Muriel Casals: C’est la lutte finale
Una semblanza de la vida personal, académica y política de la diputada catalana y ex presidenta de Òmnium Cultural
En la Autónoma de Sardà Dexeus y de Serra Ramoneda estudió, luchó y ejerció la docencia. Muriel Casals se sentía vinculada a los economistas que han dejado un rastro en el Institut d’Estudis Catalans. Era fiel a la tradición analítica de la Societat d’Economia que encumbraron Josep Maria Tallada y Josep Antoni Vandellós, al hilo de sus preocupaciones que siguen vigentes un siglo más tarde: el déficit fiscal catalán, su contrapartida (el superávit comercial con España), la renta nacional, el stock de capital, la tasa de ahorro y su gran corolario en una economía corporativa como la catalana: las mutualidades y las cajas de ahorro.
Y tiene sentido encajar estos temas a una nota de recuerdo precisamente porque el modelo corporativo está desapareciendo bajo el trote de los neocons españoles (Barea, Rato, Guindos, Blesa o el impensable Luis Garicano) quienes se han valido de la bacanal de Bankia para hacer tabla rasa.
Tradición y modernidad
Muriel amó el pasado, no la nostalgia. Rastreó a Lluc Beltran, Salvador Millet i Bel o Carles Pi i Sunyer, autor de L’Aptitud econòmica de Catalunya, un libro de culto. En la facultad de Bellaterra, Muriel tuvo oportunidad de cruzar tradición y modernidad. Su generación vivió el encuentro entre las viejas obsesiones (el arancel y la moneda en una nación sin Estado) y los modelos de los economistas teóricos doctorados en Norteamérica, los minnesotos, Silvestre, Bosch, Oliu o Pastor, entre otros.
Escuchó atenta las últimas clases magistrales de Joan Sardà Dexeus y conoció a los mejores alumnos del gran monetarista: Fabián Estapé, Ernest Lluch, Jacint Ros Hombravella y Josep Maria Bricall, un cuarteto descollante.
Un leve desarraigo
Aprendió de joven el heroísmo anónimo de los Juan sin tierra goytisolianos. De ahí su leve desarraigo de generación intermedia, la de los que llegaron demasiado tarde al 68 francés y demasiado pronto al último capítulo del general en el 75. Y de ahí también, el anhelo internacionalista, que mantuvo Muriel y que hoy convocan sus viejos camaradas –C’est la lutte finale, groupons-nous et demain…– mucho más allá de su guardia de corps soberanista de última hora.
Muriel nació en Avignon. Su familia conoció de cerca el entorno del Grupo de Perpignan en el que se movieron ilustres exiliados, como Amadeu Hurtado, Pompeu Fabra o Pere Bosch Gimpera. Su familia fue guiada en el 39 por la ruta de Cerbère, aquella que protegió a Carles Riba, Antonio Machado, los Xirgu o Corpus Barga, entre otros grandes republicanos.
En su juventud, Muriel conoció el exilio interior, cargado de incidentes que dejan poso: el resistencialismo de la lengua retomada, la batalla contra Galinsoga (el director de La Vanguardia dimitido tras una batalla civil orquestada por el joven Jordi Pujol, tal como lo cuenta Lluís Foix en Aquella porta giratoria); el heroísmo de Aureli Escarré vinculado a la pervivencia de Prada de Conflent y todo lo demás.
Sus pasos políticos
Cuando todo esto se te viene encima, la solidaridad se grieta ante la fuerza del ADN. Aunque solo sea porque un grupo de convergentes y de miembros de ERC, los partidos de la menestralía, hayan decidido vincular a su suerte los peligros que amenazan a la patria.
Militante comunista en su juventud, Muriel pasó a Iniciativa, después de vivir con estrépito del V Congreso del PSUC, aquel que diferenció a leninistas, eurocomunistas y afganos, y cuya memoria delataría la catadura intelectual de algunos de sus reconvertidos compañeros de viaje.
Pasó por las universidades de Gales y Edimburgo, e hizo un stage en la de Londres. Ha colaborado con la revista El Temps, fue asidua de tertulias matinales en TV3 y ha publicado libros sobre el mundo textil La indústria a Catalunya. Tèxtil confecció (en colaboración con V. Fabregat, F. Balcells y O. Homs) o ensayos inteligentes como Solving the «national» problems of Europe.
Aprovechar su legado
En marzo de 2010 fue elegida presidenta de Òmnium Cultural en sustitución de Jordi Porta. Desde entonces, su puño cerrado se despliega en cuatro dedos junto al pulgar doblado. Ha sido una mujer elegante e irónica; es y será la dama de nuestras plazas, una musa de ágoras perdidas, mucho más que la dirigente acordonada de los 11 de Septiembre.
Si por sus amigos fuera, ella, con su toque francés de mirada lánguida, no abandonaría nunca el altar de los grandes polemistas, los Tallada, Sardà, Hombravella y muchos más. Joan Coscubiela, destaca hoy la mejor cualidad de Muriel: «el respeto desde la coincidencia o desde la discrepancia», un legado que «deberíamos saber aprovechar».