Sánchez completa con Borrell una jugada maestra contra Puigdemont
Borrell se convierte en jefe de la diplomacia europea y podrá cortocircuitar la acción exterior de los dirigentes independentistas
Pedro Sánchez juega a dos bandas con el nombramiento de Josep Borrell como alto representante de la Unión Europea (UE) para la Política Exterior. El objetivo: acallar el grito de Carles Puigdemont y sus secuaces en Europa, y dar la batalla desde la más alta diplomacia continental a la internacionalización del conflicto catalán. Pero también hay un propósito ulterior a nivel doméstico.
Borrell pasará de ser ministro de Exteriores a ostentar uno de los puestos de primera fila de la política europea, con amplia experiencia en ese contexto, dado su pasado como presidente del Parlamento Europeo entre 2004 y 2007, antes de alejarse de la primera línea de la política durante casi una década. Además de responsable de la diplomacia, ahora será vicepresidente de la Comisión Europea (UE).
Desde ese cargo, Borrell será el mejor brazo de Sánchez para contrarrestar la propaganda anti España de los amigos de Puigdemont. Conocido como la bestia negra del separatismo, es un furibundo contra el soberanismo catalán que servirá a Sánchez para controlar el discurso de España como un Estado opresor que los líderes independentistas han difundido por la UE desde el referéndum ilegal del 1-O.
Borrell encaja perfecto, porque tiene un perfil respetable en Europa y ahora, como jefe de la diplomacia de la UE, será capaz de atacar desde allí al separatismo y presentarlo como un movimiento anti europeo, todo a la vez que allana el terreno para que Sánchez, en España, se maniobre con mayor libertad en su próxima legislatura.
Sánchez se deshace del ministro Borrell
En febrero pasado, después de que Sánchez convocase elecciones generales para el 28 de abril, había incertidumbre en el PSOE sobre el próximo paso de Borrell. La candidatura europea estaba sobre la mesa, casi que dada, pero sectores socialistas presionaron a la cúpula para considerar la posibilidad de que, más bien, encabezara la lista por Barcelona a los comicios nacionales.
La jugada maestra de Sánchez se remonta a esa época, que en el vaivén de la política española ya se antoja remota. Había muchas razones de peso y públicas para defender que Borrell fuera el número uno de la lista socialista al Parlamento Europeo, pero había en la estrategia del círculo de Sánchez un motivo ineludible para enviarle a Bruselas: que Borrell, como ministro, es incómodo.
Ya avanzado en edad, con poco miedo al futuro y con una carrera prácticamente hecha (si se va a casa no pasa nada, vamos), a Borrell no era fácil callarlo en el Gobierno. Alguna vez generó tensión a lo interno del mismo Ejecutivo, y por lo tanto Sánchez no lo tendría fácil para trabajar algún pacto con formaciones independentistas (ERC, por ejemplo) mientras su sombra acecha.
A doble banda, entonces: Borrell como armadura contra la bandada de Puigdemont en Europa, protegiendo la reputación de España, y un gabinete de pronto más permisible con el que Sánchez puede surfear la primera línea política española, y todas sus circunstancias. Jaque mate.