúrgica o sanitaria se haya convertido en uno de los productos más demandados en las últimas semanas. Peor todavía, no ha evitado que se haya convertido en una suerte de complemento de moda entre los influencers (y de aspirantes a influencers) en Instagram, que las exhiben en muchas de sus fotografías de selfies y posados.
Corona Virus Instagram influencers is a thing now#coronoavirus pic.twitter.com/MMZewPe9A1
— 🅻🅾🅶 (@logg_) January 29, 2020
Una tendencia que para muchos banaliza la situación, y que también magnifica la capacidad de protección que tiene la mascarilla quirúrgica, cuya utilidad es limitada y siempre y cuando se coloque y utilice de forma adecuada, y junto a otras medidas como lavarse las manos correctamente.
No evitan el contagio por contacto o por inhalación
El propósito de la mascarilla quirúrgica es el de atrapar las salpicaduras de saliva y de otras secreciones, aerosoles y partículas respiratorias exhaladas por quien la lleva. Y también reduce las probabilidades de que esas partículas exhaladas por otro alcancen la nariz y la boca de quien lleva la mascarilla.
Es decir, la mascarilla quirúrgica reduce el intercambio de fluidos corporales en forma de salpicaduras, pero esas mascarillas no impiden que se inhalen bacterias o partículas de virus suspendidas en el aire, ni protegen contra las salpicaduras de fluidos que entran en contacto con los ojos.
Tampoco impiden que el virus se propague por contacto, por ejemplo al tocarse la cara con las manos, con o sin guantes.
Además en muchas de esas fotografías de Instagram —que aprovechan hashtags como coronavirus y relacionados, para llegar a más usuarios— la mascarilla aparece mal colocada, con la parte impermeable hacia dentro y la parte absorbente blanca hacia fuera.
Se coloca justo al revés: la parte absorbente (blanca) contra la cara, hacia dentro, y la parte impermeables (de color, normalmente azul o verde) hacia fuera.
Mascarilla N95 para protegerse de la transmisión aérea del virus (si se utiliza bien)
Las máscaras y mascarillas N95 en cambio sí están diseñadas para filtrar partículas aéreas, incluyendo virus y bacterias en suspensión. No todas, pero sí al menos el 95% (en la nomenclatura N95) de las partículas cuyo tamaño sea de 0,3 o más micras, que es el tamaño aproximado de un virus.
Pero este tipo de máscaras quedan tan apretadas en la cara que incluso dificultan la respiración, muy diferente de lo que sucede con la mascarilla quirúrgica. Pero eso significa que la mascarilla N95 está bien colocada y que está haciendo su trabajo: «Si una máscara N95 resulta cómoda y permite respirar con normalidad entonces es que está mal colocada —explican desde el Ministerio de Sanidad de Singapur— no está sirviendo de nada y no está protegiendo.»
Y lo mismo que sucede con la mascarilla quirúrgica, incluso con una máscara N95 bien colocada «si sigues tocándote la cara con las manos se incrementan las probabilidades de contagiarse por contacto.»
Este tipo de máscaras son, además, menos comunes y mucho más caras que las quirúrgicas. Precisamente la facilidad de uso y relativo bajo coste de la mascarilla quirúrgica es el motivo de su popularidad a pesar de su menor protección. Es mejor que nada.
El coronavirus de Wuhan, una enfermedad mediática
Hace más de diez años la periodista Esther Samper daba la receta para una enfermedad mediática, enumerando los ingredientes que confluyen para hacer «famosa» una enfermedad.
Entonces, en 2009, los influencers no existían —o al menos, Instagram no existía— pero Samper probablemente estaría de acuerdo en incorporar esta banalización por parte de los influencers en su receta para una enfermedad mediática.