Por qué lo llaman ‘inmersión lingüística’ cuando quieren decir ‘nacionalismo lingüístico’
La lengua catalana cuenta con dos grandes enemigos: políticas basadas en un "nacionalismo lingüístico" que busca crear una sociedad monolingüe y la identificación del idioma con las tesis independentistas consecuencia del 'procés'
La Generalitat tira de catastrofismo para defender sus políticas lingüísticas, basadas en un modelo de suma cero donde una mayor presencia del catalán significa un retroceso del castellano. Algo que se ve claramente con la inmersión escolar o el monolingüismo administrativo. Un planteamiento que politiza a la lengua, y la convierte en una idioma «antipático».
Varios expertos consultados por Economía Digital coinciden en que la lengua catalana tiene dos grandes enemigos: su promoción y protección a través de políticas impositivas basadas en un planteamiento «nacionalista lingüístico», y que el catalán haya quedado patrimonializado por el independentismo y se haya convertido en su estandarte.
«Son unas políticas que no solo vulneran derechos y van en contra de la lengua catalana, convierten la normalización en una suma cero con el castellano», lamenta el doctor en historia y experto en catalanismo, Joaquim Coll. «Los nacionalistas se quejan de que en el conjunto de España falta pluralidad, pero ellos no la practican».
Coll considera que el modelo monolingüe de la administración puede ir en perjuicio del catalán: «Las dinámicas sociales obsesivas tienen este peligro de rechazo y de enemistad con la lengua». El historiador separa entre «normalización lingüística» y el «nacionalismo lingüístico», puesto que el segundo aspira a expulsar al castellano de la vida pública.
Para la catedrática en la EOI de Drassanes y escritora del libro Por una Ley de Lenguas, Mercè Vilarrubias, el diagnóstico es similar, puesto que denuncia que el catalán ha quedado identificado con el independentismo: «Hay mucha gente que no separa una cosa de la otra, y eso genera rechazo hacia la lengua, que es inocente, por la ideología».
El escritor Ferran Toutain defiende una correlación entre la cultura hegemónica nacionalista y la caída del uso del catalán: «Si ha disminuido es por esta presión. Las televisiones y las radios que emiten en catalán son un 99% ultranacionalistas. Si no eres nacionalista, no puedes hacer nada en catalán. Todo lo que te encuentras cuando intentas hacer algo de vida en catalán es así».
«El catalán se ha convertido en un instrumento ideológico»
«Las políticas de inmersión tienen la intención de sustituir al castellano. El nacionalismo lingüístico es una forma de hispanofobia porque de lo que se trata es de levantar barreras», lamenta Coll. El experto critica que con el caso de Canet de Mar se demuestra que la política lingüística actual tiene un «componente dogmático», que impide cualquier debate.
Una opinión que también comparte Ferran Toutain: «El catalán se ha convertido en un instrumento ideológico, y es una pena porque le quita su auténtica función natural. Las lenguas sirven para comunicar, y convertirla en un instrumento político la priva de su uso, porque solo sirve para marcar territorio, como una bandera».
Vilarrubias critica el uso interesado que hace el nacionalismo del debate sobre la lengua, y asegura que toda la polémica relativa al 25% en las aulas por la sentencia del TSJC refleja a la claridad esa patrimonialización: «Es una manera de mantener las filas cerradas ante el fracaso del procés. No es extraño que hagan bandera de eso sin un proyecto sólido».
«Negar que Cataluña es bilingüe es una irracionalidad, una cuestión dogmática, característico de ideologías fanáticas que niegan la realidad», defiende Toutain. El literato licenciado en filología catalana se muestra defensor de terminar con la inmersión lingüística: «Cuanto más castellano sabes, más catalán sabes, y viceversa: tienes una visión más amplia».
Toutain defiende que es importante que el castellano forme parte del currículum escolar, más allá de la asignatura lingüística: «Cuando te dicen que se aprende en la calle o en las películas, pues claro que se aprende, pero no es el castellano de cultura al que deberían acceder todos los estudiantes».
La escuela, un «instrumento de construcción de la identidad»
El escritor duda de que se trate de un «conflicto real», y define la polémica del 25% como un simple «montaje político» del nacionalismo. Como modelo ideal para la enseñanza, defiende un sistema trilingüe: «Es perfectamente realista hablar catalán, castellano o inglés combinándolas de forma equilibrada».
«Las medidas no pueden ser tan extremas para llegar al punto de no tener una asignatura en castellano y hacer acoso a un niño. Ha pasado en otras familias, aunque el juez les da la razón siempre, llevamos muchos años con eso», explica Vilarrubias. La lingüista insiste en que el «catalán debe ser centro de gravedad», pero no la única lengua que impere en la enseñanza.
Tanto Coll como Toutain insisten en remarcar el «simbolismo» del 25% de castellano en las aulas. «Es un acto de generosidad y de afecto, de reconocimiento al otro», defiende el historiador. Una opinión que comparte Toutain, que lamenta que este pequeño porcentaje de español «les parezca un ataque y hablan de genocidio, cosa que es de una una locura extrema».
«Conciben la escuela como un instrumento de construcción de la identidad, el debate pedagógico no les importa», critica Coll. Toutain lamenta que la vida cultural y social en catalán solo pueda ser nacionalista: «Conozco jóvenes catalanohablantes que tienen menos interés en hacer cosas en catalán, y eso es una consecuencia de que se haya vuelto un instrumento».
«Las lenguas en sí mismas no tienen ideología, son un hecho social y son los discursos los que afectan a la percepción de las personas sobre esa lengua. Lo que se tendría que hacer es escuchar a la gente que plantea cosas razonables, como Asamblea por una Escuela Bilingüe, pero el bilingüismo les rompe que somos diferentes porque hablamos otra lengua», defiende Vilarrubias.
Las políticas lingüísticas ya han provocado el efecto contrario al deseado, porque, según defiende Joaquim Coll, «cuando una lengua se impone desde una administración, como pasó con el castellano en el franquismo, esta se vuelve forzosamente antipática».