El independentismo pincha en la calle a una semana de la mesa con el Gobierno
La ANC solo moviliza a 100.000 personas en la convocatoria más exigua desde 2012, a la que ha asistido un Aragonès abucheado por el secesionismo más ultra
Ni movilización masiva, ni jornada histórica. El independentismo ha vivido este 11 de septiembre su convocatoria más negra desde 2012 –sin contar la de 2020, de pequeño formato como consecuencia de la pandemia–. Con tan solo 100.000 personas en la calle, se han evidenciado los dos grandes males de los que aqueja el secesionismo: división y desmovilización.
La jugada no le ha salido bien a la ANC, que pretendía usar la calle como pulso al Govern. La organización quería forzarlo a desistir de la mesa de diálogo con el Gobierno de España, para recuperar así la vía de la confrontación con el Estado y generar una crisis de inestabilidad política mayor que la sufrida en septiembre de 2017.
Aragones, sin embargo, tampoco ha salido indemne. «Botifler«, «traidor» y gritos de «Puigdemont, nuestro presidente» le han acompañado, juntamente con Oriol Junqueras, durante gran parte de su recorrido, y eso que el president iba bien flanqueado por militantes de ERC y también de sus juventudes.
Una manifestación solo para convencidos
La manifestación, su baja participación, la violencia verbal contra dirigentes de ERC, o las intenciones de la ANC evidencian que ha sido una concentración solo para los independentistas del ala más dura, los más convencidos, lo más enfadados con un Govern que está lejos de sus planteamientos unilateralistas.
Las dificultades para movilizar a la población –400.000 personas según la ANC, y tan solo 105.000 según la Guardia Urbana– son un arma de doble filo para Aragonès. Por un lado, la tranquilidad de que los planteamientos más radicales no interpelan a una mayoría. Por otro, que la calle no tiene fuerza suficiente para que sea un reclamo con el que advertir a Pedro Sánchez.
Los republicanos llegan solos a una mesa de diálogo que tan solo ellos defienden. Junts se mimetiza con los postulados de la ANC, también con la retórica vacía que supone un nuevo embiste democrático. La CUP, que ha hecho su concentración a parte, tampoco se lo ha puesto fácil, y ha quemado fotografías tanto de Pedro Sánchez como de Pere Aragonès.
Pese a su debilidad, el Govern no ceja en su empeño por buscar la fórmula para un nuevo referéndum de autodeterminación. No es otra cosa más que esta la que la Generalitat pretende conseguir sentándose frente a frente con los ministros de Moncloa. Ni una mejor financiación, ni desencallar la ampliación de El Prat, ni un blindaje del mayor autogobierno.
El PSC no ha titubeado ni un segundo, ni siquiera en una Diada que en términos generales se ha convertido en una festividad hostil a sus planteamientos. Salvador Illa, tras la ofrenda floral institucional a la que su partido ha asistido, ha insistido en estar «a favor de votar un acuerdo, no de una ruptura».
Capacidad limitada de la ANC para interpelar al independentismo
La ANC tampoco está para celebrar nada. Pese a que Elisenda Paluzie en su performance ha exigido a Pere Aragonès que «haga la independencia» emulando a Carme Forcadell y su famoso «presidente, ponga las urnas», ha dejado completamente claro su capacidad limitada como paraguas de todo el independentismo.
Incluso los manifestantes que han acudido al encuentro han evidenciado su frustración entre gritos e incluso algún escenario violento. La comisaría de Policía Nacional en la Vía Laietana ha recibido varios ataques. Bengalas de humo, el lanzamiento de varios objetos contundentes e incluso rollos de papel higiénico con la cara de los Reyes Juan Carlos I y Felipe VI.
Aunque los partidos independentistas volverán a vender como un éxito esta jornada, la realidad es que han salido un poco más debilitados, desunidos y desmotivados. Un error de cálculo de Pere Aragonès al pactar que la mesa se reuniera justo después de la Diada, cuando con aguas más mansas hubiera sido más fácil escenificar cierta unidad para sentarse frente a Sánchez.