Perdidos en la transición venezolana: lecciones de cuatro crisis comunistas
Economía Digital publica el artículo ganador del premio Miguel Otero Silva de periodismo, elaborado por el periodista de este medio David Placer
Economía Digital publica el artículo con el que David Placer ganó el premio Miguel Otero Silva de periodismo. El certamen está organizado por la Asociación de Periodistas Venezolanos en España (Venezuelan Press) y cuyo tema era la transición en Venezuela. Jurado: John Müller, director adjunto de El Español, Victoria Prego, presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) y adjunta al director de El Independiente, y Elsa González, presidenta de la Federación de la Prensa de España, FAPE.
I Las falsas transiciones
Cuando Heung-Kwang Kim cruzaba el río Yalu para huir de Corea del Norte, en 2002, estaba convencido de que el régimen se estaba desmoronando. Antes de entrar al agua, llegó a dudar. “¿Estaré poniendo mi vida en peligro los días previos a la caída del gobierno?” Heung-Kwang no era cualquier norcoreano.
Había trabajado en el ministerio de asuntos exteriores en el análisis de lo que la prensa internacional reseñaba sobre Corea del Norte. Y el rutinario trabajo de recolección de artículos de prensa le sirvió para descubrir que la vida que pensaba que había vivido no era real. Sólo cuando pudo comparar su forma de vida con la del mundo exterior se dio cuenta de quién era y para quién trabajaba.
Heung-Kwang planificó la fuga con máximo secretismo, pero cuando llegó a la frontera, descubrió que tenía que esperar turno. Los soldados dejaban escapar, con cierto orden, a otros disidentes como él. Ser guardia de frontera es el destino más deseado en el ejército norcoreano porque da acceso a cantidades de dinero inimaginables en cualquier otro puesto.
Tras cruzar, pasó por China, Mongolia, Laos y Vietnam con pasaportes falsos y aceptando todo tipo de trabajos en campos, minas y fábricas. Entrevisté a Heung-Kwang en 2010, ocho años después de su huida. Desde una oficina en Seúl (Corea del Sur) gestiona la asociación de intelectuales norcoreanos en el exilio, aún hoy operativa. Las instalaciones tienen un locutorio clandestino. Desde allí, llaman a sus familiares que los escuchan con móviles secretos.
El férreo sistema ha sobrevivido a la muerte de Kim Yong-il en 2011. No hubo cambios en 2002 con la llegada de empresas surcoreanas en el polígono de Kaesong y la inyección de divisas extranjeras. A Seúl siguen llegando refugiados desde Vietnam y Mongolia, con los mismos traumas y los mismos dramas.
En 1980, José Alfonso Almora, periodista cubano que emigró a Venezuela y posteriormente a Miami (EEUU), estaba convencido de que el régimen cubano afrontaba sus últimos días. Los exiliados en Miami comenzaron a regresar a la isla de vacaciones. Y el contraste tuvo consecuencias. “Traían dinero, mostraban sus relojes y su abundancia y fueron determinantes para que quienes se quedaron, descubriesen sus limitaciones. Así entendieron lo que era la revolución”, explica Almora.
Pocos meses después, la embajada de Perú fue asaltada por casi 11.000 cubanos que pedían asilo. La protección del gobierno peruano a los asaltantes generó un incidente diplomático que terminó con el gran éxodo de Mariel. “Dejaron escapar a lo que consideraban la escoria: delincuentes, homosexuales y prostitutas. El régimen extendió la consigna: ‘No los queremos, no los necesitamos’. Y muchos cubanos quisieron ser repudiados. Fingieron ser gais y lesbianas para que los dejaran marchar”, añade el periodista, hoy trabajador de la cadena Univisión.
Muchos cubanos quisieron ser repudiados: fingieron ser gais y lesbianas para que los dejaran marchar
Diez años después, en 1990, el fin de la Unión Soviética desencadenó la mayor crisis del castrismo. “Comenzó la hambruna. La gente se desmayaba en las calles por falta de comida. Lech Wałęsa (que alcanzó la presidencia de Polonia en diciembre de 1990) me dijo en una entrevista: ‘Estoy seguro de que Fidel ahora sí va a caer’. En la calle se popularizó la consigna ‘En el 90 Fidel revienta’”, explica Almora.
El 13 de abril de 2002 se inició una transición en Venezuela. Cuando cerca de un millón de manifestantes se dirigían al Palacio de Miraflores para exigir la renuncia de Hugo Chávez, el próximo presidente venezolano ya había sido designado. La mañana del 11 de abril de 2002, el periodista Armando Pernía, entonces director de la revista Gerente, tenía una información sorprendente. “Hoy cae Chávez y el próximo presidente será Pedro Carmona Estanga (líder de la patronal)”, me avisó Pernía en una breve conversación telefónica previa a la manifestación.
