Rajoy propugna un acuerdo con Cataluña que recuerda al Pacto del Majestic
El presidente investido levantará puentes entre las fuerzas económicas y políticas catalanas para rebajar la tensión con su gobierno
Con la investidura de entramos en una lógica PP-PSOE en la que, sin ser coalición, ambos partidos darán por sobreentendidas sus aproximaciones conjuntas al conflicto catalán.
Rajoy quiere cerrar la herida del déficit fiscal y crear, de común acuerdo con la Generalitat, un modelo de financiación eficiente. A cambio tratará de no abrir la boca respecto a las tres estructuras de Estado aprobadas por el Parlament (seguridad social, finanzas y seguridad legislativa emanada de la cámara como fuente del mandato popular).
Por su parte, Carles Puigdemont, Artur Mas y Oriol Junqueras no contestarán. Tendrán la mejor oportunidad de la historia de aplicar con éxito la política pujoliana de peix al cove, pero no moverán las cejas. No sabemos si cobrarán todo el diezmo, pero al final sí, pondrán la mano.
Rajoy quiere empezar (y terminar) por los restos del Pacto del Majestic, que naufragó después de la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la secretaría general del PSOE. Aquel fracaso se concretó, con firma de por medio, entre Zarzalejos y Rubalcaba, en la misma Moncloa y con el Aznar hierático de entonces en el papel de padrino.
La disolución del Pacto del Majestic
La arquitectura del nacionalismo periférico que en pocos años había dibujado la España contemporánea se vino abajo. Cataluña notó el influjo negativo de aquel acuerdo con el aplazamiento de muchas infraestructuras, pero el idilio Pujol-Aznar iniciado en el Majestic duró un tiempo todavía hasta que fueron las fuerzas económicas (Fomento, Círculo de Economía y Cámara de Comercio) las que pusieron sobre la mesa el mal momento de las finanzas públicas.
A partir del desencuentro entre el GTI-4 (grupo de infraestructuras) y Pujol, el argumento del déficit fiscal llegó a su plenitud y sentó las bases de lo que más adelante (en el tripartito de 2003) sería la movilización por el nuevo Estatut.
Aunque el mundo corporativo reaccionaba, el intercambio de cromos del Majestic hizo de cortina de humo. Detrás de ella, la línea dura Aznar-Rato gobernaba las blue chips del IBEX español (BBVA, Telefónica, Iberdrola, etc.) e impedía operaciones diseñadas en Cataluña, como la fusión frustrada entre Gas Natural y Endesa.
Las movidas de Aznar para ganar influencia
Antes del 2000, Aznar amontonó los decantamientos a su favor entre los empresariales. La CEOE era suya al fin del reinado de José María Cuevas y supo pasar de puntillas sobre el cadáver anunciado de Gerardo Díaz-Ferrán. También supo captar al predispuesto Juan Rosell (entonces presidente de Fomento del Trabajo) y lanzó una operación furtiva sobre los tres círculos españoles: conquistó Círculo Vasco y empató con el Círculo de Economía de Barcelona, a través de una figura de consenso como lo fue el gran editor, José Manuel Lara Bosch.
Pero donde Aznar echó el resto fue en el Círculo de Empresarios de Madrid. Allí se sabía ganador; desalojó al tibio Alfonso Basagoiti, sucesor de Espinosa de los Monteros, para colocar a José María Vizcaíno, un hombre agradecido que al segundo día de mandato desacreditó al nacionalismo.
Las decisiones de los núcleos de poder
Hoy, el actual esquema económico-institucional es aparentemente muy distinto, pero el resultado de la mediación política del gobierno (o del gabinete del Gabinete, con Álvaro Nadal, el jefe de la Oficina Económica, su hermano Alberto, sinuoso tecnócrata y aprendiz de brujo, Moragas, Soraya, Ayllón y los demás) puede tener consecuencias similares.
La gran patronal catalana, Fomento del Trabajo, navega en la vela de Gay de Montellà que puede virar a babor o a estribor en función del momento. Sin olvidar la versatilidad del Juan José Brugera, el nuevo hombre fuerte del Círculo de Economía, y la elasticidad de su homólogo en Madrid, Vega de Seoane.
Además, conviene tener en cuenta que los dos grandes buques de la armada industrial y financiera catalana, La Caixa y Banc Sabadell, sólo rinden pleitesía a los mercados globales. Por tanto, nadie será preso de una caza furtiva, pero es buen momento para volver a empezar el baile de máscaras entre el poder económico y el político. Rajoy pondrá en ello en doble rasero de marianistas y presidencialistas que le envuelven en la periferia lo mismo que en el centro.
Los pasos futuros de Rajoy
El gobierno de Rajoy quiere, a partir de hoy, una visión simbólica del conflicto territorial en la que el independentismo haya cometido, a los ojos de la mayoría, un delito de secesión (como en el bienio 1998-2000 se unió al PNV con el terrorismo de ETA); tiene la intención de colocar a los líderes catalanes ante el espejo de su desafío constitucional (no político), y finalmente desea movilizar el voto españolista en Cataluña en la huella del lepenismo de salón, con un Xavier García Albiol, ministrable y látigo de las minorías en peligro de exclusión. Rajoy tenderá estos tres ejes. Se siente seguro pegado al amarre del PSOE y aprovechará la debilidad socialista.
Rajoy se hace el desentendido. Han pasado dos décadas desde que organizaba sus ruedas de prensa en el Claris de Jordi Clos para desmarcarse del apego convergente de sus vecinos, los Soldevila (dueños del Majestic). Para entonces, Rajoy era como un señor de Mondoñedo (pongamos por caso) metido a político, y resultaba simpático descubrir el vaivén de su rabillo ocular debajo de sus anteojos.
En aquel momento de relevo bipartidista, los del «bucle melancólico», vascos o catalanes da igual, solo sabían que José María Aznar era el sobrino del gran Manuel Aznar de La Vanguardia, que firmaba Imanol y que después de flirtear con los círculos de Sabino Arana se pasó al bando de propaganda franquista de Burgos.
España vivía del pasado, bajo el influjo de la dulce Transición al compás de los discursos de Herrero de Miñón, y el joven Aznar sólo se acordaba de Imanol, su tío Manuel, para contar que había sido embajador de Franco en Naciones Unidas.