El vuelo gallináceo de las nuevas élites
La presidencia de Gonzalo Rodés en Barcelona Global condensa el espíritu de una generación marcada por los convencionalismos estéticos y la poca influencia económica
La elección de Gonzalo Rodés en la presidencia de Barcelona Global es un toque de cornetín. Se mueve la compañía, pero no el regimiento y no hay ni rastro de ella en las salas de banderas. Rodés es uno de los hijos del malogrado Leopoldo Rodés Castañè, ex presidente de la Fundación MACBA, el patronato que ahora preside Ainhoa Grandes, la viuda del genial mecenas y empresario.
Gonzalo sustituye a Marian Puig en Barcelona Global, una plataforma público-privada que glosa la Barcelona del futuro sin llegar a imaginársela. Pertenece a un nido corporativo en el que además de iniciativas como Barcelona Global aletean también los reformadores de CDC, las simientes asamblearias de la nueva Rosa de Fuego, la refundación del españolismo liberal (Ciudadanos), el socialismo mortecino post-maragalliano, el ejército curator que domina el espacio muerto de Duchamp y Warhol o los claustros tristes de los postgrados convertidos en negocio. Estos segmentos, entre otros, expresan fielmente el vuelo gallináceo de las nuevas élites.
El relevo generacional
La encrucijada Rodés Vila es también un cambio generacional, en el que lo nuevo sale perdiendo. Entre los seis hijos de Rodés Castañè, destacan además de Gonzalo, Alfonso Rodés Vila, chairman de Havas Media, y especialmente Fernando Rodés Vila, vinculado también a Havas, pero sobre todo editor y accionista del diario Ara, una apuesta por la lengua vernácula y la agitación soberanista.
Un cambio reciente en la dirección de este periódico y su apuesta actual por los temas empresariales muestran un intento por abrirse hacia los sectores emergentes del tejido industrial catalán. Los nuevos aires del Ara no son ajenos al mundo académico ligado a Convergència a través de profesores como el ex conseller Andreu Mas-Colell, fundador de la Barcelona School of Economics, o de otros investigadores de la Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats (Icrea), en el entorno de la Universidad Pompeu Fabra.
Se trata sin duda del segmento más homologable a los centros de formación económica de mayor prestigio internacional. Sin embargo, al margen de su destello académico, la elaboración social de estos ámbitos no acaba de adquirir la visibilidad que requieren las élites. En Catalunya el poder oracular de los humanistas de la ‘renaixença’ no ha sido igualado nunca más.
Ahora, parece haber llegado el momento de los científicos (Baselga, Rodés, Camí, Fuster) y por supuesto de los economistas, cuya procedencia de universidades norteamericanas parece hueca a la hora de analizar problemas endémicos (el ahorro, el paro, la economía del conocimiento) salvando excepciones como la de Xavier Sala i Martín, acérrimo liberal, pero enemigo del ordoliberalismo catalán.
El Ara de Rodés, dirigido por Esther Vera, es el pantallazo estiloso de El Punt; tiene algo de la experiencia fallida de El Observador en la era Prenafeta; sombrea incluso la primera refundación del Avui de la mano de Serrats Oller o los estertores del El Correo Catalán, el matutino tradicionalista de Wifredo Espina, que en los ochentas tuvo tiempo de acunar a una buena generación de periodistas.
Los objetivos de Barcelona Global
La Barcelona Global que preside ya Gonzalo Rodés fue fundada en 2010 por María Reig, la financiera de origen andorrano nutrida de bienes raíces en la ciudad de los prodigios. Reig representa el repliegue sobre el patrimonialismo de los pioneros, que gestionaron bancos y reformaron catedrales pero con fortunas originadas en la industria. Reig, en cambio, es una herencia del ladrillo y del comercio. Quiere convertir Barcelona, dice, «en referencia de la innovación, la economía sostenible y el impacto social».
Pero el camino elegido está muy lejos de otros intentos, como el Plan Estratégico de la etapa Maragall, que fue capaz de sostener la ilusión por los Juegos del 92, la refundación exitosa de Fira Barcelona, el Fòrum 2004 y la reconversión de la fachada litoral, que ha devuelta la ciudad al mar al que pertenece.
Pasqual se rodeó de arquitectos (Miralles, Bohigas, etc), artistas plásticos, humanistas o estrategas. Reig, por su parte, acompasada por los tiempos oscuros del ex alcalde Xavier Trias, cree haber devuelto la voz a los empresarios y profesionales como Marian Puig, Joaquim Coello, Emilio Cuatrecasas, su sanedrín de los últimos años.
Las palancas de los grandes círculos
Barcelona Global sobrevive aunque sus logros solo gozan del prestigio que ofrecen los proyectos. Algo muy parecido al lobby agroalimentario de Tarragona y Lleida, fundado por los Pont Amenós, Alsina o Valls Companys, e incluso comparable con las deslocalizaciones de los foros de opinión en desgloses de mediano perfil, sobre la piel del Pirineo o del Delta del Ebro.
Barcelona Global es el síntoma. La enfermedad son sus palancas crowdfunding (Freixenet, IESE, Esade, Seat, Abertis, etc) empresas, fundaciones y vehículos de inversión que apadrinan una versión de la ciudad-polis basada en un futuro de crecimiento económico tradicional, que hoy está descartado por todos los sociólogos del conocimiento. No volverá la Barcelona de la «industria y los servicios que hizo grande a este país», ha escrito Manuel Castells.
Un nuevo lugar para las élites
El espíritu del 92, el Instituto de la Empresa Familiar (fundado por Rodés padre), el Liceu, el Macba o el Palau, así como las influencias del Moma o el Whitney Musseum –todas las criaturas de Leopoldo, en suma- exigen replanteamientos a las nuevas élites. Estas últimas están pagando ya su escaso vuelo con una pérdida de influencia creciente. Los Rodés son una tangente significativa.
El domicilio del inolvidable Rodés Castañè, en la Avenida de Pedralbes, se da de bruces con la casa Sert de la misma zona, donde Josep (Pepito) Sunyol (hijo de Sunyol i Garriga, que presidió el Barça, y gran patrón de CIA y Habitat) contempla la ciudad hasta el mar rodeado de mini huertos flotantes, entre los ojos de una contraventana de que cuelga una escultura de Alexander Calder, el arte nostálgico de otro mundo.
No podemos repensar el futuro sobre bases convencionales, aunque le apliquemos buenas dosis de redes y conceptos contemporáneos. Tampoco la alianza de clases que presidirá el mañana será la misma. Las señoras endomingadas y los ejecutivos astifinos de vernisage pertenecen ya a la arqueología industrial. El vapor no volverá, la red no se irá y las complejidades territoriales dejarán de ser una amenaza para convertirse en una ventaja.