La revelación, casi inverosímil, terminó por confirmarse 48 horas después cuando el líder de los empresarios se autojuramentaba presidente de la república. El 12 de abril, el ministro de interior, Ramón Rodríguez Chacín, fue detenido ante los alcaldes opositores Henrique Capriles Radonski y Leopoldo López entre golpes y puñetazos. Pero un día después, todo cambió. Los perseguidos eran los dirigentes opositores.
El regreso del chavismo al poder fue protagonizado por Raúl Baduel, premiado con el ministerio de defensa. Baduel desconoció al gobierno interino tras los confusos acontecimientos del 11 de abril. Un golpe de Estado, según el chavismo. Un vacío de poder, según la oposición. Pero la actuación del alto militar fue decisiva y devolvió a Chávez a la presidencia.
Entrevisté a Baduel en dos ocasiones en la cárcel de Ramo Verde (donde cumple prisión con López), acusado de conspiración. “Quienes me critican por mi actuación en 2002 por devolver a Chávez desconocen que estuve apegado a la constitución, no al presidente de turno. Y a esa misma constitución sigo apegado hoy para batallar contra este gobierno de bandidos”, aseguró Baduel en la cárcel en abril de 2013.
El chavismo sobrevivió a tres transiciones anunciadas: la de 2002, la del paro nacional de 2003, cuando el país se detuvo por completo dos meses para exigir la renuncia de Chávez, y la de 2014 con las revueltas que pusieron en jaque al gobierno de Maduro. La cuarta ya está anunciada.
II La apertura silenciosa
Cuando la economía china crecía al 10% interanual, Jialing Zou, una joven universitaria pequinesa, me explicaba las razones de su apoyo al partido comunista. Hace un lustro, los comerciales en las tiendas de lujo permanecían atentos a las pantallas de sus computadores para verificar si ganaban o perdían en la bolsa. “¿Y es que la bolsa china no es comunista? Es el capital en manos del pueblo. Esa es la esencia del comunismo”, razonaba la estudiante en un trayecto de autobús de hora y media entre un pueblo cercano a la Muralla China y Pekín.
Jialing vive mucho mejor que sus padres y que sus abuelos. Su padre había luchado contra el partido comunista. Deseaba su caída en los días de las protestas de Tiananmén. Sus amigos fueron asesinados en la plaza. No eran agitadores de las élites universitarias, sino militantes del partido comunista que acudieron a pedir la continuidad del régimen pero con reformas.
“¿Y es que la bolsa china no es comunista? Es el capital en manos del pueblo. Esa es la esencia del comunismo”
Jialing pertenece a una generación de jóvenes con el mayor nivel de vida jamás alcanzado en el país. China, que había sido la primera economía mundial a mediados del siglo XIX, sufrió crecimiento económico negativo durante 150 años, explica Alberto Lebrón, economista investigador de la Universidad de Renmin. “El sistema político está basado sobre una única fuente de legitimidad: el crecimiento económico. La sociedad, cada vez más pragmática, apoyará el sistema mientras haya crecimiento. El día que eso cambie, habrá problemas”, explica.
El auge comenzó con las reformas de Deng Xiaoping, que resumió su acción política en una aplastante frase. “No importa si el gato es blanco o negro. Lo importante es que cace ratones”. Con esa consigna, se decretó la apertura, la creación de zonas económicas especiales y la liberalización progresiva del mercado de divisas.
Pero la apertura no se ha traducido en libertades políticas. Aunque estas limitaciones no parecen ser una fuente de conflicto. “Para la gran mayoría de ciudadanos, la falta de derechos civiles o democracia no es un problema. Y tal vez eso se deba a que la CCTV (televisión pública) detalla los tiroteos en los Estados Unidos o los dramas de los parados en Europa para explicar lo mal que van las democracias de Occidente”, explica Ángel Villarino, excorresponsal durante un lustro en China para Onda Cero y Reforma, en México.
Villarino sufrió los controles del régimen en carne propia. En un viaje a la región independentista de Xinjiang por unas revueltas callejeras, un grupo de funcionarios tocó a la puerta de su hotel. “Fueron muy amables pero me dijeron que corría peligro y que debía regresar a Pekín. Me negué y durmieron frente a la puerta de mi habitación. En la mañana siguiente, me dijeron que me habían comprado un billete a Pekín y que si no me iba de forma voluntaria, lo haría por la fuerza”, explica.
China crece con pies de barro. Un millón de ciudadanos vive bajo tierra en la capital. Se les conoce como “las hormigas”. El altísimo coste de la vivienda en Pekín ha hecho que se instalen en los bunkers nucleares, de duras condiciones. Y en todo el país cientos de millones de ciudadanos son indocumentados chinos. Sin papeles en su propio país. Necesitan un visado para cambiarse de provincia y si lo hacen sin autorización, carecen de servicios médicos y escuelas. Son los excluidos del milagro económico, los que han decidido dormir su descontento mientras sigan disfrutando de las migajas del crecimiento.
