La nostalgia del combatiente
La batalla cultural en la España contemporánea se centra, no en reivindicar las ideas de un artista o intelectual, sino en colocarlas en su bando, sin sacar una adecuada lectura de aquello que buscan apropiarse
Quienes pretendan persuadir a los ciudadanos para que se impliquen en el destino de su nación deberán construir un sólido proyecto en el que los ideales queden perfectamente expuestos y definidos para que la nación avance.
Los ideales no se podrán construir sin manipular la historia, sin engrandecerla, sin contribuir a dar veracidad a las leyendas, los mitos, los sĂmbolos, convirtiendo la derrota en victoria y la victoria en identidad nacional. Será necesario unificar la visiĂłn de la naciĂłn a travĂ©s de una serie de valores y referencias que le confieran carácter y singularidad.
Este esfuerzo titánico necesitará la participaciĂłn de los mejores ciudadanos de la naciĂłn para dar continuidad a ese carácter a lo largo del tiempo. Sin embargo, este enorme esfuerzo para construir una naciĂłn caminando en una sola direcciĂłn es una ilusiĂłn ya que, dentro de la naciĂłn, surgen sensibilidades polĂticas, sociales, artĂsticas, cientĂficas y econĂłmicas opuestas unas con otras que la definen de formas distintas y antagĂłnicas.
El punto de partida de esta disputa o litigio para ver quiĂ©nes están más capacitados para establecer los principios de una naciĂłn genera batallas culturales entre ideologĂas, diagnĂłsticos, iniciativas, valores, principios, relatos, creencias e historia.
Hubo un tiempo, desde la revoluciĂłn francesa hasta la caĂda del muro de BerlĂn, en que los artistas e intelectuales se batieron en sus respectivos paĂses en una guerra cultural de unos contra otros para definir las aspiraciones y urgencias de la naciĂłn. La forma como los ciudadanos se veĂan a sĂ mismos estaba determinada por poetas, dramaturgos, polĂticos visionarios y creadores de verdades.
El futuro de una naciĂłn solo se podĂa llegar a prever siendo capaces de dilucidar en el pasado, a partir de poemas fundacionales, monumentos conmemorativos, crĂłnicas polĂticas y pinturas de Historia, los valores que iban a ser centrales para construirlo como un demiurgo, impulsor de los sentimientos, motivaciones y esperanzas de una naciĂłn.
De la misma manera que Walt Whitman lo fue para los norteamericanos, como poeta nacional, tambiĂ©n lo fue Émile Zola en Francia, Joan Maragall para los catalanes o Federico GarcĂa Lorca para una buena parte de los españoles. Son artistas que pusieron su sensibilidad en manos de un cierto encaje de su paĂs en el mundo para hacerlo legible en todos sus aspectos, incluso en los más intangibles.
Fueron filĂłsofos, intelectuales y artistas como Ortega y Gasset, MarĂa Zambrano, Jean Paul Sartre, Martin Heidegger, Norberto Bobbio, Eugeni D’Ors, Albert Camus, Louis Aragon, AndrĂ© Breton o AndrĂ© Malraux, entre otros, los que establecĂan el campo de juego donde se debatĂan las grandes ideas en conflicto de una naciĂłn.
Todos ellos se centraron entonces en mantener a los ciudadanos sumidos en un sueño de libertad, igualdad, sufrimiento, superaciĂłn y autoestima. Hago mĂas las palabras del filĂłsofo Richard Rorty cuando en su ensayo Forjar nuestro paĂs, observa: “Hay que ser leales a un paĂs soñado, más que al paĂs en el que despertamos cada mañana”. La observaciĂłn de Rorty permite entender lo decisivo que es para una naciĂłn construirse a travĂ©s de imágenes inspiradoras y superadoras de sus lĂmites.
El tiempo en el que las inspiraciones de los artistas establecĂan el espĂritu de una Ă©poca ha dejado paso a que sean los polĂticos los que definan el campo de batalla cultural. Si antes eran los artistas quienes evocaban una idealizada forma de entender la naciĂłn, ahora son los polĂticos los que ocupan todo el debate, con un propĂłsito esencial: ganar elecciones y alcanzar el poder.
“Sobre la batalla cultural en favor de la memoria histĂłrica, el olvido es denunciado y la memoria, un lugar construido con trozos de verdades disputadas, es elevada al rango de una fotografĂa que autentifica la Historia”
Hoy, Lorca, uno de los poetas y dramaturgos más relevantes de la literatura española, sigue siendo utilizado por la polĂtica como herramienta para la identificaciĂłn social, para potenciar los bandos de la guerra civil, impidiendo que su legado artĂstico se exprese en toda su potencia.
Se disputa su dimensiĂłn polĂtica convirtiendo su vida en un campo de batalla. La batalla cultural en la España contemporánea se centra, no en reivindicar las ideas de un artista o intelectual, sino en colocarlas en su bando, sin sacar una adecuada lectura de aquello que buscan apropiarse de esos artistas y sin entender profundamente su causa.
ÂżCĂłmo explicar que la batalla cultural en España se centre en cuestiones como la memoria histĂłrica, el rol de la MonarquĂa o las reivindicaciones feministas sin hacer un debate profundo? Desde la derecha, los lĂderes polĂticos reivindican la unidad de España expresándose con gravedad y emociĂłn para provocar que los ciudadanos se identifiquen con sus convicciones patriĂłticas.
ÂżPero sobre quĂ© bases culturales se asienta ese patriotismo? Se utilizan tĂ©rminos para generar pequeñas contiendas centradas en la apropiaciĂłn de los mismos que, siendo de todos, son instrumentalizados por algunos. Lo mismo podemos decir sobre la batalla cultural en favor de la memoria histĂłrica. El olvido es denunciado y la memoria, un lugar construido con trozos de verdades disputadas, es elevada al rango de una fotografĂa que autentifica la Historia.
El poeta ha muerto en manos de un spin doctor dispuesto a encontrar argumentos y tĂ©cnicas para, como bien define William Safire en su libro New Political Dictionary, “la creaciĂłn deliberada de nuevas percepciones y la tentativa de controlar las reacciones polĂticas”.
La batalla cultural nacida hace más de un siglo desde las convicciones, ahora se centra en conseguir a cualquier precio la mejor valoraciĂłn de las encuestas. Los intelectuales de la derecha o de la izquierda que en el pasado resultaban determinantes para liderar una idea, ahora son considerados polĂticamente incorrectos.
Resultan incĂłmodos porque supone introducir en el debate polĂtico el campo de los principios, los ideales y las convicciones, sin poder controlar polĂticamente los resultados. En base a este contexto, es preferible gestionar las ideas de un lĂder carismático que las de un poeta nacional.
La nostalgia de los grandes debates culturales que marcaron los principios del siglo XX estriba en el hecho de que, entonces, la batalla era a vida o muerte. Un ejemplo es el reto del filósofo Henri Bergson a Albert Einstein para determinar cuál era la naturaleza del tiempo, que acabó con el prestigio del primero.
Las batallas culturales que hoy se ganan en la acciĂłn polĂtica solo dan para una legislatura; antes definĂan toda una Ă©poca. La razĂłn es simple. Al desconectar la polĂtica del pensamiento de las ideas, ha acabado desconectando de los ideales de la naciĂłn. Hoy, los ideales y pensamientos de artistas e intelectuales se mantienen alejados del campo de batalla.
Fèlix Riera es el director editorial de ED Libros y columnista de opiniĂłn en EconomĂa Digital. Ha sido director de Catalunya RĂ dio hasta 2018.