De la fotografía ’post mortem’ al selfi ‘pre mortem’
La inquietante conexión entre el 'memento mori' de los inicios de la fotografía y el 'memento vivere' en la era de las redes sociales
Dice Ferran Saéz Mateu en su libro «La superficie, la vida entre pantallas» (ED Libros, 2018) que los fenómenos sociales de la fotografía post mortem de finales del Siglo XIX y principios del XX y la actual era de los selfis y de las redes sociales se contraponen y a la vez muestran algunas simetrías, algunas fascinantes y otras turbadoras.
La fotografía post mortem fue una práctica social que consistía en tomar imágenes de cadáveres, especialmente cadáveres de niños, que en las imágenes aparecían «actuando» como personas vivas gracias a artificios mecánicos que sostenían sus cuerpos y a puestas en escena preparadas y teatralizadas.
El propósito era preservar el recuerdo del fallecido para desafiar el discurrir de la memoria y del tiempo, para recordar a la persona y la propia la mortalidad.
Muertos que están donde (tal vez) no deben estar
En la fotografía post mortem, dice Sáez Mateu, «el cuerpo del fallecido está donde no debe. No reposa en un ataúd, bajo tierra, en un cementerio, sino que se aferra al mundo de los vivos a través de la fotografía.»
Esta moda social de fotografiar a los muertos y exhibir su última imagen en el salón de casa puede resultar hoy «incomprensible e injustificable», dice el autor, e incluso «espeluznante».
Retratos «post mortem» de la era Victoriana. Fotografía: Wikimedia, dominio público.
Pero entonces era una moda socialmente aceptada que contaba con profesionales dedicados a su práctica. Y aunque fue una moda relativamente breve —se practicó de forma generalizada durante poco más de medio siglo— en algunas regiones se mantuvo hasta bien entrado el Siglo XX, y en la Galicia rural continuó hasta principios de la década de 1980.
Sin embargo, recuerda Sáez Mateu, «el carácter morboso del asunto no debe hacernos perder de vista que no nos estamos refiriendo a algo desconectado de la cultura de la época» sino que en ese asunto confluyen la percepción «positivista de la tecnología y la fascinación romántica por la muerte.»
Vivos que están donde (tal vez) no deben estar
Los selfis y las fotografías narcisistas tienen hoy esa misma aceptación social a pesar de su mismo carácter «incomprensible e injustificable». Como sucedía hace cien años con la fotografía post mortem las pantallas de hoy son un espacio para las escenas preparadas y teatralizadas que muestran, y hasta fuerzan, que «suceda algo en el momento preciso en el se expone,» dice Sáez Mateu.
Como sucedía con la fotografía post mortem, en muchos selfis de Facebook o Instagram también sucede que los cuerpos de los vivos están donde en principio no deberían, como en el caso de «un cuerpo semidesnudo que se muestra públicamente cuando debería ser privado.»
En cambio hoy nos parece bastante sencillo «entender la normalización social relacionado con la exhibición teatralizada del cuerpo de los vivos», incluso a la vez que nos cuesta entender que antes «lo que se exhibía era un grotesco cadáver retocado.»
Cientos de muertes por ‘selfi’ en los últimos años
Como un derivado entre ambos fenómenos se podría incorporar el de los selfis pre mortem que se ha identificando en los últimos años, y que vincula de forma todavía más irónica y macabra la fotografía post mortem y los selfis de la era digital.
Según un estudio realizado recientemente desde 2012 han muerto más de 250 personas en accidentes asociados con los selfi, porque han sucedido durante la captación, o la intención de captación, de la que habrá sido o habría sido su último instante como persona viva.
La mayoría de esos selfis pre mortem tuvieron fatales consecuencias debido a ahogos, caídas desde las alturas e incidentes con medios de transporte, como accidentes de coche o atropellos de trenes. «Las muertes por selfi se han convertido en un grave problema de salud pública», llegó a decir The Washington Post.
La fotografía post mortem, los selfi y los selfi pre mortem recogen el instante de vivir y el instante de morir, y encierra todos ellos indistintamente y para siempre «en la cuadrícula que representa la tecnología de la época; entonces una foto y hoy una pantalla», concluye Sáez Mateu.
«La verdad es una suma de ‘I like’, y la falsedad su ausencia: he aquí el ecosistema donde prospera la postverdad, así como un despreocupado nihilismo que tiene consecuencias políticas inmensas.»