III El camino de la cuarta
Cada vez que un coche alcanza la frontera entre Colombia y Venezuela, se acerca un vendedor de café con dos termos. En uno lleva café. En el otro, dinero. Y en cada coche introduce uno de los termos para que los conductores depositen el dinero que, discretamente, será entregado a los militares. Una periodista venezolana que ha cruzado más de 20 veces la frontera entre Colombia y Venezuela asegura que el método es ampliamente conocido por todos los que se mueven en la zona.
Con los soldados colombianos casi nunca hay problemas. Con los venezolanos siempre se impone un impuesto secreto que crece a un ritmo mucho más elevado que la inflación, de tres dígitos. Son las mismas fronteras donde los ciudadanos empiezan a atravesar los ríos para no regresar, como lo hizo Heung-Kwang Kim. En Cuba, Almora nunca vio largas colas para comprar la comida. “El régimen venezolano es una pésima copia del cubano, porque en Cuba había cartilla de racionamiento pero jamás hubo esas colas”.
“El régimen venezolano es una pésima copia del cubano: en Cuba había racionamiento pero jamás colas”
Su compañero, periodista cubano, que se ha convertido en una celebridad en las redes sociales, Yusnaby Pérez, observa algo en Venezuela que lo llena de esperanza. Un requisito indispensable para un cambio político. “En Cuba son impensables esas manifestaciones contundentes contra el régimen y esos enfrentamientos de estudiantes con los policías y los militares. Ya no hay miedo”, explica Pérez, que se alzó contra el gobierno cubano desde su cuenta anónima de Twitter en La Habana.
El chavismo disfrutó de sus años de mayor solvencia y apoyo social cuando tuvo el mayor ingreso petrolero de la historia venezolana. Hasta 150 dólares por barril. Y mientras hubo crecimiento, el régimen se mantuvo sólido y sin fisuras, como en China. Pero la situación ha cambiado.
José Carlos Díez, economista allegado al expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, viajó a Caracas para llevar recomendaciones económicas en el dinamitado diálogo entre gobierno y oposición. “Les dije lo mismo que dijeron en Unasur: que tenían que desmontar el sistema cambiario actual, que es la causa principal de los grandes desajustes económicos, pero se resisten. Y es un gravísimo error que puede generar consecuencias imprevisibles”, explica Díez en una reciente entrevista concertada en Madrid. Percibe enroque, inmovilismo. El terror también paraliza a los regímenes amenazados.
Estudioso de la transición china, Lebrón asegura que el régimen de Pekín, el mismo que mató a comunistas críticos en Tiananmén, está en una dinámica completamente diferente. Presta atención a los catedráticos universitarios que comienzan a ponderar las ventajas e inconvenientes de los sistemas pluripartidistas. “No se adoptará ni en el corto ni el mediano plazo pero es significativo que se comiencen a abrir debates, aunque sean controlados por el propio régimen”.
Entiende que para que haya un cambio de régimen en Venezuela debe ocurrir algo similar de lo que sucedió en China o en España: un proceso de apertura impulsado desde las entrañas del régimen. Se necesita el convencimiento interno, el deseo del propio gobierno de iniciar un cambio. Cada vez que un exministro venezolano se pronuncia en contra del régimen, cada vez que un juez se desmarca de las órdenes del gobierno o que la propia fiscal general cuestiona la erosión de la institucionalidad, se genera una chispa que puede encender el cambio.
Para que Venezuela cambie, debe ocurrir como en España: la apertura impulsada desde las entrañas del régimen
Pero si eso finalmente ocurre ¿qué modelo debe seguir el país? La democracia venezolana comenzó en 1958, pocos años después de la guerra de las Coreas, cuando Mao no cumplía ni su primera década en el poder y un año antes del triunfo de la revolución castrista. Tal vez por ese motivo, más que la construcción, la transición debería pasar por la reconstrucción. La recuperación de la institucionalidad perdida, la liberación de los presos políticos, el fin de la represión contra los grandes medios de comunicación. No se trata de levantar estructuras desconocidas ni de crear principios nuevos.
Pero antes de diseñar ese proceso, la oposición y el país, que por primera vez protesta en las zonas populares, en los barrios tradicionalmente chavistas, deben aprender de los errores de las falsas transiciones, las propias y las ajenas, de la precipitación pasada, de la barrida del enemigo, de la marginación a los posibles reformistas dentro del régimen. Las falsas y cacareadas transiciones también desgastan y desaniman. Pero con la asimilación de los tropiezos encadenados, con el aprendizaje de los fallos repetidos, podría llegar la verdadera, la última transición en Venezuela. Tal vez la definitiva.