La cuarta guerra mundial comenzó hace seis meses
José María Lassalle equipara la detención de la vicepresidenta de Huawei en Vancouver con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en 1914
La cuarta guerra mundial comenzó hace seis meses. Se inició con la detención en Vancouver (Canadá) de la vicepresidenta de Huawei, Meng Wanzhou, llamada a ser la heredera de la multinacional china. Su arresto significó un aumento de las tensiones entre China y Estados Unidos, que pidió a Canadá la extradición de Wanzhou por haber vulnerado las sanciones a Irán.
Seis meses después de aquel episodio, por suerte, Europa no se ha convertido en un campo de batalla. No hay columnas de soldados moviéndose entre trincheras (primera guerra mundial) ni bombarderos sobrevolando las ciudades europeas (segunda guerra mundial). Ni siquiera hay dirigentes todopoderosos dirigentes amenazando con apretar el botón nuclear (guerra fría o tercera guerra mundial). Pero sí que hay una revolución digital en marcha y un pulso a cara de perro entre las grandes potencias tecnológicas.
José María Lassalle, antiguo secretario de Estado de Agenda Digital, es quien se ha encargado de anunciar la cuarta guerra mundial. Es quien ha visto en la detención de Wanzhou el pasado 1 de diciembre el desencadenante del conflicto, un suceso que compara con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en 1914.
Esta provocadora interpretación sirvió a Lassalle para presentar esta semana en Barcelona su último libro, Ciberleviatán (Arpa), que analiza las contradicciones de una revolución tecnológica que promete la emancipación de los ciudadanos cuando, en realidad, está construyendo a toda velocidad una dictadura digital.
Una guerra basada en algoritmos y tecnopoder
«¿El progreso tecnológico es un progreso liberatorio?», se pregunta Lassalle. Y responde: «Se ha construido toda una retórica de la emancipación aparejada a la revolución digital que, en realidad, no va acompañada de una reflexión. Hay un tecnopoder detrás de toda esta revolución y hay una batalla que, en mi opinión, es imprescindible: hay que regular los algoritmos».
Los algoritmos dominan nuestros días. Google los ha diseñado para predecir búsquedas y Netflix, en un salto asombroso, los ha construido para aconsejar contenidos. De la predictibilidad a la prescriptibilidad. Todo ello sin que ninguna autoridad democrática haya dibujado un terreno de juego ni establecido un reglamento.
«Lo sorprendente de este fenómeno algorítmico que analizamos es que está en manos de un tecnopoder que administra los resortes más profundos de la revolución digital sin control democrático ni interferencias legales», advierte Lassalle en las páginas de Ciberleviatán, un ensayo que constituye una defensa cerrada de la regulación digital y un grito para consensuar un nuevo contrato social.